sábado, 31 de marzo de 2012

Domingo de Ramos



(Domingo de Ramos - Ciclo B - 2012)
        En este Domingo, como su nombre lo indica, la Iglesia toda conmemora el ingreso triunfal de Jesús a Jerusalén, ingreso en el que fue saludado con ramos de olivo. En su forma solemne, la Santa Misa da inicio con una procesión, en la que se lee el Evangelio que relata el ingreso de Jesús en Jerusalén, y la entrada y posterior procesión del sacerdote hacia el altar, imitan a Jesús en su entrada triunfal en la Ciudad Santa. El episodio no es anecdótico; todo lo contrario, por el misterio de la liturgia, la Iglesia toda se hace partícipe de este ingreso triunfal, y como en la multitud, compuesta por el Pueblo Elegido, está prefigurado el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, se hace necesario reflexionar acerca de lo sucedido en ese momento, para determinar cuáles son sus enseñanzas espirituales.
¿Qué sucede el Domingo de Ramos? La multitud lo aclama, cantando hosannas y aleluyas, reconociendo en Cristo al Mesías de Israel, el anunciado por los profetas, aquel que venía en nombre de Dios. La muchedumbre se muestra agradecida porque Jesús ha obrado maravillas y prodigios asombrosos, sin número, maravillas y prodigios que han colmado sus expectativas, que han demostrado ser una bendición del cielo. Allí, en la muchedumbre, están los que "comieron hasta saciarse" gracias al milagro de la multiplicación de los panes; están los que fueron curados de su ceguera, de su sordera, de su mudez; están los que fueron curados de su posesión demoníaca; están todos los que recibieron milagros, prodigios, curaciones, sanaciones, de parte de Jesús.
         Todos cantan, alaban, glorifican a Jesús, porque les ha satisfecho el hambre, les ha traído salud, paz, alegría, y por eso acompañan a Jesús en su ingreso a la ciudad de Jerusalén.
         Sin embargo, solo unos cuantos días después, el Viernes Santo, la misma multitud, la misma muchedumbre, compuesta por aquellos mismos que recibieron dones maravillosos de parte de Jesús, será la que, inexplicablemente, elija a Barrabás en vez de Jesús, posponiéndolo por un malhechor, reemplazando a su benefactor por un asaltante y homicida; la misma muchedumbre, que antes había aclamado hosannas y aleluyas a Jesús, será ahora la que pedirá a gritos su crucifixión: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" (Lc 23, 21-23); la misma multitud que había aclamado, exultante, a quien bajando del cielo curó sus males y expulsó los demonios que la atormentaban, clama ahora, con furia deicida, que la sangre bendita del Hombre-Dios, que saltará a borbotones a causa de las heridas recibidas, "caiga sobre ellos y sobre sus hijos" (cfr. Mt 27, 25), demostrando con esta petición que del cielo no quiere ya más la bendición, sino la condena en el infierno, porque es eso lo que espera a quien voluntariamente rechaza el don del Cielo; la misma multitud que lo trató como al Mesías esperado, lo trata ahora despiadadamente, como no se trata ni al peor de los delincuentes; la misma multitud que lo acompañó entre cantos de alegría a su ingreso en Jerusalén, lo expulsa ahora de la misma ciudad, entre insultos, gritos de odio y de muerte, y de blasfemias.
         ¿Qué es lo que pasó, entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo, para que se produjera semejante cambio, que llevara del amor a Jesús al odio desenfrenado que sólo puede aplacarse con su muerte en cruz?
         Lo que explica el cambio en la multitud es la presencia del "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 1ss) que anida en el corazón del hombre, que hace que de este corazón surja toda clase de males: "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez" (Mc 7, 20-23).
        
         Y debido a que este “misterio de iniquidad” anida tanto en el Pueblo Elegido, como en el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, en esta muchedumbre deben verse reflejados los cristianos, que en un momento parecen alabar a Jesús, y en otro lo niegan, obrando el mal. En esta muchedumbre ambivalente están comprendidos aquellos que no terminan de recibir la comunión, y ya están calumniando, difamando, hablando mal, criticando, a su prójimo; en esta muchedumbre cambiante deben verse los cristianos que, recibiendo una prueba como don del cielo que hace participar de la Cruz de Jesús, inicialmente la aceptan, pero cuando la prueba se hace más dura, la rechazan, se quejan, no la aceptan, reniegan de ella, y desearían que les fuera quitada; en esta muchedumbre que del amor pasa al odio, están los cristianos que en apariencia son cristianos, es decir, aparentan vivir los Mandamientos de la Ley divina, pero a la hora de la verdad, no dudan en ver programas inmorales, cometer estafas, aceptar sobornos, consentir la envidia, la lascivia, la soberbia.
        
        Ayer, el Pueblo Elegido, luego de aclamar a Jesús el Domingo de Ramos, pocos días después, el Viernes Santo, pide a gritos su crucifixión.
         Los cristianos, que forman el Nuevo Pueblo Elegido, deben preguntarse cómo se comportan con relación a Jesús, que viene en nuestro tiempo, no montado en un humilde borriquito, sino escondido bajo la apariencia de pan, para entrar, no en la ciudad de Jerusalén, sino en el alma.
         ¿Qué encuentra Jesús Eucaristía en el corazón del que lo recibe en la comunión? ¿Alabanzas sinceras, declamaciones de amor, reconocimiento con obras de misericordia de que Él es el Mesías elegido?
         ¿O, por el contrario, escucha los mismos gritos del Viernes Santo?
         Cada cristiano, libremente, con el trato que da a su prójimo, decide aclamar a Jesús, como en el Domingo de Ramos, o vituperarlo hasta la muerte de cruz, como en el Viernes Santo.

jueves, 29 de marzo de 2012

Antes que naciera Abraham Yo Soy


“Antes que naciera Abraham Yo Soy. Entonces tomaron piedras para apedrearlo” (cfr. Jn 8, 51-59). La auto-proclamación de Jesucristo como Dios desencadena una irracional reacción por parte de los judíos: recogen piedras del suelo para apedrearlo, aunque en realidad, más que apedrearlo, lo que quieren hacer con Jesús es matarlo.

Lejos de suscitar actos de amor y de adoración, el hecho de declararse Jesús como Hijo de Dios suscita entre los judíos un ardoroso deseo de matarlo. Este impulso homicida, que forma parte esencial y central del misterio de iniquidad que anida en el corazón del hombre, conducirá luego a la crucifixión y muerte del Hombre-Dios.

Pero el misterio de iniquidad y el odio deicida contra el Hombre-Dios no es, lamentablemente, privativo de los judíos. Muchos pueblos, a lo largo de la historia, han demostrado el mismo odio deicida, el mismo odio a muerte a Dios y a su Hijo, que se desencadena, no contra el Hombre-Dios, que ya no está corporalmente en la tierra, sino contra su imagen, contra su creación más amada, el hombre, y es así como pueblos llamados "cristianos", que deberían custodiar la vida humana -más que como imperativo de ley natural, por el hecho de ser la vida humana don y creación divina en la cual Dios quiere ver reflejada su imagen y semejanza-, se empeñan por denigrarla, invertirla, destruirla, destrozarla, por medio del aborto y la eutanasia, la fecundación in vitro, el alquiler de vientres y tantas otras leyes anti-naturales.

