jueves, 27 de enero de 2011

No se enciende una lámpara para ocultarla


“No se enciende una lámpara para ocultarla” (cfr. Mc 4, 21-25). Jesús usa la figura de una lámpara que se enciende: si alguien lo hace, no es para ocultar su luz, sino para que alumbre con ella las tinieblas.

La figura tiene un significado simbólico: la lámpara es el hombre, el aceite con el que se nutre la mecha de la lámpara, son las buenas obras hechas en gracia de Dios, la luz con la que se enciende, es la gracia divina, la oscuridad que debe alumbrar cuando está encendida, es el mundo.

Es Dios Padre quien enciende al alma con la llama del amor y de la fe, comunicadas en el momento del bautismo, convirtiendo de esta manera a cada alma en una prolongación de Jesús, Luz eterna procedente del seno del Padre.

Y si Dios Padre enciende un alma de esta manera, es para que esa alma ilumine un mundo que, sin esa luz eterna, se encuentra en tinieblas, en densas y profundas tinieblas. Dios Padre enciende al alma, no para que se oculte, sino para que alumbre, pero sucede que el hombre debe cooperar, libremente, con toda la disposición libre de su libre albedrío, al querer divino, es decir, el hombre debe alimentar esa luz con obras buenas, así como el aceite alimenta la llama de una lámpara que ya está encendida.

Si el hombre no aporta el aceite de las obras buenas, la lámpara termina por apagarse, con lo cual las tinieblas triunfan.

Es eso lo que hoy está sucediendo con los fieles católicos de todo el mundo, que apostatan, reniegan, y abandonan en masa su Iglesia, y los que no lo hacen, se debaten en un estado de adormecimiento y de tibieza tal, que las tinieblas han llegado a invadir a la misma Iglesia, como lo dijo el Papa Pablo VI: “El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia”.

Es la luz del Amor de Dios, manifestado en Cristo, la que debería resplandecer en los corazones de los hombres, pero en cambio es el humo denso y oscuro del demonio el que, infiltrado en la misma Iglesia, oscurece y cubre de tinieblas a la Iglesia y al mundo.

Muchos, muchísimos cristianos, han dejado apagar la luz que Dios encendió en sus almas, porque no aportan el aceite de las buenas obras, y por eso las tinieblas han invadido la tierra y las almas, como nunca antes en toda la historia de la humanidad.

Sólo una intervención maternal y extraordinaria de María Santísima, encendiendo en los corazones su Llama de Amor viva, puede reavivar el fuego y la luz que yace opacado en el fondo de los corazones de los cristianos.

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