sábado, 24 de marzo de 2012

Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí



(Domingo V – TC – Ciclo B – 2012)
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí” (cfr. Jn 12, 20-33). Jesús dice que cuando sea “levantado en alto”, es decir, crucificado, “atraerá a todos” hacia Él. Contrariamente a lo que pudiera parecer, no se refiere solamente a los que, hace XX siglos, fueron testigos de la crucifixión; se refiere a toda la humanidad de todos los tiempos, y esto porque su crucifixión pone en acto un poderoso movimiento centrífugo, que originado en el Ser divino, como en su centro y su origen, abarca todos los tiempos de la historia humana y a todos los hombres, sin excluir a ninguno.
Ante semejante evento, podríamos preguntarnos: ¿qué cosa es esta poderosa fuerza centrífuga, que describe un movimiento ascendente, en dirección a la Cruz –podríamos darnos una idea imaginando a un poderosísimo imán que atrae con su fuerza magnética a minúsculos pedacitos de hierro-, que conduce a Cristo crucificado a todos los hombres de todos los tiempos?
Y la respuesta es que esta poderosísima fuerza de atracción, que surgiendo del Ser divino se desencadena y derrama con toda su fuerza sobre la humanidad entera a través de la herida abierta del Sagrado Corazón, la envuelve, y la conduce de retorno al Ser divino, introduciéndola en el Corazón de Jesús, no es otra cosa que el Amor divino, el Amor infinito, el Amor sin límites, eterno, de Dios.
Es a esto a lo que se refiere Jesús, cuando dice que cuando sea crucificado, atraerá a todos hacia Él, y los atraerá hacia su Corazón traspasado, con una fuerza celestial, divina, sobrenatural, la fuerza misma del Ser divino trinitario.
Ahora bien, si usamos la imagen de un poderoso imán que atrae con su fuerza magnética a minúsculos fragmentos de hierro, hay que tener en cuenta que, en la realidad, tanto Dios Trino como los seres humanos, somos personas, y no cosas sin vida, sin inteligencia y sin voluntad.
Esto es necesario considerarlo, porque aunque la fuerza del Amor divino, haya sido derramado sobre la humanidad con toda su infinita potencia en la crucifixión de Jesús, y esa fuerza baste y sobre para atraer a sí a toda la humanidad y a todos los ángeles juntos, y todavía le sobre fuerza, al tratarse de seres personales, es decir, de seres libres, la atracción no es automática.
Aún más, esta fuerza de atracción, irresistible en sí misma, puede ser duramente resistida y, paradójicamente, hasta vencida, por la voluntad del hombre, porque si una persona, con plena conciencia y plena voluntad, haciendo ejercicio de toda la dignidad de su libertad, decide no dejarse atraer por esta fuerza de amor divino, entonces no es atraída. Dios Trino respeta en tal grado la libertad de su criatura, aquello que la hace más semejante a Él, que se detiene, por así decirlo, ante el hombre, y sólo después de que el hombre le dice “sí” a su plan salvífico en Cristo, recién entonces obra sobre Él. De otra manera, si el hombre decide decirle “no”, Dios Trino deja de ejercer sobre la persona la fuerza de su Amor divino, para empezar a ejercer sobre él la fuerza de la justicia divina, porque Dios es misericordia infinita, pero también es justicia infinita, y quien no quiere dejarse atraer por la fuerza irresistible de su Amor, será rechazado, con la misma intensidad con la cual antes se lo quería atraer, por la fuerza de la Justicia divina, para siempre.
“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. Todo ser humano siente, en algún momento, la fuerza del Amor divino que se irradia desde la Cruz, desde el Corazón traspasado de Jesús. A todo ser humano le es dada la oportunidad de adherirse al Amor de Dios, de dejarse arrastrar en sentido ascendente, para ser introducido en el costado abierto de Jesús, o de rechazar esta atracción, para dirigirse en dirección contraria.
El hombre demuestra una u otra elección, con sus obras: si se arrepiente del mal camino, si deja de lado todo lo que lo aparta de Dios Trino, si lucha contra la tentación, si asistido por la gracia presenta lucha contra sus pasiones, contra el mundo, contra la carne y contra el demonio, entonces la fuerza de atracción del Amor de Jesús, terminará por introducirlo en las Puertas del Cielo, abiertas de par en par, el Corazón traspasado de Jesús.
Si, por el contrario, se obstina en el mal camino, y persiste en el mal obrar; si continúa haciendo el mal a su prójimo, si no se arrepiente de pactar con el demonio y el mundo, si no pide perdón a su prójimo y a Dios, entonces voluntariamente se aparta de la dirección ascendente que lo conducía al cielo, para ingresar en otra corriente, descendente, la corriente de la Justicia divina, que lo aleja de Dios Trino con tanta fuerza como antes con su Amor quería atraerlo hacia sí.
“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí”. De la libertad de cada uno depende dejarse arrastrar por la fuerza irresistible del Amor divino, o sucumbir bajo el peso de su Justicia divina, para siempre.
La humildad, la mansedumbre, la caridad, la compasión, el amor, la piedad, el perdón, son ya la presencia en el alma de esa fuerza de Amor divino, operante bajo la forma de virtudes, por eso quien las practica, o quien se esfuerza por practicarlas, es que ya se ha dejado atraer hacia la Cruz.
Por el contrario, la soberbia, el orgullo, la impiedad, la calumnia, la falta de compasión para con el prójimo, la avaricia, la lujuria, la ira, y cualquier manifestación del mal, son signo evidente de que el alma ha decidido, libremente, oponerse al Amor divino.
         Jesús no es, como el mundo ateo piensa, un personaje más de la historia, que yace en un sepulcro: es Dios Hijo en Persona, que atrae a aquellos que quieren ser salvados y, respetando la libertad de quienes no lo aman, deja que se aparten de Él para siempre.
         Quien no duda del Amor de Jesús, será atraído por su Cruz.

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