“Antes que naciera Abraham Yo Soy. Entonces tomaron piedras para apedrearlo”. Más que apedrear a Jesús, algunos desean destruir la imagen de Jesús en la tierra por medio de leyes inicuas. De esta manera, el odio deicida, disfrazado de derechos humanos, de igualdad y de inclusión, solo traerá desgracias, amargura, dolor y muerte para el hombre.

miércoles, 28 de marzo de 2012

La Verdad os hará libres; el pecado os hará esclavos



“La Verdad os hará libres; el pecado os hará esclavos” (cfr. Jn 8, 31-42). No se trata de un juego de palabras, sino de una realidad ontológica. La Verdad libera al hombre porque el hombre ha sido hecho para conocer la verdad con su inteligencia y para amar al bien con su voluntad, y en esto encontrar su felicidad. Como en el Ser divino se identifican la Verdad Absoluta, el Bien infinito y la felicidad suprema, el hombre encuentra su máxima felicidad en el conocimiento y amor de este Ser divino, y debido a que el orden natural es un reflejo de la sabiduría y del amor divinos, el hombre encuentra su libertad y su felicidad en el conocimiento y amor de ese orden natural, expresado en los Mandamientos.
Cuando Dios le dice al hombre: “Ama a Dios y a tu prójimo”, y cuando le dice: “No matarás”, “No robarás”, “No cometerás adulterio”, etc., le está indicando, tanto por la vía positiva, como por la vía negativa, el camino a la felicidad. Si el hombre sigue el consejo, o más bien, el mandato divino, será libre, porque será máximamente feliz, ya que fue creado para el conocer la Verdad y amar el Bien, que es la finalidad que persiguen los Mandamientos.
Pero cuando el hombre, dando rienda suelta al misterio de iniquidad que anida en su corazón, producto de su participación en la rebelión demoníaca en los cielos, deja de lado a Dios y piensa, desea, actúa, como si Dios no existiera, entonces comienza a vivir el camino que lo conduce a la esclavitud del error y de la ignorancia.
Homomonio, divorcio exprés, adopción homosexual, fertilización asistida, alquiler de vientres, aunque sean presentadas como logros del progreso humano, constituyen gravísimas violaciones al ordenamiento divino, en donde se encuentran ausentes la Verdad y el Bien, y por lo tanto, la felicidad. Al intentar construir una sociedad sin Dios, el hombre se vuelve esclavo del error, de la ignorancia y del mal, y se dirige a un abismo irreversible de maldad, de tristeza, de dolor y de amargura.

martes, 27 de marzo de 2012

"Cuando la Hostia consagrada sea levantada en alto, Jesús Eucaristía derramará su Espíritu Santo


“Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre sabrán que Yo Soy” (cfr. Jn 8, 21-30). El momento de la crucifixión de Jesús se muestra como pleno acontecimientos y de revelaciones celestiales, imposibles de ser siquiera imaginadas para los que la contemplen: toda la humanidad será atraída hacia Él: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, y todos sabrán que él es Dios: “Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre sabréis que Yo Soy”. 

Todos serán atraídos, porque su Corazón traspasado será como la compuerta de un dique que se abre, para dejar pasar al Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino, que atraerá hacia Jesús, y de Jesús al Padre, a toda la humanidad, y todos sabrán que Jesús es Dios, porque Jesús se aplica a sí mismo el nombre con el que los judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Ambos efectos de la crucifixión están anticipados en el profeta Zacarías, en donde se hace una descripción profética del Viernes Santo, día de la crucifixión del Cordero de Dios, día de luto para la humanidad, pero también día de gracia y de bendición, porque del Corazón traspasado del Señor Jesús se derramará sobre los hombres “un espíritu de gracia y de oración”, es decir, se derramará la Sangre del Cordero, y con la Sangre del Cordero, el Espíritu Santo, que penetrando en los corazones de los hombres, les concederá la gracia de la contrición del corazón, profetizada en el llanto: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén (Za 12, 10-11)”. 

Por esto, las palabras de Jesús podrían quedar: “Cuando sea traspasado derramaré sobre ustedes un Espíritu de gracia y de oración”, es decir, en el momento de la crucifixión, se derramará sobre los hombres el Espíritu Santo, que concederá la gracia de la conversión, tal como le sucedió a Longinos y a muchos otros. Y como la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, también en la Santa Misa, en la elevación de la Hostia consagrada, se repite el mismo prodigio, y es así como la Iglesia dice: “Cuando sea levantada en alto la Eucaristía, Jesús derramará desde su Sagrado Corazón Eucarístico el Espíritu Santo, espíritu de gracia, de conversión, de oración, de piedad, a quienes lo contemplen”.

