jueves, 16 de febrero de 2012

El hombre comenzó a ver



“El hombre comenzó a ver” (cfr. Mc 8, 22-26). Como consecuencia de la imposición de manos de Jesús, y de ponerle saliva en los ojos, un hombre ciego comienza a ver. En el episodio, no llama la atención la curación, sino el modo, ya que, a diferencia de la casi totalidad de las curaciones milagrosas relatadas en el Evangelio, que son súbitas, esta es gradual. De hecho, el ciego, luego de la primera imposición de manos de Jesús, y luego de ponerle saliva en los ojos, y ante la pregunta de Jesús de si ve algo, el ciego, que ha comenzado a ver, le responde que sí, que ve algo, pero todavía de forma borrosa: “veo los hombres como si fueran árboles”. Luego de la segunda imposición de manos, el ciego recupera totalmente la vista.
¿Por qué esta curación más lenta, en dos etapas, mientras la mayoría de las curaciones son instantáneas?
No es porque el poder de Jesús se haya debilitado, o porque la ceguera del ciego sea rebelde a la cura. Probablemente haya un significado oculto, espiritual. Si el ciego, y la ceguera, representan al hombre sin la gracia, y si Jesús es la luz del mundo, y si es gracias a su luz que es la gracia, el hombre puede ver las cosas espirituales, sobrenaturales, dejando atrás un modo de ver oscuro y ciego, un modo de ver puramente natural, entonces la curación en dos etapas puede representar distintos grados de luz en una misma persona o, lo que es lo mismo, distintos estados de su vida espiritual.
Cuando inicia la conversión, ve las cosas de Dios y de la Iglesia como quien ve borroso, a la distancia; intuye que “hay algo” en la Eucaristía, en la Misa, en la Confesión sacramental, en los restantes sacramentos, pero todavía no sabe bien de qué se trata. Intuye que el trato dado al prójimo algo tiene que ver con su propia salvación eterna, pero no entiende bien cómo puede ser la relación.
Avanzando en la vida espiritual, y mediando mucho tiempo dedicado a la oración, al sacrificio, al ayuno, a la abstinencia ante todo del mal y del pecado, e iluminado cada vez más por la gracia, es capaz ya de distinguir claramente la Presencia de Cristo en la Eucaristía y en la Santa Misa, y su misteriosa acción en los sacramentos. Ve claramente que no se salvará si no ama a su prójimo, en primer lugar a su enemigo.

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