sábado, 10 de diciembre de 2011

Dios Hijo viene como Niño no por obligación, sino para darnos su Amor


En Adviento nos preparamos, por medio de la oración, la penitencia, la mortificación y las obras de misericordia, para recibir a Dios, que ha de venir para Navidad, como un Niño.
         Y ante la expectativa por su llegada, nos preguntamos acerca del motivo de esta Venida: ¿viene por obligación? ¿Viene por necesidad? ¿Dios se encarna porque tiene necesidad de sus criaturas, los hombres? Si Dios no viniera como Niño, ¿podríamos los hombres, después de esta vida, evitar el infierno y llegar al cielo? Si Dios no viniera como Niño, ¿podríamos los hombres vivir en paz y en armonía con el resto de los seres humanos?
         A esto hay que responder que Dios no viene por obligación ni por necesidad de ninguna índole, puesto que Dios no necesita absolutamente de nada ni de nadie; Él, en su Triunidad de Personas Divinas, es absolutamente feliz y perfecto, y no necesita de sus criaturas para acrecentar mínimamente su eterna bienaventuranza. La otra cosa que debemos saber es que, si Dios no se hubiera encarnado y venido como Niño, jamás podríamos haber llegado al Cielo, porque las puertas del Cielo, luego del pecado de Adán y Eva, quedaron cerradas herméticamente para toda la humanidad, y en cambio las puertas que sí quedaron abiertas, fueron las puertas del Infierno, lugar al que indefectiblemente estaba condenada toda la humanidad, no por voluntad de Dios, que no creó el infierno para los hombres, sino por voluntad de los mismos hombres, que libremente eligieron separarse de Dios.
         Cuando Dios se encarna, entonces, en la Persona del Hijo, y viene a este mundo como Niño, no lo hace ni por obligación ni por necesidad, y con su Encarnación, Muerte y Resurrección, abre las puertas del Cielo para toda la humanidad.
         Y todo esto lo hace por el más puro y gratuito Amor, para comunicarnos de su mismo Espíritu, que es Amor Purísimo, Perfectísimo, Santo, eterno e infinito.
         Es para esto para lo que Dios se encarna en el seno de María Virgen, y es para esto para lo que nace en un pobre Pesebre de Belén.
Él viene a darnos Amor, gratuita y libremente, un Amor que supera infinitamente todo lo que el hombre pueda desear, un Amor que extra-colma de felicidad el corazón del hombre.
Dios Hijo viene como Niño en Belén para darnos su Amor. ¿Y qué es lo que le dan a cambio los hombres?
De los hombres, el Niño Dios recibe sólo indiferencia y frialdad, aún antes de nacer, tal como lo relata el Evangelio, al describir el peregrinar de la Virgen y de San José por las posadas de Belén, mendigando un lugar para que nazca el Rey de cielos y tierra.
Pero también el Evangelio de Juan nos habla acerca del rechazo de Dios, que es luz, por parte de los corazones de los hombres, envueltos en las tinieblas del pecado y de la ignorancia: “En el principio era el Verbo, el Verbo era Dios, el Verbo era la luz y la vida de los hombres (…) La luz vino a las tinieblas, pero las tinieblas la rechazaron”.
Frente al Amor de Dios que se dona en plenitud; frente al Amor de Dios que se dona sin reservas; frente al deseo de Dios de iluminar las tinieblas de los hombres con la luz de su divinidad, la respuesta de los hombres es el más duro rechazo y la más fría de las indiferencias.
Pero los hombres, frente a Dios que se dona con la totalidad de su Ser divino en el Niño de Belén, los hombres, no contentos con el rechazo y la indiferencia, van más allá, y a ese Niño Dios que viene a donar el Amor divino, levantan sus manos para agredirlo con ferocidad, con la intención de dañarlo y, si es posible, de quitarle la vida subiéndolo a la Cruz.
Esto no es invención, sino la realidad de lo que sufrió Dios Hijo al venir a este mundo. Fueron muchos los santos que vieron al Niño recién nacido y cómo era tratado, siendo Él recién nacido, y este trato lo recibía de parte de los niños principalmente. Uno de estos santos es la Beata Ana Catalina Emmerich[1].
Dice así esta santa: “Lo vi recién nacido (al Niño Dios) y vi a otros niños venir al pesebre a maltratarlo. La Madre de Dios no estaba presente y no podía defenderlo. Llegaban con todo género de varas y látigos y le herían en el rostro, del cual brotaba sangre y todavía presentaba el Niño las manos como para defenderse benignamente; pero los niños más tiernos le daban golpes en ellas con malicia. A algunos sus padres les enderezaban las varas para que siguieran hiriendo con ellas al Niño Jesús. Venían con espinas, ortigas, azotes y varas de distinto género, y cada cosa tenía su significación (…) Vi crecer al Niño y que se consumaban en Él todos los tormentos de la crucifixión. ¡Qué triste y horrible espectáculo! Lo vi golpeado y azotado, coronado de espinas, puesto y clavado en una cruz, herido su costado; vi toda la Pasión de Cristo en el Niño. Causaba horror el verlo. Cuando el Niño estaba clavado en la cruz, me dijo: "Esto he padecido desde que fui concebido hasta el tiempo en que se han consumado exteriormente todos estos padecimientos”.
         Dios Hijo se nos acerca como Niño recién nacido para que no tengamos miedo en acercarnos a Él, y para que no dudemos de sus intenciones, que es la de darnos su Amor. En efecto, ¿quién, en su sano juicio, haría daño a un niño recién nacido? ¿Quién, en su sano juicio, dudaría que un niño recién nacido tenga otro sentimiento que no sea el amor?
         Y sin embargo los hombres, a este Niño recién nacido, lo insultan, lo golpean –en los niños de la visión de Ana Catalina Emmerich estamos representados todos los hombres en nuestra niñez, con todas nuestras acciones malas, nuestros pensamientos malos, nuestros deseos malos- y, no contentos con esto, lo suben a una Cruz, en donde siguen insultándolo, privándolo de todo afecto y amor, hasta lograr su muerte.
         ¡Qué misterio el misterio de iniquidad que anida en el corazón del hombre, que llega al extremo de matar a su Dios en una Cruz!
         Pero si es grande este misterio de iniquidad, es infinitamente más grande el misterio del Amor de Dios que no solo perdona al hombre sus maldades, sino que, en el extremo de la locura de amor, a pesar del rechazo y de la indiferencia de muchos, se dona a sí mismo en su totalidad, con su Ser divino, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en el sacramento de la Eucaristía.
         Adviento es el tiempo de preparación para recibir a un Dios que es Amor infinito, que se nos dona con todo su Amor en la simplicidad de la Eucaristía.
         No seamos indiferentes y fríos a su Amor, no golpeemos a nuestro Dios que sólo quiere darnos su Amor; démosle, a cambio, la pobreza de nuestro corazón, en acción de gracias por su Nacimiento en Belén.


[1] Cfr. Beata Ana Catalina Emmerich, Nacimiento e infancia de Jesús. Visiones y revelaciones, Editorial Guadalupe, Buenos Aires 2004, 165-166.

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