sábado, 24 de marzo de 2012

Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí



(Domingo V – TC – Ciclo B – 2012)
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (cfr. Jn 12, 20-33). Jesús dice que cuando sea “levantado en alto”, es decir, crucificado, “atraerá a todos” hacia Él. Contrariamente a lo que pudiera parecer, no se refiere solamente a los que, hace XX siglos, fueron testigos de la crucifixión; se refiere a toda la humanidad de todos los tiempos, y esto porque su crucifixión pone en acto un poderoso movimiento centrífugo, que originado en el Ser divino, como en su centro y su origen, abarca todos los tiempos de la historia humana y a todos los hombres, sin excluir a ninguno.
Ante semejante evento, podríamos preguntarnos: ¿qué cosa es esta poderosa fuerza centrífuga, que describe un movimiento ascendente, en dirección a la Cruz –podríamos darnos una idea imaginando a un poderosísimo imán que atrae con su fuerza magnética a minúsculos pedacitos de hierro-, que conduce a Cristo crucificado a todos los hombres de todos los tiempos?
Y la respuesta es que esta poderosísima fuerza de atracción, que surgiendo del Ser divino se desencadena y derrama con toda su fuerza sobre la humanidad entera a través de la herida abierta del Sagrado Corazón, la envuelve, y la conduce de retorno al Ser divino, introduciéndola en el Corazón de Jesús, no es otra cosa que el Amor divino, el Amor infinito, el Amor sin límites, eterno, de Dios.
Es a esto a lo que se refiere Jesús, cuando dice que cuando sea crucificado, atraerá a todos hacia Él, y los atraerá hacia su Corazón traspasado, con una fuerza celestial, divina, sobrenatural, la fuerza misma del Ser divino trinitario.
Ahora bien, si usamos la imagen de un poderoso imán que atrae con su fuerza magnética a minúsculos fragmentos de hierro, hay que tener en cuenta que, en la realidad, tanto Dios Trino como los seres humanos, somos personas, y no cosas sin vida, sin inteligencia y sin voluntad.
Esto es necesario considerarlo, porque aunque la fuerza del Amor divino, haya sido derramado sobre la humanidad con toda su infinita potencia en la crucifixión de Jesús, y esa fuerza baste y sobre para atraer a sí a toda la humanidad y a todos los ángeles juntos, y todavía le sobre fuerza, al tratarse de seres personales, es decir, de seres libres, la atracción no es automática.
Aún más, esta fuerza de atracción, irresistible en sí misma, puede ser duramente resistida y, paradójicamente, hasta vencida, por la voluntad del hombre, porque si una persona, con plena conciencia y plena voluntad, haciendo ejercicio de toda la dignidad de su libertad, decide no dejarse atraer por esta fuerza de amor divino, entonces no es atraída. Dios Trino respeta en tal grado la libertad de su criatura, aquello que la hace más semejante a Él, que se detiene, por así decirlo, ante el hombre, y sólo después de que el hombre le dice “sí” a su plan salvífico en Cristo, recién entonces obra sobre Él. De otra manera, si el hombre decide decirle “no”, Dios Trino deja de ejercer sobre la persona la fuerza de su Amor divino, para empezar a ejercer sobre él la fuerza de la justicia divina, porque Dios es misericordia infinita, pero también es justicia infinita, y quien no quiere dejarse atraer por la fuerza irresistible de su Amor, será rechazado, con la misma intensidad con la cual antes se lo quería atraer, por la fuerza de la Justicia divina, para siempre.
“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. Todo ser humano siente, en algún momento, la fuerza del Amor divino que se irradia desde la Cruz, desde el Corazón traspasado de Jesús. A todo ser humano le es dada la oportunidad de adherirse al Amor de Dios, de dejarse arrastrar en sentido ascendente, para ser introducido en el costado abierto de Jesús, o de rechazar esta atracción, para dirigirse en dirección contraria.
El hombre demuestra una u otra elección, con sus obras: si se arrepiente del mal camino, si deja de lado todo lo que lo aparta de Dios Trino, si lucha contra la tentación, si asistido por la gracia presenta lucha contra sus pasiones, contra el mundo, contra la carne y contra el demonio, entonces la fuerza de atracción del Amor de Jesús, terminará por introducirlo en las Puertas del Cielo, abiertas de par en par, el Corazón traspasado de Jesús.
Si, por el contrario, se obstina en el mal camino, y persiste en el mal obrar; si continúa haciendo el mal a su prójimo, si no se arrepiente de pactar con el demonio y el mundo, si no pide perdón a su prójimo y a Dios, entonces voluntariamente se aparta de la dirección ascendente que lo conducía al cielo, para ingresar en otra corriente, descendente, la corriente de la Justicia divina, que lo aleja de Dios Trino con tanta fuerza como antes con su Amor quería atraerlo hacia sí.
“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. De la libertad de cada uno depende dejarse arrastrar por la fuerza irresistible del Amor divino, o sucumbir bajo el peso de su Justicia divina, para siempre.
La humildad, la mansedumbre, la caridad, la compasión, el amor, la piedad, el perdón, son ya la presencia en el alma de esa fuerza de Amor divino, operante bajo la forma de virtudes, por eso quien las practica, o quien se esfuerza por practicarlas, es que ya se ha dejado atraer hacia la Cruz.
Por el contrario, la soberbia, el orgullo, la impiedad, la calumnia, la falta de compasión para con el prójimo, la avaricia, la lujuria, la ira, y cualquier manifestación del mal, son signo evidente de que el alma ha decidido, libremente, oponerse al Amor divino.
         Jesús no es, como el mundo ateo piensa, un personaje más de la historia, que yace en un sepulcro: es Dios Hijo en Persona, que atrae a aquellos que quieren ser salvados y, respetando la libertad de quienes no lo aman, deja que se aparten de Él para siempre.
         Quien no duda del Amor de Jesús, será atraído por su Cruz.

viernes, 23 de marzo de 2012

Yo conozco al Padre porque vengo de Él


“Yo conozco al Padre porque vengo de Él (…). Entonces quisieron detenerlo, porque querían matarlo” (cfr. Jn 7, 1-2ss).
El encuentro con Cristo revela lo que hay en el corazón del hombre.
Jesús declara conocer al Padre, porque procede de Él eternamente, lo cual quiere decir auto-proclamarse como Dios. Lo que para un alma humilde, deseosa de conocer la Verdad, constituye una revelación que le ilumina el horizonte, pues en Cristo encuentra lo que busca, es decir, el camino que conduce al Padre, en otras almas, en aquellas en las que lo que domina es la soberbia, la misma revelación de la divinidad de Cristo, despierta instintos homicidas. Esto sucede cuando lo que el hombre busca no es la Verdad de Dios, sino el propio yo.
Pero no se necesita ser fariseo de la época de Jesús para querer matarlo, ni tampoco es necesario un encuentro físico con Él para buscar su eliminación: basta con saber cuál es su voluntad con respecto a su imagen viviente, el prójimo, y no querer cumplirla, a pesar de saber que es un mandamiento suyo, para convertirse en un homicida espiritual.
¿Cuántos cristianos, conscientes de que Cristo manda positiva y explícitamente, amar a los enemigos, viven y obran como si jamás hubieran escuchado el mandato divino del perdón al prójimo?
¿Cuántos cristianos, que conocen el mandato de Jesús de perdonar “setenta veces siete”, frente a la ofensa de su prójimo se comportan como homicidas al negarse a perdonar?
Solo al pie de la Cruz, y al pie del altar eucarístico, en la contemplación del amor infinito del Corazón de Cristo, que se dona sin reservas para perdonar, desaparece el instinto homicida que anida en el fondo del corazón humano. 

jueves, 22 de marzo de 2012

Mi testimonio son las obras que el Padre me encargó hacer



“Mi testimonio son las obras que el Padre me encargó hacer” (Jn 5, 31-47). Los fariseos cuestionan la auto-proclamación de Jesús como Dios, aunque, más que cuestionar, quieren directamente matarlo, porque lo acusan de ser blasfemo.
Más que defenderse de la falsa acusación, Jesús quiere hacerles ver su error: si Él se auto-proclama Dios, igual al Padre, tiene un testimonio, y ese testimonio son las obras que Él hace con su poder divino, es decir, los milagros.
Los milagros –devolver la vida a los muertos, hacer hablar a los sordos y ver a los ciegos, multiplicar panes y peces, expulsar los demonios-, demuestran un poder de tal magnitud, que solo pertenece a Dios, ya que ninguna creatura está en grado de hacer tales obras.
Si alguien dice: “Yo Soy Dios”, y hace obras, milagros, con el poder de Dios, entonces ese alguien es Dios, y los milagros sirven de testimonio de sus palabras. Sin embargo, los fariseos pecan contra el Espíritu Santo, porque viendo a Jesús hacer milagros que sólo Dios puede hacer, le dicen que blasfema, que su poder viene del demonio, y pretenden matarlo.
Muchos cristianos hacen con la Iglesia lo mismo que los fariseos con Jesús: a pesar de que la Iglesia Católica es la única Iglesia de Dios, porque es la única que puede obrar, con el poder divino, el milagro más grande de todos los milagros, la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, muchos cristianos, si bien no queman y arrasan las iglesias como en tiempos de persecución cruenta,  hacen algo todavía peor: domingo a domingo, la dejan de lado, con frialdad e indiferencia, posponiéndola por fútbol, deportes, cine, diversiones, política, es decir, actividades, intereses y organizaciones que ni vienen de Dios ni conducen a Dios. 

