jueves, 22 de septiembre de 2011

Herodes quería ver a Jesús




“Herodes quería ver a Jesús” (cfr. Lc 9, 7-9). Herodes quiere saber quién es Jesús, pues duda y no sabe si es Juan, que según le dicen, ha resucitado, o si es Elías, o algún otro profeta.

En sí mismo, el deseo de conocer a Jesús es bueno, pero queda pervertido por la intención torcida de Herodes, quien desea conocerlo sólo por curiosidad, y no para convertirse.

Que Herodes quiera conocerlo por curiosidad malsana, se verá luego en las Horas de la Pasión, en donde tendrá la oportunidad de estar frente a frente con Jesús.

Pero como Herodes es un disoluto, un pervertido, que se deja arrastrar por las pasiones, al quedar frente a Jesús, es inmune a la luz de la gracia que Jesús irradia, y por eso pide vana y sacrílegamente milagros, como si Jesús fuera un “hacedor de milagros” dispuesto a satisfacer los deseos de diversión de un perverso.

Ante el silencio de Jesús, que lo contempla con pena y con dolor, pues ve cómo el alma de Herodes está envuelta en la confusión que se deriva de la materialidad y de la carnalidad, Herodes lo hace vestir con una túnica blanca, como señal que advierta a los demás que Jesús presenta un trastorno mental, cuando en realidad es él quien, enturbiada su mente por el alcohol y por las pasiones sin control, ha perdido la razón, y es incapaz de reconocer a su Dios y de recibir su gracia.

Cuando se ven tantos jóvenes hoy en día, que se dejan arrastrar por la falsa idea mundana de que esta vida está para ser “disfrutada”, por medio del alcohol y de las drogas y de los placeres mundanos; cuando se ve a la juventud dominada por sus pasiones más bajas, y arrastrada lejos de la Presencia de Dios por los falsos ídolos, se recuerda a Herodes, cuya figura se ve multiplicada cientos de miles de veces, tantas, como tantos son los jóvenes disolutos, porque así como Herodes era rey del Pueblo Elegido, así cada joven está llamado a ser rey del Nuevo Pueblo Elegido, en la imitación de Cristo, Rey de los hombres.

Pero al igual que Herodes, a quien sus pasiones lo obnubilaban y le impedían reconocer a Dios Hijo, Presente en Persona en Jesús de Nazareth, así también a cientos de miles de jóvenes católicos, sus pasiones le impiden recibir la gracia para reconocer a Cristo en la Eucaristía.

Muchos, viviendo la vida en clima de fiesta malsana, son arrebatados repentinamente por la muerte, y son llevados ante la Presencia de Dios, para recibir el juicio particular.

Muchos comprenderán, en ese momento –demasiado tarde-, que ese Jesús de Nazareth, que venía a ellos en la Eucaristía dominical, a quien despreciaron, negaron, olvidaron, sustituyeron por sus pasiones, era el Único capaz de salvarlos.

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