miércoles, 27 de octubre de 2010

El mensaje de Jesús


Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor. Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 12-19).

Del relato del evangelio, en el que se constituye la Iglesia en sus columnas, los Apóstoles, se podría deducir que lo central es la curación corporal y el exorcismo. Se podría llegar a esta conclusión desde el momento en que Jesús elige a sus Apóstoles, que son el fundamento de su Iglesia, y luego envía a esta, a divulgar lo que parece ser el centro del mensaje de esta Iglesia recién fundada: la curación de las enfermedades del cuerpo, y la liberación del espíritu de los poderes infernales, los ángeles caídos, los demonios.

Sin embargo, a pesar de las apariencias, el mensaje central que transmite la Iglesia de Jesucristo, fundada en los Apóstoles, es bien otro: es el llamado al arrepentimiento de los pecados, como condición previa para el don de la filiación divina, que llevará luego a la comunión de vida y amor con las Tres Personas de la Santísima Trinidad.

Éste es el mensaje central de la Iglesia Católica, la Iglesia de Jesucristo: dar la Buena Nueva, la Buena Noticia, de que el Hijo de Dios ha venido a este mundo, se ha encarnado en Jesús de Nazareth, para donarnos su Cuerpo y su Sangre en la cruz, y junto con el don de su Cuerpo y de su Sangre, hacernos el don de su filiación divina, de modo tal que, por esta gracia de filiación, entremos a participar, en comunión de vida y de amor, con todas y cada una de las Personas de la Santísima Trinidad.

El curar enfermedades corporales, y el expulsar demonios, como las relatadas en el evangelio, de ninguna manera constituyen el núcleo de las bienaventuranzas prometidas por Jesús, ni tampoco constituyen la centralidad del mensaje de Jesús. La curación del cuerpo, y el exorcismo, es decir, la liberación del dominio y el poder que los demonios ejercen sobre los hombres, es nada más que un paso previo al don que supera toda imaginación, todo deseo y todo mérito, y que de ninguna manera nos habríamos anoticiado si no hubiera sido revelada por Jesús, y es el hecho de estar destinados, por puro Amor y Misericordia divinos, a entablar, ya desde el tiempo, y para toda la eternidad, una relación personal, de tú a tú, con cada una de las Divinas Personas

Creer que el núcleo del mensaje de la Iglesia es la sanación corporal, o la liberación del demonio, es creer en los prolegómenos del Evangelio.

Debemos prepararnos, con todo el ser, a entrar en comunión con la Trinidad de Divinas Personas, y a tratar con ellas de modo personal, no como una entidad abstracta e impersonal, y para eso es que se nos brinda la Persona del Hijo en la comunión eucarística, para que, entrando en comunión con Él, la Segunda Persona, accedamos al Padre y al Espíritu Santo.

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