miércoles, 21 de marzo de 2012

El que escucha mi palabra y cree en el Padre tiene Vida eterna



“El que escucha mi palabra y cree en el Padre tiene Vida eterna” (Jn 5, 17-30). Jesús no lo dice en un sentido metafórico, sino literal: quien cree en su palabra y cree en quien lo ha enviado, Dios Padre, tiene Vida eterna, porque su palabra, que es la Palabra del Padre, es una palabra viva, que comunica de esa vida a quien la escucha y la recibe con humildad en el corazón. También esa Palabra es luz, por eso quien la recibe, es iluminado con luz eterna.
Dios Trino es un ser perfectísimo, en quien tiene origen la vida perfecta, eterna, desde la eternidad; Él es su misma vida, no la recibe de nadie, sino que Él la posee desde la eternidad, y es una vida absolutamente perfecta, la vida de la Trinidad. Su perfección es tal, que quien la escucha, recibe la vida eterna, porque se comunica a los demás seres que no son la vida, sino que la reciben.
Pero si es real que quien escucha la Palabra de Dios, que es Vida eterna en sí misma, con corazón humilde, y la pone en práctica, recibe la Vida eterna, también es cierto lo opuesto: quien rechaza la Palabra de Dios, se priva a sí mismo de Vida y de luz, y permanece sin vida y en la oscuridad. Quien rechaza la Palabra de Dios, expresada en la Sagrada Escritura, en el Magisterio de la Iglesia, en los preceptos de la Iglesia, en los Mandamientos de la ley de Dios, no solo permanece en la oscuridad y sin la vida divina, sino que se hace partícipe de palabras de muerte, que vienen de otros hombres y de los ángeles caídos.
“El que escucha mi palabra y cree en el Padre tiene Vida eterna”. El que no escucha a Cristo y no cree en Dios Padre, tiene muerte en su corazón y camina en la oscuridad.

viernes, 16 de marzo de 2012

Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí



(Domingo IV – TC – Ciclo B – 2012)
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí” (cfr. Jn 3, 14-21). Jesús trae a la memoria el episodio en el que el Pueblo Elegido, en su peregrinación hacia la ciudad de Jerusalén, es invadido y asaltado por una plaga de serpientes venenosas, cuya mordedura es mortal. Como les recuerda Jesús, en ese entonces Moisés, por indicación divina, construyó una serpiente de bronce y habiendo recibido la instrucción de mantenerla elevada en lo alto, todo aquel que miraba la serpiente, quedaba curado y a salvo de la mordedura mortal de las serpientes venenosas.
         El episodio tiene una relación directa con Jesús mismo, tal como Él lo dice: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, así será levantado en alto el Hijo del hombre”.
         Esto quiere decir que el episodio del desierto, con el Pueblo Elegido siendo atacado por las serpientes, y Moisés salvando a los hebreos con la serpiente de bronce, tiene un significado sobrenatural: anticipa y prefigura la salvación dada por Jesucristo.
         Moisés es figura de Dios Padre; la serpiente es figura de Jesucristo; el Pueblo Elegido es figura de los bautizados; el desierto es figura del mundo y de la historia humana; las serpientes de mortal y venenosa mordida, son los demonios, que inducen al pecado a los hombres, quitándoles la vida de la gracia.
         También la curación por medio de la serpiente de bronce tiene un significado sobrenatural, y es un anticipo de las misteriosas realidades celestiales desplegadas más adelante en el Hombre-Dios: los israelitas se curaron milagrosamente, al contemplar la serpiente de bronce, cuando nada parecería indicar que esto fuera posible, ya que no hay relación aparente entre mirar un objeto de bronce, inanimado, y recibir la curación de una mordedura mortal de una serpiente, y esto sucede porque es el mismo Dios quien actúa, a través de la obediencia de aquel que obedece el mandato de mirar la serpiente, curándolo milagrosamente; de un modo análogo, también el que contempla a Cristo crucificado, quien contempla sus llagas, quien medita en su dolor infinito, en su padecimiento sin igual; quien contempla su preciosa Sangre derramada a raudales de su sagrada Cabeza, de las heridas de manos y pies, de su sacratísimo Cuerpo todo llagado; quien contempla los gruesos clavos de hierro que horadan con dolor inenarrable sus manos y sus pies; quien contempla su dolorosa corona de espinas; quien contempla su Cuerpo agonizante y luego muerto entre terribles e indescriptibles dolores; quien contempla a su Madre, traspasada por el dolor, al pie de la Cruz, llorando a su Hijo que da su vida por amor a los hombres, recibe algo infinitamente más grande que la mera curación por intoxicación con un veneno mortal, producto de la mordedura de una serpiente del desierto: recibe la curación de las llagas del alma, producidas como consecuencia del letal veneno inoculado por la mordida espiritual de la serpiente antigua, el dragón del infierno, Satanás; quien contempla a Cristo crucificado, recibe la curación de sus heridas mortales, porque de Cristo fluye una energía y una fuerza divina, la energía y la fuerza divina del Amor de Dios, que sana al hombre, herido de muerte por el pecado, luego de haber sido seducido y engañado por el demonio.
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”. Jesús crucificado atraerá a todos hacia Él, pero no solo a quienes estaban en ese momento de la historia, contemplando su crucifixión; atraerá a todos los hombres de todos los tiempos, y a todos les dará la oportunidad de decidirse libremente por su contemplación. Y el hombre será libre de contemplarlo a Él, y así obtener la salvación, abriéndose el camino para ingresar en su costado abierto, o darle la espalda y contemplar a la creatura, abriéndose el camino a la eterna perdición.
         Moisés levantó en alto la serpiente de bronce, figura de Cristo crucificado, y los israelitas fueron curados de la fiebre mortal; Dios Padre levantó en alto en el Monte Gólgota no una imagen, sino a su mismo Hijo, Dios, y los que lo contemplan en la Cruz reciben la curación de las heridas mortales del alma, por los méritos de las Sagradas Llagas de Jesús; finalmente, la Iglesia levanta en el alto, en ese Nuevo Monte Calvario, que es el altar eucarístico, a Jesús Eucaristía, para que todo aquel que contemple y adore la Eucaristía, reciba también la curación de las heridas de su alma y de su corazón.
         Lamentablemente, muchos cristianos hoy en día dejan de lado la contemplación del Hombre-Dios, ya sea en el crucifijo, o en la Hostia, para contemplar, extasiados, los atractivos del mundo; muchos, muchísimos, hoy en día, prefieren los pasatiempos y deleites del mundo, señuelos de Satanás, que los apartan del camino de la salvación. Y esto último no es un invento. En el siglo XVIII, hubo un famoso caso de posesión diabólica, de dos hermanos, los cuales comenzaron a ser poseídos cuando tenían 7 y 9 años, respectivamente, pero los exorcismos comenzaron recién cuatro años más tarde, debido a la demora de su familia en acudir por ayuda en la Iglesia. Los niños fueron finalmente liberados, luego de largas sesiones de exorcismo. En un momento determinado, antes de la liberación, se corrió el rumor de que los niños serían liberados para el día domingo siguiente, por lo cual se agolpó una multitud en las inmediaciones de la casa donde vivían. Finalmente, el rumor se reveló como falso, ya que la liberación de la posesión no se produjo ese domingo, sino tiempo después.
Pero lo interesante de la anécdota es que, en ese momento, el demonio gritó de alegría, porque el falso rumor, que él lo había hecho correr, había logrado su objetivo, y era que toda esa gente, por acudir al exorcismo, faltara a la misa dominical[1]. Como sabemos, por el catecismo de Primera Comunión, que faltar a misa el Domingo sin un motivo realmente serio, es pecado mortal, entonces concluimos que la alegría del demonio se debía a que había logrado hacer caer en pecado mortal a decenas de bautizados, que por curiosidad malsana, habían faltado a la misa dominical. Sin mucho uso de la imaginación, podemos darnos cuenta entonces cuánta alegría sentirá el demonio con la situación actual, en donde todo –cine, teatro, televisión, internet, espectáculos, deportes, etc.- está pensado para hacer olvidar al hombre que esta vida se termina, que luego comienza la vida eterna, y que habrá de recibir el juicio particular al final de sus días terrenos.
         ¡Cómo se regocijará, con perversa y maligna alegría, el demonio, al ver con cuánta facilidad centenares de miles de cristianos, a lo largo y ancho del mundo, posponen a Cristo crucificado, elevado en la Cruz, elevado en el altar, por una pelota de fútbol! ¡Cuánta perversa alegría experimentará al ver cómo, con cuánta facilidad, centenares de miles de cristianos caen, domingo a domingo, en pecado mortal, porque prefieren hacer fila para entrar a un estadio de fútbol, antes que hacer fila para entrar en la Iglesia y recibir la Comunión! ¡Qué regocijo infernal experimentará el demonio, al ver cómo los cristianos gastan sus días y sus vidas enteras, delante del televisor, delante de internet; al ver cuántos jóvenes toman el fin de semana como tiempo para dar rienda suelta a sus pasiones desenfrenadas, con la música perversa, el alcohol, el sexo libre, los bailes permisivos, y tantas otras diversiones perversas, que desde el momento en que son perversas, dejan de ser perversiones!
         Pero si todos abandonan a Jesús, hay alguien que no lo hace, y ese alguien es María Santísima, que se queda firme, al pie de la Cruz, contemplando a su Hijo crucificado. Porque somos débiles, porque también podemos ser arrastrados por la misma corriente perversa, que lleva a tomar el fin de semana como momento exclusivo de relajación y diversión, es que le suplicamos que nunca permita que nos apartemos de la contemplación de Cristo crucificado; le pedimos a Ella, que está invisible, en cada Santa Misa, al pie del altar, que nunca permita que apartemos nuestra vista del blanco inmaculado de la Hostia consagrada.


