viernes, 13 de agosto de 2010

La Asunción de la Virgen



La Iglesia celebra y festeja el día en el que la Madre de Dios pasó de esta vida terrena a la vida celestial. Es doctrina de la Iglesia Católica que la Virgen María no experimentó la muerte, sino que fue glorificada luego de atravesar un proceso conocido como “Dormición”: en el momento en que debía pasar de esta vida a la otra, es decir, cuando llegó el momento en que su cuerpo debía ser glorificado, la Virgen no murió, sino que se durmió, y así, estando dormida, su cuerpo comenzó a ser glorificado, a ser invadido por la luz y por la gracia divina, y a pasar del estado de corporeidad material, al estado de corporeidad espiritualizada, propio de los cuerpos resucitados.
La Madre de Dios no podía nunca morir, puesto que la muerte es una consecuencia del pecado original, y si bien luego de la redención de Jesucristo, la muerte en Cristo se convierte en sacrificio grato a Dios, la Virgen nunca experimentó el proceso de la muerte, porque nunca tuvo pecado original. La Asunción de María es un misterio que se inicia en el misterio de su Inmaculada Concepción, y en el misterio de ser Ella la Llena de gracia: su alma, creada por Dios sin la mancha de pecado original, no sólo era Purísima, sino que además estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción. La Virgen es la “Mujer revestida de sol”, descripta por el Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”[1]: el sol que ilumina y reviste con su luz a la Mujer del Apocalipsis, la Virgen, es Dios con su gloria, que reviste a la Virgen con su gracia desde el primer momento de su Concepción.
Es por eso que la glorificación de su cuerpo, en el momento de la Asunción, es simplemente la consecuencia lógica y sobrenatural de su sobrenatural concepción y condición de ser la Madre de Dios. El dogma de la Asunción no es, de ninguna manera, un dogma anexado en modo externo, como si fuera ajeno a su Concepción en estado de gracia: es simplemente el desenvolverse de su condición de Inmaculada Concepción, y lo mismo debe decirse de la Dormición.
En otras palabras, Inmaculada Concepción, Llena de gracia, Dormición y Asunción, son distintas etapas o fases de la vida de la Madre de Dios. La Dormición, que precede a la Asunción, viene al puesto de la muerte, porque la Virgen nunca murió, al no tener pecado mortal: en lugar de morir, la Virgen se duerme, y es en ese momento en donde comienza el proceso de glorificación de su cuerpo. ¿Cómo fue ese momento, el de la Dormición y el de la glorificación, previos a la Asunción? Al dormirse, el cuerpo de la Virgen es glorificado por la gracia que, de su alma, se derrama sobre él, llenándolo de la luz, de la gloria, de la vida divina. El alma de la Virgen estuvo, desde el primer instante de su Concepción, llena de la gracia divina, e inhabitada por el Espíritu Santo, y por lo tanto, iluminada con la luz de Dios; al momento de dormirse la Virgen, esa misma gracia, que llenaba su alma de un modo desbordante, se derrama sobre su cuerpo, comunicándole de la gloria y de la gracia que su alma gozaba desde su creación, y así su cuerpo hace visible la gloria divina, transfigurándose en luz, tal como se transfiguró el cuerpo sacratísimo de Jesús en el Monte Tabor.
Con la glorificación, la materialidad del cuerpo se vuelve “materia espiritual”, por lo que el cuerpo comienza a participar de las propiedades del alma glorificada, ya que él mismo es materia espiritualizada y glorificada. Como una tenue luz primero, como una luz intensa después, el cuerpo de la Virgen comenzó a experimentar la glorificación, hasta convertirse en el cuerpo glorificado propio de aquellos que han resucitado. En ese estado, con su cuerpo glorificado, es que la Virgen ascendió a los cielos.
La Virgen María es modelo de la Iglesia[2], por lo que lo que sucede en Ella sucede luego en los miembros de la Iglesia, los bautizados, y es por esto que, así como Ella fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, así los cristianos, también seremos llevados al cielo en cuerpo y alma.
Pero antes de ser llevados en cuerpo y alma al cielo, como la Virgen, debido a que somos la Iglesia, y la Iglesia reproduce lo que le sucede a María, también pasaremos por lo que pasó María antes de ir al cielo, como el ser perseguida por el demonio, que busca devorar a su Hijo, según el relato del Apocalipsis: “Y apareció en el cielo otro signo: un enorme dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema[3] (…) El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto naciera. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto (…) se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón (…) Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del Dragón”[4].
La persecución del demonio al Hijo de María se continúa en los hijos de la Iglesia: “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús”[5].
El demonio hace la guerra a los hijos de la Iglesia por medio de la Nueva Era, o Conspiración de Acuario, secta luciferina cuyo propósito declarado es el de hacer desaparecer al cristianismo y reemplazarlo por una religión mundial anticristiana y neo-pagana. Eso explica el auge de la brujería, del ocultismo, de la hechicería, en continentes enteros, como Europa y América[6], y es lo que explica el éxito mundial de libros y películas de neta tendencia satánica como Harry Potter.El demonio persigue a los hijos de la Iglesia, los hijos de María, pero deben hacer los hijos como hace la Madre: a la Mujer del Apocalipsis le son dadas alas para escapar del dragón, y la Mujer, que es la Virgen, se refugia en el desierto, escapando del dragón: las alas representan la gracia, y el desierto la oración, y así debe hacer el bautizado en tiempos de oscuridad: vivir en gracia y vivir en oración, y así se asegurará el camino al cielo; por la gracia y por la oración, el cristiano se asegura el ser llevado al cielo, junto a su Madre, la Virgen, y junto a Jesús, el Corde
[1] 12, 1.
[2] Cfr. Palau, F., María, modelo y tipo perfecto de la Iglesia.
[3] 12, 3.
[4] 12, 14-16.
[5] 12, 17.
[6] Cfr. Méndez, J. A.,

1 comentario:

  1. Padre Álvaro, ¡¡Muy bueno su artículo!!
    Gracias por publicarlo, recién acabo de ayudar a un amigo con la información que ha puesto en el sobre la Asunción de la Virgen pues hay gente que le cuesta entender esta verdad de la doctrina. Nuevamente le agradezco.
    Dios lo bendiga

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