sábado, 6 de agosto de 2011

La Transfiguración del Señor






En la Transfiguración, Jesús deja entrever una luz sobrenatural, imposible de describir con términos humanos, pero que igualmente es descripta con vocabularios, conceptos y elementos al alcance del conocimiento humano, y con elementos conocidos en ese entonces: lo más blanco que se conocía era la tela emblanquecida por un batanero, por eso lo describe así el evangelista, o por lo menos es lo que más a mano tiene en mente el evangelista para describir el fenómeno: “...sus ropas lucían tan blancas, como nadie en la tierra podía blanquearlas”. Habla de la ropa, aunque propiamente lo que irradia luz es su humanidad, y el color “blanco” es un blanco que no pertenece a este mundo, por eso dice: “como nadie podía hacerlo en este mundo”. También podría haber usado otras expresiones, como “luz más potente que la luz del sol” y, en términos actuales, se podrían usar otras expresiones para describir esa luz emanada por Jesús, como la luz brillante y enceguecedora producida en una explosión atómica, etc. Los ejemplos abundan, pero no es ese el propósito del evangelista, el quedarse en la comparación, o en la mera descripción de la luz.
La pregunta es qué es esa luz, qué significa, porqué Jesús la deja entrever en el Monte Tabor y no antes ni después y si hay algún milagro superior a este. La transfiguración, la irradiación de luz, es expresión visible de la gloria del ser divino, de Dios, ya que la luz es símbolo de la gloria de Dios en las Sagradas Escrituras, y esta gloria es causa de la adorabilidad de Dios: Dios merece ser adorado a causa de su gloria, de su majestad infinita. Esto ya lo sabían los judíos, ya que los salmos y los profetas hablaban de su Dios Uno como inhabitando en “una luz inaccesible” y en un “trono de gloria” (cfr. Dn 7, 9-10). Podríamos preguntarnos que si entonces los judíos lo sabían, ¿cuál es la novedad de la Transfiguración?
La novedad o novedades son varias, ya que, por un lado, el Dios Uno se revela como Trino, al manifestarse el Hijo como enviado por el Padre para donar el Espíritu; es decir, queda revelada la Trinidad de Personas en Dios; por otro lado, ahora, con la transfiguración de Jesús, la gloria de Dios ya no es inaccesible, o en todo caso, el Dios que habita en una luz inaccesible, el Dios de gloria infinita, se ha humanado, se ha encarnado, y ahora hace visible esa gloria por medio de la humanidad que Él ha hecho suya. Habitaba en una luz inaccesible, y ahora se ha encarnado y ha hecho accesible y visible esa luz divina.
El otro elemento nuevo es la adoración al portador de esa luz, Cristo, el Hombre-Dios: Dios Uno era adorado en su santuario, en el templo, ahora es adorado en la Persona de Cristo, en su humanidad. El hecho de que esta gloria se exprese en, a través y por medio de la humanidad de Cristo, está indicando que Dios, que debe ser adorado en su gloria, debe ser adorado también en esa humanidad suya, la humanidad asumida por el Hijo Unigénito, por el Logos, por el Verbo. El Padre comunica al Hijo desde la eternidad su gloria; esa gloria resplandece ahora y se hace visible a los hombres a través de la humanidad santa de Cristo, que actúa como un cristal que deja traslucir esa gloria luminosa. Si Dios debía y merecía ser adorado por su infinita gloria, ahora debe ser adorado en su humanidad santísima, que está impregnada, empapada, por así decirlo, de esa gloria. Al adorar a Cristo, Hombre-Dios, no se deben separar lo humano de lo divino y adorar sólo lo divino, sino que se lo debe adorar también en su humanidad .
Queda sin embargo por responder la pregunta de por qué Jesús hace resplandecer su gloria recién en el Tabor. Si se observan las cosas en términos de luz-oscuridad, podríamos decir que la naturaleza humana, es oscura, en comparación con la naturaleza divina: “Dios es luz”, dice el evangelista Juan. Y esa luz de Dios, que es Dios en sí mismo, una luz desconocida para nosotros, se encarna y queda oculta, opacada y oscurecida en el momento de la Encarnación, ya que Jesús, siendo Dios en Persona y por lo tanto luz divina en Persona, nace milagrosamente como niño humano, pero sin dejar traslucir esa luz que le pertenece por herencia y derecho natural. Es por un milagro de su omnipotencia que la luz eterna que es él mismo no se transparenta ya desde el momento de su nacimiento . Este ocultamiento y opacamiento de la luz eterna de su ser divino desde el momento de su nacimiento, es un milagro mayor aún que la propia transfiguración; es un milagro que le permite llevar a cabo su Pasión. Si Jesús hubiera permitido que todos lo viesen tal como era desde su nacimiento, como lo hizo en el Monte Tabor solo para sus discípulos, nadie habría dudado que era Dios en Persona. Pero tampoco habría podido demostrar su Amor por medio de su Pasión, ya que el estado de glorificación supone la incapacidad absoluta de sufrir de cualquier manera. Es por esto que la ocultación de su divinidad, de su estado de gloria, es lo que le permite el poder sufrir el misterio pascual de su muerte y resurrección.
Además de esto, hay otro significado en la manifestación de la luz por parte de Cristo: significa, en la teología oriental, el conocimiento de Dios como Uno y Trino; Cristo nos manifiesta la luz con la cual podemos conocer a Dios tal como es, como Trinidad de Personas, dando cumplimiento al salmo: “En tu luz vemos la luz” : por la luz de Cristo, el alma puede, en la contemplación mística, contemplar y unirse a Dios Trinidad .
Por constituir un misterio insondable, que sobrepasa el tiempo por radicarse en el ser eterno de Dios, el milagro del Tabor no se quedó en el tiempo: la misma gloria de Cristo Jesús, Dios encarnado, se revela en la prolongación de su encarnación, el sacramento del altar.
La Eucaristía contiene en sí toda la gloria y la vida divina que Dios Padre comunica al Hijo y que el Hijo comunica a su humanidad y a todos los que se unen a Él por su humanidad , es por eso que el altar es para el cristiano como un Monte Tabor, desde el cual Cristo, oculto no en su humanidad, sino en apariencia de pan, refleja su gloria de Hijo Unigénito, visible a los ojos de la fe y, al igual que los discípulos, que luego de subir al Monte Tabor acompañaron a Jesús al Monte Calvario, así nos participa en la comunión su gloria infinita, su alegría de Dios Uno y Trino, para glorificar a Dios Trino en el sobrellevar la cruz en el Calvario de la vida, en el camino de la cruz, escalera al cielo.

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