lunes, 10 de octubre de 2011

Dad limosna y así todas las cosas serán puras para vosotros


“Dad limosna y así todas las cosas serán puras para vosotros” (cfr. Lc 11, 37-41). Un fariseo se asombra porque Jesús no hace las abluciones rituales antes de comer, con lo cual comete una falta a las disposiciones legales que las prescribían.

La respuesta de Jesús va orientada a hacer ver, a este fariseo, a todos los fariseos, y a quienes falsean la religión como ellos, al poner el acento en las prescripciones y no en la caridad, que la esencia de la religión no está en lo exterior, sino en el corazón.

Lo que Jesús quiere hacerle ver al fariseo –y en él, a todos nosotros-, es que la religión es algo vacío y falso cuando, a los actos exteriores, no les preceden y acompañan, desde lo más profundo del corazón y del alma, la caridad, la compasión, la misericordia, la bondad.

De nada vale cumplir escrupulosamente un rito exterior, si en el corazón hay “rapiña y maldad”, porque de esta manera, todo el acto religioso queda falseado, pervertido, falsificado. De nada vale la oración, el ayuno, la penitencia, la asistencia a Misa, la comunión, la confesión, si no hay, en lo más profundo del ser y del alma, el deseo de convertir el corazón, de erradicar del corazón los vicios, las malas intenciones, los malos pensamientos, las malas miradas, los prejuicios, los rencores, las impaciencias, las faltas de perdón, las indiferencias ante la suerte eterna de mi prójimo, que no tiene fe como tengo yo.

Si esto es así, si del corazón humano salen todas las maldades, y si la religión practicada por un corazón humano del cual brota la maldad (cfr. Mc 7, 21) desagrada a Dios; ¿qué es lo que debemos hacer para cambiar? ¿De qué manera convertir el corazón, de donde sale la maldad, como dice Jesús, en un corazón del cual brote la caridad, la paz, el perdón, la compasión?

Lo que debemos hacer es recibir la gracia santificante, que se nos da en los sacramentos, y antes que esto, predisponer el corazón para la conversión por la gracia, mediante la limosna, tal como lo dice Jesús: “Dad limosna y todas las cosas serán puras para vosotros”, y esto porque la limosna –material, como el dinero, o espiritual, como una oración por alguien que lo necesita- cubre “multitud de pecados” (cfr. 1 Pe 4, 8), porque demuestra que la persona, al privarse de algo que necesita, se compadece de la suerte de su prójimo, y la compasión es ya un signo de conversión.

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