[1] Cfr. Calliari, Paolo, Trattato di demonologia, Centro Editoriale Carroccio, 295.


Un solo mandamiento, que encierra a todos, es necesario para el cielo: amar a Dios y al prójimo



“Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas con toda tu fuerza y al prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 28-34). Ante la pregunta de cuál es el mandamiento necesario para entrar en los cielos, Jesús no pide nada imposible, nada que el hombre no pueda, con sus propias fuerzas hacer: amar a Dios y al prójimo.
Lo único que Dios le pide al hombre es que haga un acto de amor, que tiene una doble dirección o un doble destinatario, Dios y el prójimo, pero que es acto de amor. Es un acto por el cual el hombre se asemeja a su Creador, porque consiste en crear un acto de amor, acto eminentemente espiritual, que surge de la capacidad de amor espiritual con el cual todo hombre es dotado desde que nace.
En el mandamiento se especifica cómo este acto es eminentemente personal: “amarás a Dios con todo tu ser, con todas tus fuerzas, con todo tu corazón”, lo cual indica que, además de empeñarse el hombre en su totalidad para hacer este acto de amor, sin que le quede una fibra de su ser en el que no esté comprometido el esfuerzo vital para hacer el acto de amor, este acto de amor a Dios, al ser estrictamente personal, no puede ser hecho por nadie en reemplazo del hombre; ni otro hombre en lugar suyo, ni un ángel, ni siquiera Dios con toda su omnipotencia, puede hacer un acto de amor si el hombre no se esfuerza por crear un acto de amor, libremente, con la capacidad de amar con la cual es dotado desde el momento en que es creado.
         De ahí que quien se salva, se salva porque quiso amar a Dios, y quien se condena, se condena porque no quiso amar a Dios. En otras palabras, Dios respeta tanto la libertad humana, que deja que el hombre sea el artífice de su propio destino. Lo único que tiene que hacer para alcanzar la felicidad eterna es poner en acto la capacidad de amar con la cual Él creó al hombre.

jueves, 15 de marzo de 2012

El exorcismo es signo de la presencia del Reino de Dios entre los hombres



Jesús expulsa un demonio mudo y los judíos lo acusan de estar Él poseído por Beelzebul (cfr. Lc 11, 14-23). Jesús les hace ver lo errado de su afirmación, debido que el exorcismo significa la realidad opuesta a la deducida por ellos: la expulsión de demonios es claro indicio de la llegada del Reino de los cielos. No puede el demonio luchar contra sí mismo, so pena de debilitarse así mismo.
Ahora bien, si el exorcismo es una señal de que ha llegado a los hombres el Reino de los cielos, por intermedio de Jesucristo y de su Iglesia, lo inverso también es verdad: la posesión demoníaca, y todas las obras de las tinieblas que combaten al Hombre-Dios y a su Iglesia, son obras del demonio y son indicio de la presencia activa de las fuerzas del infierno entre los hombres.
Así, los múltiples productos satánicos de la cultura moderna, como por ejemplo la cultura de la muerte, que propicia el aborto y la eutanasia como “derechos humanos”; la música perversa e inmoral, en la que se exalta el vicio y se considera a la inmoralidad como algo bueno y “normal”; el cine de inspiración ocultista, como la saga de Harry Potter y tantos otros; la difusión de la mentalidad agnóstica, atea, materialista y hedonista, y sobre todo la implementación de la cultura del entretenimiento y la diversión para todos los días de la semana, no solo ya del fin de semana, como instrumento de dominio y de manipulación ideológica de las masas, pero ante todo como medio para impedir y dificultar de todas las maneras posibles la asistencia a misa dominical por miles de cristianos, son señales ciertas de la presencia activa de las fuerzas del infierno entre los hombres.
“El que no recoge conmigo, desparrama”, el que no hace las obras de Dios, hace las del demonio. El que no busca vivir según la ley de la caridad, demostrando con obras el mandato del amor a Dios y al prójimo, frecuentando los sacramentos –principalmente la confesión y la Eucaristía dominical-, se hace cómplice de las fuerzas enemigas de Dios y de los hombres, los demonios.

martes, 13 de marzo de 2012

Perdona a tu hermano setenta veces siete



“Perdona a tu hermano setenta veces siete” (cfr. Mt 18, 21-35). Para graficar el perdón cristiano, radicalmente distinto no solo al perdón pagano, humano, o al de la Ley Antigua, Jesús utiliza la parábola de un rey que perdona a su súbdito una deuda imposible de pagar –diez mil talentos- para un hombre, aún si este hombre pudiera trabajar hipotéticamente cientos de años, ya que es el equivalente, en términos modernos, a la deuda externa de todo un país. Completa la parábola el súbdito de duro corazón que hace encarcelar a un hombre que a su vez le debe a él una suma insignificante.
         El rey que perdona tamaña deuda es Cristo Dios, quien desde la Cruz derrama su Sangre para expiar los pecados de la humanidad. El súbdito mal agradecido, de corazón endurecido, que en vez de perdonar la deuda que otro tiene para con él –una suma irrisoria-, representa al cristiano que se niega a perdonar a su prójimo.
         La deuda de este último para con el súbdito desagradecido es ínfima, aunque aquí estén comprendidas toda clase de agravios y ofensas, desde los más banales, hasta los más graves e injuriantes, como por ejemplo el quitar la vida. Jesús no hace condicionar el perdón debido al prójimo según la magnitud de la ofensa: el cristiano, independientemente de la ofensa recibida, debe perdonar “setenta veces siete”, es decir, siempre, y el motivo es que él mismo ha recibido un perdón de valor y de alcance infinito desde la Cruz, puesto que Cristo ha derramado su Sangre y ha dado su vida para perdonarlo.
         El verdadero y único perdón cristiano es el perdón que se da en nombre de Cristo, porque cada uno ha recibido un perdón de valor infinito desde la Cruz. El cristiano que se niega a perdonar a su prójimo, se hace reo de la Justicia divina.

