viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Santo: la Adoración de la Cruz


Lo que caracteriza al Viernes Santo es la adoración de la cruz. Podemos preguntarnos si esta adoración es legítima, puesto que la única adoración debida es a Dios. Entonces: si sólo a Dios debemos adoración, ¿por qué adorar a la cruz? Los primeros apologistas cristianos se oponían a la adoración de la cruz. Por ejemplo, Minucia Félix, en el siglo III: “Más bien sois vosotros (los paganos), quienes al consagrar vuestros dioses de madera, adoráis acaso cruces de madera como partes de vuestras divinidades. Y vuestras mismas insignias, los estandartes y las banderas, ¿qué otra cosa son más que cruces doradas y adornadas? Vuestros trofeos de victoria no sólo tienen la apariencia de una cruz, sino de un hombre crucificado”.
Este apologista ve, en la adoración de la cruz, algo pagano, y por eso la rechaza. Esto no quiere decir que los cristianos se comporten como paganos, cuando adoran la cruz, pero nos conduce a entender correctamente la adoración de la cruz.
Es verdad que los cristianos adoramos la cruz, y como signo exterior de esta adoración y veneración, la besamos y nos arrodillamos delante de ella, pero, ¿no es acaso la cruz un objeto de madera? ¿No caemos en la idolatría del paganismo, cuando adoramos un objeto de madera?
Debemos entender correctamente cuál es la verdadera adoración de la cruz: no adoramos la cruz en cuanto objeto de madera, sino que adoramos a Cristo Dios crucificado en la cruz, que se ha hecho Èl mismo el signo de la cruz, al extender sus brazos[1]. No adoramos un simple madero, porque eso sería caer en el paganismo: adoramos la cruz en cuanto adoramos a Cristo que, con los brazos extendidos en la cruz, se ha hecho Él mismo signo de la cruz y la cruz misma. Y si adoramos a la cruz, la adoramos no en cuanto ella, como objeto de madera, sino porque ella está impregnada con la sangre del Cordero de Dios.
Nuestra adoración de la cruz no es entonces a la cruz en cuanto objeto de madera, sino a Cristo Dios que se ha hecho signo de cruz y cruz en sí, con sus brazos extendidos, y nuestra adoración es además a la sangre de Cristo que empapa la cruz. Otra característica de nuestra adoración a la cruz es que es ante todo interior, y no meramente exterior, como hacen los paganos.
Adoramos la cruz, adoramos a Cristo crucificado, porque Él es Dios Eterno, y por Él y por la humillación de la cruz no sólo hemos sido salvados, sino que hemos sido hechos hijos adoptivos de Dios, con la misma filiación divina y eterna con la cual Cristo es Dios Hijo desde la eternidad.
[1] Cfr. Casel, O., El misterio de la cruz, 244.

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