domingo, 28 de noviembre de 2010

Nuestro Adviento es una espera gozosa centrada en el misterio eucarístico


La Iglesia finaliza un año litúrgico, y comienza un nuevo año, y en el inicio del año litúrgico, está el tiempo llamado “Adviento”, en el cual toda la Iglesia se prepara para la fiesta máxima de la cristiandad, que es la Navidad.

¿En qué consiste la preparación del Adviento?

No consiste en una preparación psicológica para la Navidad; tampoco se trata sólo de una ocasión para rezar más, ni tan siquiera para cambiar el comportamiento: el Adviento es un momento, en el tiempo de la Iglesia, en el cual ingresamos en el misterio de Cristo, Hombre-Dios, para participar del mismo. Adviento es contemplar y participar del misterio de Cristo, en los momentos previos a la encarnación; Adviento es esperar al Mesías que “ya viene”, envuelto en pañales, y revestido del cuerpo de un Niño.

En Adviento, el cristiano espera al Mesías, y esa espera se concreta en la liturgia de la Iglesia: con su liturgia, la Iglesia coloca al creyente en una situación similar a la que se encontraban los justos del Antiguo Testamento, que esperaban al Mesías: así como los justos esperaban al Mesías, porque sabían de las profecías mesiánicas, así el cristiano “espera” el nacimiento del Mesías en Navidad.

Aunque ya se ha cumplido el misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús, y aunque sabemos que reina glorioso en los cielos, y que ha de venir a juzgar a la humanidad en el Día del Juicio Final, la Iglesia, por medio de la liturgia, se introduce en un clima espiritual similar al clima espiritual que reinaba entre los justos del Antiguo Testamento, que esperaban el Nacimiento del Mesías.

Por el misterio de la liturgia, la Iglesia contempla el misterio de Cristo –Dios encarnado, muerto en cruz y resucitado- desde una perspectiva particular, la perspectiva del tiempo inmediato anterior al Nacimiento del Mesías.

Por eso mismo, si recreamos el clima espiritual de quienes esperaban al Mesías en su Primera Venida, tendremos una idea de lo que debe ser el clima espiritual del Adviento: en el Antiguo Testamento, quienes conocían las profecías mesiánicas, sabían que, cuando se cumplieran, los hombres habrían de recibir una gran bendición divina; sabían que algo grandioso y sublime estaba por suceder, y por eso estaban alegres y ansiosos, esperando que viniera el Mesías, así como un agricultor, que está viviendo tiempos de grave sequía, espera con ansias la lluvia, y ve con alegría el acercarse de las nubes que descargarán el agua. Los justos del Antiguo Testamento estaban alegres y ansiosos, esperando al Mesías, porque sabían que Su llegada significaría el comienzo de una nueva era para los hombres, porque el Mesías habría de inaugurar un Reino no de la tierra, sino del cielo, y ese Reino habría de ser un Reino de justicia, de paz, de alegría, y de amor fraterno y universal; sabían también que significaría la derrota de las tinieblas y del mal, porque el Mesías que había de venir, iluminaría al mundo con su luz, una luz eterna, desconocida para los hombres, inaugurando un nuevo día para el hombre, el día de la eternidad divina, el día sin ocaso, de la felicidad y del amor en Dios y entre los hombres.

Los justos del Antiguo Testamento esperaban con alegría contenida la aparición del Mesías, porque éste iba a traer algo inesperado, algo grandioso, algo jamás visto entre los hombres, una nueva vida en Dios y de Dios.

El Mesías era el Emmanuel, el Dios con nosotros, caminando entre los hombres, hablando con ellos. Por eso leían las Escrituras y se alegraban, esperando el cumplimiento de las profecías, y escrutando los signos de los tiempos, para saber el momento en el que esas señales se cumplirían.

