miércoles, 6 de julio de 2011

Den gratuitamente lo que gratuitamente han recibido

Cada cristiano recibió
gratuitamente
Amor infinito,
y amor debe dar
a Dios, a su prójimo
y a su enemigo
si su alma
quiere salvar.


“Den gratuitamente lo que gratuitamente han recibido” (cfr. Mt 10, 7-15). ¿Qué es lo que ha recibido gratuitamente un cristiano? La pregunta es pertinente, porque lo recibido es lo que se debe dar.

El cristiano ha recibido innumerables milagros y dones de parte de Jesucristo y de su Iglesia: en el Bautismo sacramental, ha recibido el perdón divino, dado por Jesucristo en la cruz, conquistado al precio de su sangre y de su vida, que le ha quitado el pecado original y lo ha sustraído del poder del Príncipe de este mundo, el demonio. Con todo, este inmenso don no es lo más grande: ha recibido la gracia de la filiación divina, la misma filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios desde toda la eternidad, y eso lo convierte en verdadero hijo adoptivo de Dios, heredero del cielo, hermano de Jesucristo, hijo de la Virgen María, y lo coloca en una posición de honor y dignidad infinitamente más alta que la de los ángeles de Dios.

Ha recibido, en el Sacramento de la Reconciliación, el perdón de sus pecados, de modo tal que la inmundicia espiritual que significa el pecado, esto es, la maldad del corazón que implica, y la oscuridad y tinieblas que provocan, han sido lavados con la Sangre del Cordero, y su alma ha quedado embellecida con la gracia divina, con un grado de hermosura equiparable casi al mismo Dios. Además, siendo el bautizado un deicida, pues con sus pecados contribuyó a la muerte del Hijo de Dios en la cruz, ese pecado, esa maldad de su corazón, fue perdonada, junto con todas las iniquidades y maldades que cometió hasta el momento de su última confesión, de modo tal que Dios “borra” de su memoria todo su pasado de iniquidad, para tratarlo como a un justo, merecedor de honores y alabanzas.

Ha recibido, en el Sacramento de la Eucaristía, algo más grande que los cielos inmensos; algo más grande que el Paraíso en el que vivieron Adán y Eva; algo más grande que toda la Creación entera, comprendidos el universo visible y el invisible; algo tan pero tan grande, majestuoso y sublime, que supera toda capacidad de entendimiento y de imaginación de cualquier criatura inteligente. Ha recibido, en cada comunión, a Dios Hijo encarnado, que en la Eucaristía prolonga su Encarnación, y viene al alma para convertir al corazón del bautizado en su morada santa, en donde Él quiere morar, junto al Padre y al Espíritu Santo. Ha recibido, en cada comunión eucarística, un océano infinito de Amor eterno y divino, tan grande, tan inmenso, tan inabarcable, que parece un despropósito, porque es como si un sol, de un tamaño miles de millones de veces mayor al de un grano de arena, se metiera en ese grano de arena, para iluminarlo y darle de su calor. Es tan grande el Amor divino recibido en la comunión eucarística, que el alma, de solo pensarlo, debería morir de alegría.

“Den gratuitamente lo que gratuitamente han recibido”. De todo lo recibido gratuitamente, Dios nos pide que demos algo, y ese algo, puesto que no puede ser la omnipotencia y sabiduría divina que conlleva cada don, sí puede ser el Amor recibido.

Gratuitamente, el cristiano ha recibido Amor, y Amor debe dar. Sólo eso debe hacer, para entrar en el Reino de los cielos, dar Amor, porque recibió Amor. Sólo eso: amar a Dios y al prójimo como a sí mismo, y al enemigo en primer lugar. Sólo eso debe dar, pero muchos, lamentablemente, encerrados en su egoísmo, prefieren no dar lo que recibieron, con lo cual se cierran ellos mismos, y para siempre, la Puerta de los cielos. Para muchos, por no querer dar lo que recibieron, amor y perdón, el cielo quedará cerrado eternamente.

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