lunes, 4 de julio de 2011

Rogad al Señor de la cosecha que mande trabajadores a su campo

La Iglesia necesita
sacerdotes y laicos santos
que digan a sus prójimos
que esta vida es pasajera,
que solo la vida eterna
es la vida verdadera.


“Rogad al Señor de la cosecha que mande trabajadores a su campo” (cfr. Mt 9, 32-38). El consejo de Jesús viene luego de ver el estado espiritual de la muchedumbre que se ha acercado hacia Él: “Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor”.

Jesús se compadece del estado espiritual del hombre sin Dios, que se encuentra, por esto mismo, extenuado, abandonado, herido, golpeado, a punto de morir de hambre, de sed, de cansancio. El hombre de hoy, que ha construido una civilización sin Dios, aún cuando aparente ser feliz, y vivir despreocupadamente; aún cuando confíe en que sus heridas son curadas por la ciencia, y aún cuando deposite todas sus esperanzas en la tecnología, para construir un mundo feliz, en el fondo, al no tener la fuente de la alegría y de la paz, que es Dios, vive atormentado y en un estado de infelicidad y de zozobra permanente.

Todavía más, como el hombre no puede subsistir sin Dios, ante su ausencia, recurre a ídolos, los cuales, al ser esencialmente malignos y vacíos de toda bondad, lo único que hacen es aumentar más sus dolores. Hoy en día abundan los ídolos: el placer, el tener, el dinero, el fútbol, la política, la educación laicista, la democracia convertida en partidocracia y en oclocracia, o gobierno de los peores, la televisión, Internet, la música desenfrenada, etc.

Los ídolos mundanos agobian, extenúan, cansan al extremo, pero no se detienen ahí, porque buscan, en realidad, la muerte del hombre.

Ante este panorama desolador, Jesús nos pide que recemos a Dios, para que envíe “operarios a su mies”, es decir, sacerdotes y laicos santos, no acomodados al mundo, es decir, sacerdotes y laicos no burgueses, que lo único que quieren es vivir cómodos, tener buena salud y no tener problemas.

La Iglesia necesita trabajadores, sacerdotes que consagren el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que transmitan el mensaje vivo de Jesús, que consuelen a las almas con la esperanza de la vida eterna, que donen a las almas la vida eterna, por la gracia sacramental.

La Iglesia necesita trabajadores, laicos que sean “luz del mundo y sal de la tierra” (cfr. Mt 5, 13-16), que con sus vidas ejemplares de castidad, de pureza, de sacrificio, de honestidad, de amor fraterno, digan a sus prójimos, más con hechos que con palabras, que esta vida no es la única, que esta vida es pasajera, que esta vida es sólo un momento, breve, brevísimo, antes de la vida eterna, y que ganar esta vida eterna es el sentido primero y último del paso del hombre sobre esta tierra; la Iglesia necesita laicos santos, que den sus vidas por sus prójimos, incluidos sus enemigos; que adviertan a todos que estamos aquí para salvarnos, y no para acumular bienes, honores o títulos.

“Rogad al Señor de la cosecha que mande trabajadores a su campo”. Se necesita mucha oración, continua, perseverante, incansable, confiada, humilde, acompañada de mortificaciones, sacrificios, ayunos, para que Dios escuche.

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