lunes, 12 de marzo de 2012

No basta practicar la religión exteriormente; se necesitan la fe y la caridad


“La lluvia y la curación fueron dadas a los paganos y no a los judíos” (cfr. Lc 4, 24-30). No es casualidad que Jesús diga lo que dice en una sinagoga, y frente a una multitud. Jesús trae a la memoria el envío a los paganos de profetas como Elías y Eliseo, que son enviados por Dios, para beneficiarlos con la lluvia y con la curación de la lepra, respectivamente. De esta manera, hace notar, implícitamente, que el Pueblo Elegido fue dejado de lado, lo cual provoca la reacción furiosa de quienes están en la sinagoga, al punto tal que intentan matarlo, despeñándolo, pero Jesús se libra de ellos.
El mensaje que Jesús les quiere dar a los que están en la sinagoga, mensaje que es muy bien interpretado pero muy mal recibido, es que el hecho de ser judío no implica necesariamente la obtención del favor divino, sino la fe, la aceptación de la Palabra de Dios, expresada en hechos, como por ejemplo la caridad que la viuda de Sarepta tiene para con Elías, y la obediencia del sirio Naamán a lo que Eliseo le dice que tiene que hacer si quiere ser curado de su lepra.
El mismo mensaje vale para los cristianos: no basta con ser bautizados; no basta con asistir a Misa; no basta con una práctica meramente externa de la religión. Todo esto, que es exterior, debe ir acompañado de la renovación interior del corazón, renovación que, para ser tal, debe demostrarse en hechos.
La fe debe ser operante, debe conducir a vivir y obrar la caridad, el amor sobrenatural al prójimo, que se manifiesta de miles de formas distintas. La esencia de la religión de Jesucristo es la caridad, y si no hay caridad, la práctica externa de la religión se convierte en solo eso: una mera práctica externa, carente de alma, privada de contenido, una caricatura de la verdadera religión.
Así lo dice la Escritura: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: ‘Tengo fe’, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: ‘Idos en paz, calentaos y hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (Sant 2, 14-17).
Y también: “La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación  y conservarse incontaminado del mundo.” (Sant 1, 27).

viernes, 9 de marzo de 2012

El cuerpo humano es templo del Espíritu Santo y no puede ser profanado



(Domingo III – TC – Ciclo B – 2012)
         “Habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Jn 2, 13-25). Jesús expulsa a los mercaderes del templo y a los cambistas desparramando las mesas de dinero. La escena, real, representa simbólicamente realidades sobrenaturales: el templo representa al cuerpo, el alma y el corazón del bautizado, ya que San Pablo dice: "el cuerpo es templo del Espíritu Santo"; los animales, seres irracionales, representan a las pasiones desenfrenadas, es decir, a las pasiones que han escapado al control de la razón, que hacen que el hombre se degrade a un nivel más bajo que el de las bestias; el dinero de los cambistas representa la codicia, o sea el amor al dinero, que reemplaza en el corazón del hombre al verdadero amor, el amor a Dios.
Así como en la escena evangélica el templo es profanado por la presencia de los animales, que con su olor y sus necesidades fisiológicas corrompe el fin del templo, que es la adoración de Dios, así también el cuerpo humano cuando, fuera del control de la razón y de la gracia es dominado por las pasiones, es profanado y corrompido, puesto que el cuerpo es sagrado desde el momento en que ha sido adquirido por Cristo en la Cruz.
Y de la misma manera, así como el templo de los judíos era profanado por los cambistas, ya que el amor al dinero reemplazaba y ocupaba el lugar del amor a Dios, así también el corazón del hombre se corrompe por el dinero, cuando por amor a este se olvida de Dios: "No podéis servir a Dios y al dinero".
También la ira de Jesús, ira santa, desencadenada ante la vista de la profanación que del templo hacen los mercaderes y cambistas, es representativa y anticipa en el tiempo la justa ira de Dios Trinidad, cuando ve que el templo que ha sido adquirido al precio de la Sangre de su Hijo, es profanado por modas indecentes, impúdicas, rayanas en lo obsceno, y cuando ve que el hombre ama al dinero en vez de amarlo a Él, Dios Uno y Trino, dueño del templo, que es el corazón del hombre.
Hoy más que nunca, se repiten, semana a semana, las profanaciones que más encienden la ira divina, los ultrajes a los que los jóvenes someten a sus mismos cuerpos, intoxicándolos con alcohol, con estupefacientes, con toda clase de drogas; inundando sus cerebros y sus corazones con imágenes impuras de toda clase, ingresadas a través de la televisión o de internet, y comerciando con sus cuerpos, despreciando y pisoteando de esa manera la Sangre de Cristo, por medio de la cual han sido comprados.
"El cuerpo es templo del Espíritu Santo", dice San Pablo, y así como un templo material, consagrado, es decir, bendecido para que sirva de lugar de culto y de adoración al Dios verdadero, no puede ser convertido en una sala de cine en donde se vean espectáculos degradantes, ni en una discoteca, en donde se escuche música estridente y blasfema, o en un lugar de degradación moral, en donde se consuman todo tipo de substancias tóxicas, así tampoco el cuerpo del hombre, es decir, su corazón, que es templo del Espíritu Santo, puede ser convertido en una pantalla en donde desfilen imágenes pornográficas, indecentes, impuras; el cuerpo del hombre, su corazón, es templo de Dios, y por lo tanto no puede ser aturdido por música mundana, sacrílega, blasfema, y abiertamente satánica, como la que escucha la juventud de hoy: cumbia, wachiturros, música pop, Lady Gaga, rock en general; el cuerpo del hombre es templo del Espíritu Santo, el cual debe ser visto sólo por Dios, su Dueño, y no es para ser exhibido impúdicamente en público; el cuerpo del hombre es templo de Dios, y como tal debe estar limpio, inmaculado, resplandeciente, iluminado con la luz de la gracia y perfumado con el suave aroma de las virtudes de Cristo, las primeras entre todas, la caridad, la mansedumbre, la humildad y la pureza, y en cambio, por las pasiones sin control, se convierte en un lugar oscuro, sucio, maloliente, asiento de vicios y desórdenes de toda clase que ni siquiera están presentes en las bestias sin razón; el cuerpo es templo del hombre, y su corazón es el altar, en donde debe estar Jesús Eucaristía, para ser adorado y amado por sobre todas las cosas, y su alma debe ser luminoso nido de la dulce paloma del Espíritu Santo, y en cambio, es convertido su corazón en babeante y maloliente guarida de serpientes ponzoñosas y de todo tipo de alimañas tenebrosas.
“Habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones”, les dice Jesús, cuya ira divina se enciende al contemplar el profundo desprecio que los mercaderes, vendedores de palomas y cambistas hacen del templo de Dios, profanándolo al pervertir su fin original, la contemplación y adoración del Dios verdadero.
“Habéis convertido la casa de mi Padre en una cueva de ladrones”, dice también Jesús al hombre de hoy, sobre todo a la juventud, enceguecida por los falsos ídolos y por los atractivos del mundo, que son el anzuelo de Satanás, por medio de los cuales profanan sin ningún tipo de miramientos sus cuerpos, sus corazones, sus almas. 
Jesús experimentó ira –ira divina- al entrar en el templo y contemplar la profanación de la casa de su Padre.
¿Qué experimenta Jesús al entrar en las almas de quienes profanan sus cuerpos, templos del Espíritu Santo?

