miércoles, 7 de marzo de 2012

El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado



“El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Mt 23, 1-12). En el Evangelio, Jesús insiste, una y otra vez, en la virtud de la humildad. De hecho, pide que el cristiano lo imite a Él en su mansedumbre y en su humildad: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
La insistencia no es en vano, puesto que la humildad, junto a la caridad, son las virtudes humanas que mejor traducen la esencia del Ser divino. En otras palabras, la perfección infinita del Ser divino se manifiesta en actos humanos perfectos, como la caridad y la humildad. Por lo tanto, sólo un corazón que posea esas virtudes en grado eminente, podrá estar en la Presencia de Dios Trino, infinitamente misericordioso y humilde.
Por el contrario, en el lado opuesto, se encuentran el odio y el orgullo, expresiones humanas del espíritu del mal. El ángel caído, inventor y creador del mal, inexistente antes de él, se manifiesta en el plano humano a través de estos dos vicios del alma, el odio y el orgullo, muestras de suma imperfección. Una persona que odia –o, todavía más, que mantiene el rencor contra su prójimo, o que difama-; una persona que es orgullosa y soberbia –alguien que no soporta una corrección, o que no perdona ni tampoco pide perdón-, manifiesta con esos actos imperfectos que en su corazón no solo no brilla la luz del Ser perfectísimo de Dios Trino, sino que está oscurecido por la presencia del mal. 
Nada hay en el mundo tan terrible y catastrófico y con tan graves consecuencias como el orgullo espiritual, porque priva al orgulloso de la comunión don Dios en esta vida y de su contemplación en la otra.
Nadie puede llegar a Dios si no es por medio de la lucha consigo mismo por alcanzar la mansedumbre y la humildad de Jesucristo, por medio de la penitencia, de la oración, de la misericordia.
Solo los que posean un corazón humilde y puro, a quienes el pecado, propio y ajeno, les provoca verdadero dolor espiritual porque el pecado implica ofensa a Dios; sólo los que buscan encarnar en sus vidas el consejo de Jesús: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”; sólo esos entrarán en el Reino de los cielos.

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