miércoles, 19 de septiembre de 2012

“Tocamos la flauta y no cantaron, lloramos y no hicieron duelo”



“Tocamos la flauta y no cantaron, lloramos y no hicieron duelo” (Lc 7, 31-35). Los jóvenes de los que habla Jesús en el Evangelio, que critican tanto al Bautista como a Jesús –al Bautista, por su penitencia; a Jesús, porque come y bebe-, son los fariseos[1], a los que nada de lo que Él hace, les viene bien; pero trasladados a nuestros días, representan a aquellos que, en la Iglesia, critican a sus pastores con mala fe: si hacen alguna actividad, porque la hacen; si no la hacen, porque no la hacen.
Son aquellos de crítica fácil, de lengua mordaz, de corazón turbio, que no han aprendido a amar ni a Dios ni al prójimo; que no han aprendido que el que juzga a los sacerdotes es Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y que en todo caso, antes de la crítica feroz y despiadada, deben más bien orar y ofrecer sus sacrificios, penitencias y ayunos por los sacerdotes, pidiendo la conversión, si es el caso.
Pero también representan al mundo, ateo y anticristiano, en su relación con la Iglesia: si interviene en algún asunto, no debería hacerlo; si no lo hace, debería hacerlo.
Tanto si representan a un laico –o a un sacerdote-, de lengua bífida y mordedura venenosa, como al mundo, en su ataque despiadado al sacerdote y/o a la Iglesia, tienen por motor un único ser: el Ángel caído, el Príncipe de las tinieblas, puesto que llevan su sello característico: división, maledicencia, mentira, calumnias.
Pero gracias a Dios, como dice Jesús, “la Sabiduría ha sido vindicada”, es decir, hay quienes sí se comportan y hablan como verdaderos hijos de la luz, como verdaderos hijos de Dios, ya que reconocen la mano de Dios donde se manifiesta, tanto si ayuna, como Juan, o si come y bebe con los pecadores, como Cristo.



[1] Cfr. Orchard  et al., Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 600.

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