jueves, 8 de marzo de 2012

A qué se deben la condena de Epulón y la salvación de Lázaro



         Una errónea lectura en clave marxista llevaría a concluir que el rico Epulón se condena en el infierno debido a sus riquezas, mientras que el pobre Lázaro se salva gracias a su pobreza.
         La realidad, a la luz del Magisterio de la Iglesia, es muy distinta: Epulón no se condena por poseer riquezas, sino por hacer un uso egoísta de las mismas, puesto que, siendo rico y teniendo la posibilidad de auxiliar a su prójimo Lázaro, no se compadece de su miseria.
         A su vez, Lázaro se salva no por su pobreza, sino por la aceptación humilde de las pruebas y tribulaciones que Dios le envía, con lo cual Lázaro demuestra su amor a Dios, al tiempo que también demuestra amor a Epulón, ya que no se queja por la actitud mezquina que éste tiene para con él.
         En el fondo, se trata de dos corazones distintos: por un lado, el de Epulón, endurecido a causa de su materialismo y hedonismo –se goza en la materia y en la visión materialista de la vida-, lo que le impide ver el sufrimiento del prójimo, y le impide ver también a Dios, puesto que, al igual que sus hermanos, no lee ni cree en la Palabra de Dios; por otro lado, está el corazón de Lázaro, que por la mansedumbre y la humildad se abre al amor divino que lo priva de toda clase de bienes en esta vida, para colmarlo de toda clase de bienes en la otra.
         Por lo tanto, la parábola nos enseña que ni los bienes en sí mismo son una bendición, como sostienen los protestantes, ni los males en sí mismos son una maldición, como sostiene la visión mundana de la vida: ambos son una prueba de Dios, que se superan con la apertura del corazón al consejo divino: en el caso de que la prueba consista en poseer bienes materiales, auxiliar con los mismos al prójimo más necesitado; en caso de que la prueba consista en la tribulación, aceptando la misma con paciencia y amor. En ambos casos, alimentando el alma con la Sagrada Escritura.

miércoles, 7 de marzo de 2012

"¿Quieren beber de mi cáliz, el cáliz de la amargura?"



“¿Pueden beber del cáliz que Yo he de beber?” (cfr. Mt 20, 17-28). Luego de que Jesús anuncia su Pasión, que será traicionado, azotado y crucificado, para luego resucitar, se postra ante Él la madre de los hijos de Zebedeo, pidiéndole puestos de honor para sus hijos en el cielo.
         El pedido incomoda y molesta a los demás discípulos, puesto que ellos ambicionan y codician esos mismos puestos.
         Visto desde afuera, parecería una lucha más entre distintas facciones de cualquier organización mundana, para alcanzar el poder y el honor de los primeros puestos.
         Sin embargo, en la Iglesia, las cosas son distintas: mientras en el mundo el puesto de honor está motivado, por lo general, por deseos de satisfacer la concupiscencia del espíritu, la soberbia, y se logra por medio de prebendas y dádivas, es decir, de modo deshonesto, y una vez conseguido, se utiliza para el goce egoísta y el disfrute mezquino, en perjuicio de los demás, en la Iglesia, los puestos de máximo poder, honor y gloria, es decir, los puestos en el cielo, que es lo que pide la madre de los hijos de Zebedeo, son concedidos por Dios Padre a quienes en la tierra muestran máxima humildad y máxima configuración a la humillación de Jesús en la Pasión; son concedidos por Dios Padre a quienes siguen, en la tierra, a su Hijo Jesús, por el camino de la Cruz, es decir, por el abandono, la incomprensión, y hasta incluso la traición; son concedidos por Dios Padre a quienes en la tierra buscan servir a los demás y sacrificarse por los demás en la más completa humildad y en el más absoluto de los anonimatos, buscando no figurar ni aparecer, lo cual no quiere decir no hacer nada, sino hacer todo lo más perfectamente posible, pero sin deseos de sobresalir ni de ser aplaudidos por los hombres, sino únicamente ser vistos por Dios Padre.
         Los puestos en el cielo, los puestos de máximo poder, honor y gloria, son concedidos por Dios Padre a quienes quieren y pueden beber del cáliz amargo de la Pasión; a quienes quieren y pueden participar de la Cruz de Jesús.
         “¿Podéis beber del cáliz de la amargura que Yo he de beber?”, les pregunta Jesús a los hermanos Zebedeo, y también hace la misma pregunta a los cristianos de hoy. Y los cristianos de hoy, movidos por la gracia, al igual que los hijos de Zebedeo, y seguros de poder participar de la Cruz de Jesús con la ayuda divina, dicen: “Podemos”.

El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado



“El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Mt 23, 1-12). En el Evangelio, Jesús insiste, una y otra vez, en la virtud de la humildad. De hecho, pide que el cristiano lo imite a Él en su mansedumbre y en su humildad: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
La insistencia no es en vano, puesto que la humildad, junto a la caridad, son las virtudes humanas que mejor traducen la esencia del Ser divino. En otras palabras, la perfección infinita del Ser divino se manifiesta en actos humanos perfectos, como la caridad y la humildad. Por lo tanto, sólo un corazón que posea esas virtudes en grado eminente, podrá estar en la Presencia de Dios Trino, infinitamente misericordioso y humilde.
Por el contrario, en el lado opuesto, se encuentran el odio y el orgullo, expresiones humanas del espíritu del mal. El ángel caído, inventor y creador del mal, inexistente antes de él, se manifiesta en el plano humano a través de estos dos vicios del alma, el odio y el orgullo, muestras de suma imperfección. Una persona que odia –o, todavía más, que mantiene el rencor contra su prójimo, o que difama-; una persona que es orgullosa y soberbia –alguien que no soporta una corrección, o que no perdona ni tampoco pide perdón-, manifiesta con esos actos imperfectos que en su corazón no solo no brilla la luz del Ser perfectísimo de Dios Trino, sino que está oscurecido por la presencia del mal. 
Nada hay en el mundo tan terrible y catastrófico y con tan graves consecuencias como el orgullo espiritual, porque priva al orgulloso de la comunión don Dios en esta vida y de su contemplación en la otra.
Nadie puede llegar a Dios si no es por medio de la lucha consigo mismo por alcanzar la mansedumbre y la humildad de Jesucristo, por medio de la penitencia, de la oración, de la misericordia.
Solo los que posean un corazón humilde y puro, a quienes el pecado, propio y ajeno, les provoca verdadero dolor espiritual porque el pecado implica ofensa a Dios; sólo los que buscan encarnar en sus vidas el consejo de Jesús: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”; sólo esos entrarán en el Reino de los cielos.

