lunes, 30 de julio de 2012

El fin del mundo es como una cosecha



“El fin del mundo es como una cosecha” (Mt 13, 36-43). Con su admirable pedagogía divina, Jesús describe, con una sencilla imagen tomada de la actividad cotidiana del hombre, el fin del mundo y las sorprendentes realidades ultra-terrenas: el fin del mundo es como una cosecha, en donde los cosechadores –los ángeles- separan la cizaña –una planta dañina símil al trigo, pero sin valor nutritivo-, que representa a los hombres que obran el mal y no se arrepienten, volviéndose aliados de Satanás, del trigo, es decir, de aquellos hombres que, reconociéndose pecadores, hacen penitencia y oración, viven en gracia, y se vuelven así dignos de entrar en los cielos.
El fuego que quema a la cizaña, es decir, al pasto dañino e inútil, es figura a su vez del fuego del infierno, destinado a los ángeles apóstatas y a los hombres que, voluntariamente, se decidieron por el mal. El trigo que es almacenado para ser convertido luego en pan, al mezclarlo con el agua y la levadura, es figura de los hombres que, por la gracia, se asemejaron a Cristo, Pan de Vida eterna, y se ofrecieron a sí mismos en Él como víctimas por la salvación del mundo.
El único punto en el que la parábola divina no encuentra parangón con la realidad, es en la libertad del hombre: mientras la cizaña y el trigo no eligen ser lo que son, y por lo tanto su destino a ser consumidos por el fuego, en el caso de la cizaña, o a ser convertidos en pan, en el caso del trigo, no dependen de ellos, en el caso de los hombres, quien en el juicio particular sea encontrado falto de obras buenas y abundante en obras malas, será todo por libre y soberana decisión. Y también, el que se salve a causa de la bondad de sus obras, será porque libremente eligió obrar el bien.

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