jueves, 10 de febrero de 2011

Día del Enfermo: el dolor es un don del cielo que hay que agradecer


Al conmemorar el día del enfermo en la Santa Misa, recurrimos a Dios para que escuche nuestras súplicas a favor de ellos, para que cure sus dolencias y alivie sus pesares. Colocamos en las intenciones de la misa los pedidos por todos aquellos que padecen diversas enfermedades, unas más graves que otras.

Recordamos también, en primer lugar, a las apariciones de la Virgen en Lourdes, pues es por todos conocido que el agua milagrosa de la fuente realiza prodigios de curación de modo constante.

Tenemos presentes entonces a todos los enfermos, a los de la familia, a los amigos, a los conocidos, y para todos deseamos una pronta recuperación y un alivio de sus pesares.

Venimos a misa para pedir por la curación de las enfermedades de nuestros seres queridos, pero no tenemos en cuenta, casi nunca, que también debemos venir a agradecer por esas enfermedades, porque según la doctrina de la Iglesia, la enfermedad –y junto con ella, el dolor, la tribulación, la angustia- es un inmenso don del cielo, al cual no terminaremos de agradecer, ni en esta vida, ni por toda la eternidad, en la otra.

El dolor es un don, aún cuando desde nuestro modo humano de ver las cosas no podamos entenderlo y, en muchos casos, cuando no podamos aceptarlo, o aún más, cuando nos rebelemos y no lo aceptemos.

Son varias las razones por la cual el dolor es un don, y un don grandísimo, venido del cielo, y una de estas razones es que, se puede afirmar, con toda seguridad, que el Espíritu Santo visita al enfermo, y lo asiste, santificándolo con su Presencia, evitando que el alma se desvíe por caminos ajenos a los caminos de Dios.

Otra de las razones principales por las que el dolor es un don, es el hecho de que la enfermedad es una participación a la cruz de Jesús, y así lo cree la Iglesia Católica: “Que los enfermos vean en sus dolores una participación a la Pasión de Jesús”[1]; además, en el ritual de los sacramentos, en una de las oraciones introductorias para el sacramento de la unción, se afirma que el enfermo “contribuye a la salvación del mundo”, al unirse al sacrificio en cruz de Jesús.

De esta manera, el enfermo, en su misma enfermedad, en aquello que le provoca dolor, encuentra su más grande felicidad y consuelo, no por la enfermedad en sí misma, sino porque, por la misericordia de Dios, es asociado, sin ningún mérito suyo, a la cruz de Jesús, a Jesús crucificado, que con el dolor y la tribulación de la cruz, salva al mundo y le dona el Espíritu del Amor divino.

El dolor, la enfermedad, y todas las tribulaciones que traen aparejadas, son un don venido del cielo, que debemos agradecer, y la acción de gracias más perfecta es la Santa Misa, renovación sacramental del sacrificio de Jesús.


[1] Cfr. Liturgia de las Horas.

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