jueves, 24 de febrero de 2011

No separe el hombre lo que Dios ha unido


“Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (cfr. Mc 10, 1-12). Dios ha unido al hombre al crearlo en dos corporeidades sexuadas distintas, hembra y varón, pero también lo ha unido por la gracia, al santificar la unión natural por el sacramento del matrimonio.

En ambas uniones está la imagen de Dios: en la unión del hombre y de la mujer, de cuyo amor nace el hijo como fruto y corona del amor esponsal, está la imagen de Dios Uno y Trino: así como en Dios hay comunión de personas unidas por el amor, así en la familia formada por la unión del varón con la mujer, de la cual nace el hijo, hay comunidad de personas unidas por el amor.

El varón y la mujer, unidos en matrimonio para formar una familia, completan entonces la imagen de Dios en el hombre, que ya en su soledad originaria había sido creado “a imagen y semejanza” suya (cfr. Gn 1, ), al ser dotados de inteligencia y de voluntad, es decir, de capacidad de pensar y de amar, reflejos lejanos y pálidos, pero reflejos al fin, de la Sabiduría y del Amor divinos.

Pero además, la unión por el matrimonio sacramental, entre el varón y la mujer, es imagen de otra unión esponsal, mística, sobrenatural, celestial, anterior a toda unión esponsal terrena, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, y este es otro motivo por el cual esta imagen esponsal, unida por Dios, no debe nunca separarse ni romperse, puesto que se desune o se rompe una imagen querida y deseada por Dios.

Hoy el hombre no solo desune lo que Dios ha unido, sino que une lo que Dios jamás pensó en unir, imitando, de modo simiesco y demoníaco, la acción divina, contrariando libre y voluntariamente los designios de felicidad, de amor y de paz que Dios tiene para él.

“Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. “Lo que Dios ha separado, no lo una el hombre”. Hoy el hombre separa lo que Dios ha unido, y une lo que Dios ha separado, porque la mentalidad atea y agnóstica de nuestros días ve, en los mandatos divinos, una opresión injusta y un yugo insoportable, de lo cual hay que liberarse lo antes posible, haciendo exactamente al revés de lo que Dios ha estipulado, en una imitación infame de la rebelión demoníaca en los cielos, buscando de destrozar y de borrar todo vestigio de imagen divina que haya en su alma.

Tarde comprenderán los hombres, si es que lo llegan a comprender, que cuando Dios manda algo, no es para oprimirlo, sino para liberarlo, y no es para angustiarlo, sino para hacerlo plenamente feliz, con una felicidad insospechada.

La destrucción de la imagen de Dios en el hombre, estampada por la Sabiduría divina en el varón y en la mujer, en el matrimonio monogámico y en el matrimonio sacramental, traerá a la humanidad, en un futuro no muy lejano, dolores atroces, como no los ha habido hasta ahora.

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