lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo?



“¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?” (cfr. Lc 9, 51-56). La pregunta de los discípulos ante la negativa de algunos a recibirlos refleja, por un lado, la conciencia que tenían de ser partícipes del poder divino debido a Jesús, pero por otro lado, refleja que no han entendido el mensaje de Jesucristo.

Los discípulos se enojan porque no les han permitido predicar ni alojarse, y por eso quieren “enviar fuego del cielo” para hacer arder y desaparecer a los ocasionales enemigos.

Pero este no es el mensaje de Jesucristo. Si bien tienen el poder, dado por Jesucristo, una acción tal se ubicaría en las antípodas del mensaje evangélico de perdón de las ofensas y de amor al enemigo, y sería en cambio una continuación de la ley del Talión, ojo por ojo y diente por diente.

Jesús los reprende doblemente: porque no supieron amar a sus enemigos, perdonando la ofensa recibida, con lo cual demostraron que las enseñanzas de Jesús fueron oídas material y corporalmente, pero no fueron asimiladas para convertir el corazón, y porque el fuego que Jesús sí quiere hacer descender sobre la humanidad, no es un fuego material, destructor, en el que todo queda reducido a cenizas, provocando destrucción, muerte y dolor, sino otro fuego muy distinto, el Fuego del Amor divino, el Espíritu Santo, que abrasa al alma encendiéndola en el amor de Dios, comunicándole la vida, la luz, la alegría y la paz de Dios.

Los discípulos quieren enviar fuego del cielo, pero para aniquilar y matar a sus enemigos; Jesús también quiere incendiar a los hombres con fuego venido del cielo –“He venido a traer fuego ¡y cómo quisiera verlo ya ardiendo!” (cfr. Lc 12, 49-53)-, pero el fuego de Jesús es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que da la vida y el amor divino a quien lo alcanza.

El deseo de Jesús se hará realidad en Pentecostés, cuando Él, junto a su Padre, desde el cielo, soplen el Espíritu Santo, que se aparece como lenguas de fuego, abrasando en el amor de Dios a la Iglesia naciente. Es el mismo fuego que sopla Jesús, como Sumo Sacerdote, a través de las palabras de consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial, y es el mismo fuego que Él, desde la Eucaristía, comunica al alma que lo recibe con fe y con amor.

Es este el fuego que viene a traer Jesús, con el cual quiere incendiar nuestras almas, y nada tiene que ver con el fuego material, que sólo provoca destrucción y muerte, el deseado por el ánimo de venganza de los discípulos de Jesús.

1 comentario:

  1. ¡Muchas gracias por la reflexión!
    Ese fuego que nos trae Jesús es Su Espíritu
    Santo... para que nos amemos y seamos santos.
    Dos le bendiga!!!

    ResponderEliminar