lunes, 5 de marzo de 2012

No juzguen y no serán juzgados



“Sean misericordiosos, perdonen, no juzguen y no serán juzgados” (Lc 6, 36-38). Jesús nos aconseja ser misericordiosos para con el prójimo, porque si damos misericordia, recibiremos misericordia: “Den y se les dará”, y esta misericordia, en este caso, es eminentemente espiritual, porque se trata del perdón y del juicio benigno para con el prójimo, actos que asemejan al alma al mismo Dios.
Por el contrario, el juicio inmisericorde y mordaz, la crítica despiadada e infundada, constituyen una falta de caridad que, además de no venir de Dios ni conducir a Dios, son tan grandes y tan graves, que repugnan al mismo Dios, volviendo al alma que hace la crítica desagradable a los ojos de Dios e indigna de estar ante su presencia.
El prejuicio, el juzgar la intención del prójimo malévolamente, el condenarlo de modo anticipado, negándose a la misericordia, constituye un grave ultraje a la persona, a la que vez que llena de oscuridad y de tinieblas el corazón de quien emite el juicio.
Esto provoca un gravísimo daño espiritual a la Iglesia de Jesucristo, tanto más cuando los juicios despiadados, inmisericordiosos, faltos de toda caridad y compasión, carentes de comprensión para con la debilidad humana, son hechos por católicos practicantes, sobre los sacerdotes, que ya se encuentran expuestos a críticas feroces y despiadadas por parte de quienes quieren demoler la Iglesia.
Lo que debería hacer el cristiano, frente a la falta objetiva de su prójimo –mucho más si este es un sacerdote-, es, una vez percatado de la falta, guardarla en su corazón, y llevarla ante el sagrario, o ponerla en la oración, en el Rosario, implorando misericordia y perdón para quien ha cometido la falta –cuando esta es real y no imaginaria, como sucede en la gran mayoría de los casos-, y debería acompañar esta oración de súplica con penitencias, ayunos y mortificaciones.
En otras palabras, de la presunta falta de su prójimo, el cristiano debe hablar con Dios, con el lenguaje de la oración y de la penitencia, para implorarle misericordia y pedirle por el crecimiento en santidad de su prójimo.
Cualquier otra cosa –difamación, calumnia, habladuría, juicio mendaz, ligero e infundado-, viene del demonio, porque todo eso, en el fondo, bien en el fondo del corazón, se origina en un solo hecho: en la falta de amor, en el orgullo y la soberbia.

domingo, 4 de marzo de 2012

En la Transfiguración, Jesús nos enseña que a la Luz se llega por la Cruz


(Domingo II – TC – Ciclo B – 2012) 

“Jesús se transfiguró delante de sus discípulos…” (cfr. Mc 9, 2-10). Jesús sube al Monte Tabor, acompañado de sus discípulos, y delante de ellos se transfigura. Luego les dice que no digan a nadie lo que vieron, hasta que Él resucite de entre los muertos, y los discípulos al mismo tiempo se preguntan qué quiere decir “resucitar de entre los muertos”. No sabían qué era la Resurrección, porque no tenían experiencia de la misma, y por eso se preguntan qué es “resucitar”. Análogamente, también nosotros nos preguntamos qué quiere decir “transfiguración”, ya que no tenemos experiencia de la misma. Para tratar de explicarnos qué es la Transfiguración, el evangelista dice que la vestimenta de Jesús resplandeció “como nadie en la tierra podría blanquearla”. 

Sin embargo, se trata sólo de una expresión, un modo de decir humano, que poco y nada dice acerca de la realidad insondable y del misterio inaudito que es en sí misma la Transfiguración, la cual es un traslucir de la divinidad de la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, que inhabita en Cristo hipostáticamente, personalmente, a través de la humanidad de Cristo. En la Transfiguración, Jesucristo deja ver el majestuoso esplendor de su divinidad, de modo tal que quien lo contempla transfigurado, radiante, lleno de luz y de gloria divina, no puede dudar de que Él es Dios. La luz, en la Sagrada Escritura, es símbolo de la divinidad, y es por eso que en el Monte Tabor Cristo demuestra quien dice ser: Dios, que es luz de majestad infinita. 

Jesús hace este milagro para que los discípulos, cuando lo vean todo desfigurado por los golpes, y cubierto de sangre, con el aspecto de un gusano, del cual todos dan vuelta el rostro, recuerden que en el Monte Tabor resplandeció la luz de su divinidad. Jesús resplandece en el Monte Tabor, con el fulgor esplendoroso de su divinidad, para que en el Via Crucis, y en el Calvario, cuando lo vean cubierto de sangre, de heridas, de golpes, de hematomas, de magullones, de salivazos, coronado de espinas, flagelado, todo su cuerpo lleno de polvo y de tierra, extenuado, cansado al extremo, abandonado de todos, menos de su Madre, recuerden que Él es Dios, que a pesar de este su aspecto tan miserable, es Dios Hijo en Persona, que ha quedado reducido así, a este estado tan lamentable, porque se ha puesto en lugar de los hombres, porque se ha interpuesto entre la Justicia divina y cada uno de los hombres, y ha recibido el castigo que merecíamos todos y cada uno de los seres humanos. Jesús se transfigura al subir al Monte Tabor, dejando resplandecer la luz de su gloria divina, para que cuando suba al otro monte, el Monte Calvario, cubierto no ya de luz, sino de sangre y de heridas abiertas, los discípulos no desfallezcan y recuerden que ese Hombre, que aparece, tal como lo describe el profeta Isaías en sus visiones del Siervo Sufriente de Yahvéh, “varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable” (53,2-3), es Dios Hijo, que ha asumido los pecados de todos los hombres, para redimirlos. 

En cuanto tal, la Transfiguración es un milagro que muestra claramente la divinidad de Jesucristo, motivo por el cual, a partir de la misma, los discípulos no podían dudar de que Jesús no era simplemente “el hijo del carpintero”, o “el carpintero”, sino Dios Hijo en Persona. Por un milagro, la gloria de la divinidad, que le pertenece a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, traspasa la humanidad de Jesús y se deja ver en todo el esplendor de su majestad. Pero es un milagro todavía mayor el ocultar esa divinidad debajo de la humanidad de Jesús, y esto lo hace Jesús para poder sufrir la Pasión : si Jesús no hubiera hecho el milagro de ocultar su divinidad, durante toda su vida, excepto en el Tabor, no habría podido sufrir la Pasión, porque un cuerpo glorificado es un cuerpo impasible, que no puede sufrir. Jesús suspende, en un acto de su misericordia infinita, la glorificación de su humanidad para poder sufrir la Pasión, para poder recibir, de modo vicario, el castigo debido por nuestros pecados. “Jesús se transfiguró delante de sus discípulos…”. 

Con la Transfiguración, que es la glorificación del cuerpo, tal como quedará el cuerpo luego de la resurrección, antes de la Pasión, Jesús nos hace ver que para llegar a la gloria de la resurrección, es necesario pasar por la Cruz; nos muestra que solo por la Cruz se llega a la luz; nos muestra que solo por la Cruz, por la negación y muerte de sí mismo, se llega al Reino de los cielos. La Tansfiguración nos muestra el destino de gloria que nos espera, pero a ese destino de gloria se llega sólo por el Camino Real de la Cruz: “Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su Cruz de cada día y me siga” (Lc 9, 23). 

Por último, Jesús se transfigura para que también nosotros reproduzcamos, en nuestras vidas, su misterio pascual de muerte y resurrección, y eso significa aceptar con amor los dones de Dios, que nos hacen participar de la Cruz de Jesús: los dolores, las enfermedades, las tribulaciones, los cuales, unidos a la Cruz, quedan transfigurados por la luz de Dios y se vuelven fuente de santidad y de salvación. Y para demostrarnos todavía más amor, Jesús hace nuestro camino más liviano que el mismo camino suyo, porque mientras Él se transfiguró y luego sufrió la Pasión hasta la muerte de Cruz, a nosotros nos concede que nuestra cruz –dolor, tribulaciones, muerte, enfermedad- se transfigure y se convierta en luz, cuando la acercamos a su Cruz.