sábado, 19 de junio de 2010

Tú en la Eucaristía eres el Dios Viviente


“¿Quién dice la gente que soy Yo?” (cfr. Lc 9, 18-24). Jesús pregunta a sus discípulos acerca de qué es lo que la gente dice de él, y los discípulos le dicen que la gente cree que Él es el Bautista, Elías, o un profeta que ha resucitado. En la respuesta de la gente, se ve que tienen a Jesús en gran consideración, porque se trata de personajes destacados para la historia de Israel, y la respuesta está motivada seguramente por la impresión que les ha causado Jesús con sus milagros y con su prédica. En la respuesta de la gente acerca de la identidad de Jesús, se ve que lo consideran como un hombre santo, que hace prodigios, que habla de parte de Dios, que obra milagros y prodigios de parte de Dios, pero en ningún caso aciertan con la respuesta.
Jesús repite la pregunta, esta vez dirigida a sus discípulos: “Pero vosotros, ¿quién decís que Soy?”. No es casualidad que sea Pedro quien responda según la verdad: “Tú eres el Mesías de Dios”. Sólo Pedro responde de modo correcto, y no es casualidad, porque Pedro ha sido elegido Vicario de Cristo, y como tal, está asistido por el Espíritu Santo en su mente, de modo tal que es imposible que en materia de fe se equivoque.
Pedro responde que Jesús es el Mesías de Dios, es decir, que es Dios Hijo, que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que se ha encarnado y que aparece ante los hombres como un hombre más, pero que es Dios en Persona, y la respuesta que da Pedro no la da por sí mismo, sino como Vicario de Cristo, y por eso está iluminado por el Espíritu Santo.
Es esto lo que tenemos que aprender de Pedro: su fe en Cristo Jesús como Hombre-Dios, como Dios que se hace hombre sin dejar de ser Dios.
Hoy abundan los falsos profetas y los falsos mesías, que niegan la divinidad de Cristo, y es por eso que como cristianos, hoy más que nunca, tenemos que responder, ante la pregunta de Jesús: “¿Quién decís que soy Yo?”, “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”.
Cristo también nos pregunta: “Y ustedes, ¿quién decís que soy yo?”. Y nosotros debemos responder con Pedro, con la fe de Pedro: “Tú eres el Mesías de Dios, no eres un hombre santo, eres el Dios Tres Veces Santo; no eres un profeta, sino el Rey de los profetas, y por quien toda profecía divina tiene origen y sentido; no vienes de parte de Dios, sino que eres Dios en Persona; no obras milagros con el poder de Dios, sino que eres Dios omnipotente, obrando milagros en Persona, a través de un cuerpo y de un alma humana.
Y la misma pregunta nos la hace desde la Eucaristía: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo en la Eucaristía?”, y también debemos responder con la fe de Pedro, pidiendo la asistencia del Espíritu Santo: “Tú en la Eucaristía eres el Hijo de Dios encarnado, muerto y resucitado, que se encuentra en Persona en el Santísimo Sacramento del altar; Tú en la Eucaristía eres el Dios Viviente que viene a nuestro encuentro para donarnos su Amor; Tú en la Eucaristía eres el Dios que salva y da la vida eterna”.

jueves, 10 de junio de 2010

La Eucaristía y el Sagrado Corazón de Jesús


Jesús se le aparece a Santa Margarita María como el Sagrado Corazón. En su mano se encuentra su corazón, el cual es “más brillante que el sol” y “más transparente que el cristal”; en él se ve la herida producida por la lanza, y se encuentra rodeado de una corona de espinas, con una cruz encima, y envuelto en llamas.
Nuestro Señor concede a Santa Margarita María un privilegio que a pocos concede: una aparición suya, una manifestación visible y sensible, lo cual es fuente de consuelos y de alegría en momentos de tribulación y de lucha. El privilegio concedido a Santa Margarita María es excepcional, ya que son contados los bautizados dentro de la Iglesia Católica a quienes se les brinda una manifestación visible del Señor, y aún más, son muchos menos quienes reciben una revelación tan trascendente y tan importante como la del Sagrado Corazón, destinada a toda la Iglesia Universal. La aparición y las posteriores revelaciones del Sagrado Corazón constituyen un inmenso don a quien lo recibe, en este caso, Santa Margarita María, y si bien ni dependen de la santidad de quien lo recibe –por el contrario, Santa Margarita fue elegida por su pequeñez-, ni hacen por sí mismas santas a las personas que las reciben, sí es cierto que, en casos de apariciones como estas, quienes la recibieron fueron luego santos.
Los privilegios y beneficios espirituales otorgados a Santa Margarita María son innumerables y de gran magnitud, sin embargo, son casi igual a nada, si se comparan con el don inestimable de la Eucaristía.
En la Eucaristía, Cristo no nos entrega una imagen de su corazón, como en la aparición, sino que nos entrega a su mismo Corazón Eucarístico, vivo, palpitante, glorioso y resucitado.
En la aparición, Cristo muestra un corazón “más brillante que el sol”, queriendo indicar con esta imagen luminosa a la Gracia Increada, que es Él mismo, pero en la Eucaristía, no nos da una imagen de esa Gracia Increada, sino que se nos dona Él en Persona, que es la Gracia Increada en sí misma.
En la aparición, Jesús muestra a su Corazón rodeado de espinas y con una cruz encima de él; en la Eucaristía, Cristo nos hace partícipes del dolor y de la amargura que experimentó su Sagrado Corazón en el Huerto y en el Calvario.
En la aparición, el Sagrado Corazón aparece envuelto en llamas, indicando con este fuego al Amor divino, el Espíritu Santo, pero no deja de ser sólo una imagen del Espíritu de Dios; en la Eucaristía, Cristo, junto al Padre, nos sopla al Espíritu Santo, el cual viene desde el cielo como un pequeño Pentecostés, para incendiar nuestros corazones en el amor de Dios.
Quien recibe la Eucaristía, recibe algo mucho más grande que una manifestación visible del Sagrado Corazón: recibe al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y a Jesús en Persona.