viernes, 18 de noviembre de 2011

Habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones



“Habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones” (cfr. Lc 19, 45-48). Al igual que el Templo de Jerusalén, que habiendo sido construido para ser lugar de oración, como expresión del amor a Dios, fue convertido en “una cueva de ladrones” por los cambistas y vendedores de bueyes y palomas, pervirtiendo de esa manera su fin primordial y único, así también el corazón del hombre, creado por Dios Trinidad para ser morada de las Divinas Personas, fue pervertido por el mismo hombre, desplazando a las Divinas Personas por el amor al dinero y a las pasiones desordenadas.

El corazón humano ha sido creado intencionalmente por Dios para ser morada suya, en donde las Tres Divinas Personas habiten y vivan en él, y es por eso que la oración, esto es, el diálogo de amor por el cual el hombre recibe la vida divina, es la tarea primordial, originaria, única y exclusiva del hombre. La oración, fundada en la fe y en la esperanza, es el fundamento de la caridad, es decir, del amor sobrenatural infundido por Dios, con el cual el hombre debe amar a Dios y al prójimo, cumpliendo así el fin para el cual fue creado. Esto muestra cómo la oración para el hombre no es un nunca una tarea agregada y secundaria, cumplida a veces con fatiga y fastidio, como si fuera una carga pesada, sino la ocupación central, primordial, originaria y exclusiva del corazón humano.

Pero muchos hombres, en vez de hacer de su corazón una casa de oración –continua, piadosa, ferviente, afectuosa, amorosa-, perfumada con el aroma exquisito de la gracia, en la cual se rinda homenaje de amor a Dios y al prójimo, lo han convertido, como dice Jesús, en una cueva de ladrones, porque rinden culto al dinero, y en un establo, porque lo han inundado con el olor maloliente de las pasiones sin control.

“El cuerpo es templo del Espíritu Santo”, dice San Pablo, y por este motivo, quien profana su cuerpo, o el del prójimo, profana a la Persona del Espíritu Santo que en él mora, y es la razón por la cual se enciende la ira de Jesús.

Lo que los ojos ven, es eso lo que ingresa al templo que es el cuerpo, y es así que ver un espectáculo inmoral, o más aún, deleitarse siquiera con pensamientos inmorales, equivale a hacer ingresar en el templo material a decenas de animales y dejarlos encerrados para que lo ensucien con sus necesidades fisiológicas, y equivale también a empapelar sus paredes con imágenes indecentes; y es así como escuchar música indecente, equivale a hacer resonar, en el templo consagrado a Dios, música blasfema, y es así como el consumir alcohol, tabaco, drogas, o sostener conversaciones impuras, equivale a hacer todo eso en el mismo templo material.

¿Cómo no ha de enojarse Jesús, con tantos niños y jóvenes que, engañados por el materialismo y el hedonismo imperantes, profanan sus cuerpos, templos de oración?

¿Cómo no ha de enojarse Jesús, con los padres de esos niños y jóvenes, que alientan y aplauden esas profanaciones?

1 comentario:

  1. ¿Cómo ha de enojarse Jesús con esos curas que vuelven instituciones educativas en lugares de corrupción?

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