martes, 22 de noviembre de 2011

Todos los odiarán por causa mía



“Todos los odiarán por causa mía” (cfr. Lc 21, 12-19). Es el odio del paganismo y del neo-paganismo, un odio que no se explica por las meras pasiones humanas, puesto que se trata de un odio preternatural, originado en la voluntad perversa y diabólica del ángel caído.

Nuestro mundo actual crece, día a día, minuto a minuto, en el rechazo de Dios Trino y de Jesucristo, y esto se puede ver en la práctica totalidad de las manifestaciones de la cultura y del pensamiento del hombre: en el cine, en la televisión, en Internet, en los espectáculos, en la música, en los entretenimientos, en las leyes contrarias a la vida y a la naturaleza humana.

Cada vez más, la sociedad se vuelca hacia el neo-paganismo propiciado por la Nueva Era, y cada vez más, el mundo se vuelve contrario a la Iglesia de Dios y a sus enseñanzas.

La persecución actual no es tanto la cruenta, que sí existe, sobre todos en países en donde el Islam es la religión mayoritaria y en donde impera la “sharia” o ley islámica; la persecución contra la Iglesia, en nuestro país, en nuestro continente, se hace notoria desde que se enciende la televisión o se conecta a Internet, ya que sobreabundan los signos y las señales de una creciente paganización y satanización de todo el quehacer de la sociedad.

De continuar este ritmo de crecimiento, el neo-paganismo y el luciferianismo no tardarán en colisionar, esta vez sí cruentamente, contra la Iglesia, renovando la persecución sufrida en los primeros siglos del cristianismo.

Para cuando eso suceda, y también desde ahora, el cristiano debe tener en mente dos cosas: la primera, que el Infierno jamás triunfará sobre la Iglesia, según la promesa de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18); la segunda cosa a tener presente, desde ahora, es lo que dice San Pablo: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra las potestades espirituales malignas de los cielos” (Ef 6, 12), y el mandato de Jesús: “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 44), lo cual quiere decir que, lejos, muy lejos de condenar al prójimo que se encuentra objetivamente en el error –ateísmo, materialismo, hedonismo, satanismo, paganismo-, el cristiano debe tener la disposición espiritual y anímica de dar la vida por ese prójimo, pues eso es lo que implica el ser cristiano.

“Todos los odiarán por causa mía”. Si en el final de los tiempos la gran mayoría de los hombres estarán poseídos por Satanás y actuarán, movidos por el odio y comandados por el Anticristo, contra la Iglesia, los cristianos, movidos por el Amor divino derramado por Cristo en la Cruz, deberán demostrar ese Amor, recibido en cada comunión eucarística, dando sus vidas por sus enemigos. Sólo así salvarán sus almas y las de aquellos que los ejecutarán. Sólo así conseguirán la vida eterna.

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