lunes, 7 de febrero de 2011

Es necesaria una mayor fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía


“Muchos le rogaban que les dejase tocar al menos los flecos de su manto; los que tocaban su manto quedaban curados” (cfr. Mc 6, 53-56)). En el pueblo o caserío adonde llega Jesús, la gente se amontona a su alrededor, y le pide que aunque sea les deje tocar su manto, y los que tocan su manto, quedan curados, según el relato del evangelio.

De esta escena se desprende la intensidad de la fe de quienes acuden a Jesús, porque sin mediar palabra de Jesús, el solo hecho de tocar, no su humanidad, sino un objeto suyo, como su manto, quedan curados. Se trata de una actitud en todo similar a la actitud de la hemorroísa, quien pensaba que con solo tocar los flecos de su manto se curaría, como efectivamente sucedió (cfr. Mt 9, 18-26). Los dos episodios evangélicos están estrechamente relacionados, y de ambos se desprende la fortaleza de la fe de aquellos que se acercan a Jesús.

Tienen fe en Jesús como hacedor de milagros, como taumaturgo, como obrador de prodigios; por otro lado, y aunque el relato evangélico no lo diga, acuden a Jesús por dolencias físicas, las cuales quedan instantáneamente curadas, debido al poder que emana de Jesús. Que el poder salga de Jesús, se ve en el episodio de la hemorroísa: Jesús se da cuenta de que ha salido un flujo de energía divina de Él, y la causa de esta salida, ha sido la fe de la mujer, y es por eso que luego Jesús alaba su fe.

“Muchos le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; los que tocaban su manto quedaban curados”. En el evangelio, aquellos que tenían una enfermedad corporal, y deseaban ser curados, tenían tanta fe en Jesús, que con solo tocar su manto, no su humanidad, quedaban curados. Ni siquiera hacía falta, al igual que en el caso de la hemorroísa, que Jesús diera una orden, para que la enfermedad desaparezca: con sólo tocar su manto, quedaban curados.

Si los discípulos del evangelio quedaban curados en sus cuerpos, con sólo tocar el manto, ¿qué puede sucederle a un alma que, en la comunión eucarística, no toca el manto de Jesús, sino que, incorporando al Corazón Eucarístico de Jesús, es tocada ella por la gracia divina en la raíz del ser? ¿No es algo infinitamente más grande y sublime que ser curados en el cuerpo por tocar el manto de Jesús, que ser tocados por el Cuerpo y la Sangre de Jesús en lo más profundo del alma? ¿No es esto lo que sucede en cada comunión eucarística? ¿No entra acaso el alma en contacto directo, íntimo, personal, con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, cuando comulga?

“Muchos le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; los que tocaban su manto quedaban curados”. El cristiano puede obtener de Jesucristo algo mucho más grande que la curación corporal, y puede alcanzar de Cristo algo mucho más sublime que su manto, y es su Cuerpo y su Sangre, y con su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, y esto podría llevarlo a las más altas cumbres de la santidad, al unirlo íntimamente a Cristo, y por Cristo, en el Espíritu, al Padre.

Y si no hay curación, en el sentido de crecimiento en santidad, es entonces que le falta al cristiano algo de lo cual abundaban la hemorroísa y los contemporáneos de Jesús: fe.

Si la comunión sacramental eucarística –en estado de gracia- no produce, más que una curación, un acrecentamiento del grado de santidad, es porque al alma le falta lo que a los discípulos de Jesús le sobraba: fe en Jesucristo y en su Presencia real eucarística.

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