Esperaban que una Virgen diera a luz, tal como lo había profetizado el profeta Isaías: “Una virgen concebirá y dará a luz” (cfr. Is ): cuando ocurriera esa prodigio, sería la señal del cielo de que Dios había venido a la tierra, y por eso los hombres debían exultar de gozo y alegría.

Este era el Adviento, o la espera “Del que viene” en el Antiguo Testamento; éste era el clima espiritual de quienes esperaban al Mesías, y por lo tanto, debe ser el clima espiritual de los cristianos católicos en Adviento, en el tiempo previo a la Navidad: de expectación, en alegre espera, de Aquel que ha de venir; de Aquel que, con su luz eterna, derrotará para siempre a las tinieblas del Hades, e iluminará con la luz de su gracia y con el esplendor de su divinidad las almas y los corazones de quienes lo aman con un corazón puro.

Éste es el sentido del Adviento, de la espera de la Iglesia: esperar al Mesías, al Dios con nosotros, al Salvador, al Dios de todo Amor y de toda Misericordia, al Dador del Espíritu, que viene a quitarnos el pecado y a darnos una vida nueva, una vida que no es esta vida humana, una vida que es su propia vida, la vida de la gracia, una vida celestial, sobrenatural.

El Adviento consiste en esperar con alegría al Niño de Belén, a Aquel que viene a sacarnos de este horizonte de tiempo y espacio, en el que discurre la existencia humana, para llevarnos más allá del tiempo y del espacio, más allá de las estrellas y del sol, y a introducirnos en su eternidad divina, en el seno de Dios Padre, en la comunión de vida y de amor con las Tres Divinas Personas.

El Niño que nace en Belén viene para llevarnos a una nueva vida, que no es la vida de esta tierra, sino la vida del cielo, la vida absolutamente feliz y gloriosa en el seno de Dios Uno y Trino, de quien no podemos ni imaginar su hermosura y fascinación.

Los justos del Antiguo Testamento vivían alegres, en la espera del Mesías, y esa alegría y serenidad llenaba de esperanza sus vidas terrenas, y los consolaba en sus tristezas y en sus pesares, porque sabían que, cuando el Mesías viniera, les daría la vida nueva, la vida alegre y sin fin en Dios.

Si ellos vivían alegres, en medio de los pesares y las tribulaciones de la vida, porque sabían que el Mesías iba a venir, y todavía no había venido, cuánto más nosotros, que vivimos en el tiempo de la Iglesia, el tiempo en el que el Mesías se manifiesta, no visiblemente y glorioso, como al fin de los tiempos, sino en el misterio de la Iglesia y de la liturgia, cuánto más nosotros, debemos vivir, en medio de las tribulaciones y de los pesares de la vida, con alegría exultante y con gozo, porque aunque el Mesías no está glorioso y visible, sí está glorioso y resucitado en la Eucaristía, oculto en el Pan del altar, a la espera del cumplimiento del tiempo fijado por el Padre para darse a conocer visiblemente por toda la humanidad. Porque lo tenemos ya al Mesías con nosotros, en la Eucaristía, los cristianos debemos alegrarnos y regocijarnos, porque la Eucaristía es el Emmanuel, el Dios con nosotros, y así, lo tenemos al Mesías no en promesas, como lo tenían los justos del Antiguo Testamento, sino en la realidad, en Persona, Vivo, con su Corazón Sagrado latiendo de amor por todos y cada uno de nosotros, deseoso de donarse a cada uno con toda la plenitud y la intensidad de su amor de Hombre-Dios.

Nuestro Adviento entonces, tiene que ser una espera gozosa centrada en el misterio eucarístico: el Mesías, al que esperaban los justos en el Antiguo Testamento, está ya entre nosotros, en la Eucaristía, y es por eso que lo que tenemos que esperar, es el momento del paso de la contemplación sacramental del Mesías Cristo, en el tiempo y en el misterio del sacramento de la Eucaristía, a la contemplación personal, cara a cara, en la eternidad, en donde la fascinación de Su Rostro embriagará de amor y de alegría sin fin a toda la Iglesia.

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