domingo, 13 de noviembre de 2011

Muchos cristianos entierran sus talentos, o los usan en contra del Reino de Dios



“Has sido fiel en lo poco, pasa al gozo de tu Señor” (cfr. Mt 25, 14-30). Con la parábola de los servidores y los talentos, Jesús nos enseña que nosotros a su vez, debemos hacer rendir los talentos que hemos recibido de Él.

Los talentos son los dones de todo tipo, materiales, espirituales, morales, naturales y sobrenaturales, que poseemos, y que debemos poner al servicio del Jesús y de su Iglesia.

Nadie puede decir: "No he recibido nada", "No sé hacer nada", "No puedo contribuir en nada al servicio del Reino de Dios y su Iglesia", porque todos hemos recibido algo, algún talento, algún don, en mayor o menor medida, el cual debe ser utilizado en favor de nuestros hermanos, por su salvación. Los talentos son diversos, como diversas son las personas que los poseen, y así es como algunos sobresalen por su inteligencia práctica, otros por su inteligencia teórica; unos, son más capaces para un cierto tipo de tareas, y otros, para otras, y esto sin contar con los dones sobrenaturales que todos hemos recibido, comenzando con el don de la filiación divina, recibido en el Bautismo, siguiendo con el don del Espíritu Santo, recibido en la Confirmación, continuando luego con las innumerables gracias actuales, habituales, de estado, y de todo tipo, que continuamente recibimos, y todo esto sin tener en cuenta la gracia del perdón divino en cada confesión sacramental, y el océano infinito de gracias recibidos en cada comunión sacramental. Nadie puede decir: "No tengo talentos", porque todos hemos recibido alguno y más que alguno, varios, y si no los ponemos a rendir, es porque sencillamente no queremos.

Con respecto a los talentos naturales, como la inteligencia, la voluntad, la memoria, o las distintas capacidades manuales, no quiere decir que serán estos los que salvarán a nuestros hermanos, pero sí es cierto que, a través de ellos, la gracia de Dios actúa, multiplicándolos cientos de miles de veces, para que sí sean útiles. Si no crecemos en la santidad, si no avanzamos en el camino del crecimiento espiritual, es porque no hacemos uso de nuestros talentos. Esto perjudica no solo a nuestra propia vida espiritual, sino a la de todo el Cuerpo Místico, es decir, a toda la Iglesia.

La parábola de los talentos va dirigida entonces a hacernos tomar conciencia de esta realidad: que somos poseedores de muchos dones y virtudes, y que es necesario, para nuestra salvación y la de los demás, activarlos y hacerlos producir. Si el mundo está sumergido en el mal y en la oscuridad, si el mal avanza incontrolable sobre los cristianos y la misma Iglesia, es porque muchos, muchísimos cristianos, ni siquiera saben cuáles son sus propias capacidades, dones, virtudes, talentos, y así, sin saber qué es lo que pueden hacer, no los utilizan.

Pero el problema actual en la Iglesia no radica únicamente en que los cristianos no han puesto sus talentos al servicio de Dios y su Iglesia, sino que, en una muestra de iniquidad que asienta en el corazón inficionado por el pecado original, y que tiene sus antecedentes en la traición de Judas Iscariote, los han usado y hecho fructificar en el mal, en un sentido radicalmente inverso al del Reino de Dios.

¿Cuántos cristianos, haciendo mal uso de sus talentos, cooperaron, con sus inteligencias, voluntades, esfuerzos, tiempo, dinero, para proponer, redactar, aprobar, llevar a la práctica, la ley del divorcio, la ley del homomonio? ¿Y cuántos son los que se esfuerzan, con todas sus capacidades, para sacar adelante las leyes criminales del aborto y la eutanasia?

¿Cuántos cristianos, enterrando los talentos de la Fe, la Esperanza y la Caridad, recibidos en el bautismo, cooperan para que se escuche la música indecente, perversa, atea, como la cumbia y el cuarteto, el rock pesado, y muchos otros géneros musicales más?

¿Cuántos cristianos son los que utilizan sus inteligencias, sus voluntades, sus memorias, sus capacidades creativas, para que sean una triste realidad los espectáculos inmorales de teatro y de televisión?

¿Cuántos cristianos, enterrando a más de diez metros bajo tierra los talentos del pudor, de la vergüenza y de la castidad, cooperan activamente, encendiendo el televisor o navegando en la red, para ver espectáculos que denigran la condición humana y ofenden gravemente la majestad de Dios?

¿Cuántos cristianos, que tienen el talento de saber leer, que tienen el talento de imaginar, que tienen el talento de pensar, en vez de utilizarlos para crecer espiritualmente, es decir, para leer libros que ayuden a la santidad, o en vez de usarlos para rezar meditativamente el Santo Rosario, o de tantas otras formas, los usan para ver televisión, para ver internet, para perjudicar al prójimo de alguna manera?

¿Cuántos cristianos, que tienen talento para asistir a los pobres, a los desvalidos, a los enfermos, por pereza y por ignorancia de lo que poseen, dejan morir a sus hermanos en el dolor, el abandono y el sufrimiento?

¿Cuántos cristianos, que tienen el talento de la pedagogía, dejan que niños y jóvenes crezcan sin conocer el Catecismo, porque no hay nadie que les enseñe?

¿Cuántos cristianos, que tienen el talento de ser hombres de política, es decir, de dedicarse a las cosas del bien común, permiten, por dejadez y por avaricia, que miles de hermanos suyos vivan hacinados en villas miserias?

"Siervo perezoso y malo, has desperdiciado tiempo y talento, no has sabido ni querido aprovechar los dones que te he dado, no puedes entrar en el Reino de los cielos. Te será quitado hasta lo que crees tener, y quedarás para siempre fuera del Reino de mi Padre, donde solo hay llanto y rechinar de dientes".

Si no queremos escuchar estas terribles palabras de Jesucristo en el día de nuestro juicio particular, nos revisemos a nosotros mismos, descubramos nuestros talentos, y pongámoslos al servicio de Cristo y de su Iglesia. Sólo de esta manera entraremos en el Reino de los cielos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario