martes, 23 de octubre de 2012

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”


Almas cayendo en el infierno
(Detalle - Roger van der Weyden)

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 39-48). Jesús insiste en la necesidad de estar preparados para el momento del encuentro definitivo con Él, el cual sucederá en el momento menos esperado.
Es necesaria esta advertencia, debido a que el hombre tiene tendencia a sofocar la vida del espíritu, que lo orienta a la eternidad, para quedarse sólo con la vida corpórea, sensible, animal, que lo deja anclado en el tiempo y en un destino puramente existencial y terreno. Esta forma de ver la vida no es inocua, porque la ausencia de un destino de eternidad –sea de dolor o de gozo, pero eterno-, hace que el hombre se desentienda de sus acciones, o lo que es lo mismo, no le importe la moralidad de sus actos, inclinándose paulatinamente hacia el mal en vez del bien, a causa del pecado original.
Si no hay eternidad, si no hay un Dios que premie las obras buenas, que son arduas y difíciles de hacerlas, porque cuestan mucho sacrificio, entonces el hombre se inclina al mal, al cual es atraído por el apetito concupiscible que inhiere en él desde su nacimiento, y que se demuestra en la malicia del corazón y en sus permanentes malos deseos, tal como lo dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”. Es aquí donde aparece la figura del segundo servidor de la parábola, aquel que, sin esperar a su amo, se embriaga y descuida su trabaja, es decir, vive en pecado mortal.
En nuestro mundo, en donde la idea de Dios ha prácticamente desaparecido del pensamiento y del querer del hombre, en donde se vive un ateísmo teórico y práctico que invade toda manifestación cultural, situación agravada por la apostasía del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, que son los que deberían dar testimonio, con sus vidas, de la existencia de Dios Trino, en este mundo de hoy, ateo y apóstata, todo está invertido, llamándose bueno a lo malo y malo a lo bueno.
El hombre contemporáneo ha construido el “mundo sin Dios”, la “ciudad sin Dios”, de la que habla San Agustín, y al observar la sociedad de hoy, se puede constatar que el habitante de este mundo ateo y apóstata, doblemente sin Dios, es el segundo servidor de la parábola de Jesús, el servidor que se embriaga, no trabaja, y se dedica a golpear a los demás. Para quien piense que el vivir sin moral –robar, asesinar, dar rienda suelta al placer, ser codiciosos y egoístas- no tiene consecuencias, no está demás leer las experiencias de Sor Josefa Menéndez en el infierno, según sus escritos en “Camino del Amor divino”, ya que aquí se relata el “castigo severo” reservado para los servidores malos e infieles.
En uno de sus descensos al infierno, Sor Josefa escucha al demonio, que dice así: “Insinuaos procurando que el descuido y la negligencia se apoderen de ellos, pero manteniéndoos en la sombra, para que no os descubran… gradualmente, ellos se volverán más y más descuidados, indiferentes al bien y al mal, sin ningún tipo de compasión ni amor, y vosotros seréis capaces de inclinarlos hacia el mal. Tentad a estos otros con la ambición, con el amor por sí mismos, que no busquen nada más que su propio interés, CON ADQUIRIR RIQUEZAS SIN TRABAJAR… de forma legal o no. Excitad a aquellos otros hacia la sensualidad y el amor al placer. Dejad que el vicio los ciegue”. (Aquí usaron palabras obscenas).
En otro descenso al infierno, escribe: “En la distancia, pude oír un bullicio de fiesta, el tintileo de las copas, y (el diablo) gritó:¡Dejad que ellos mismos se junten en sus comidas! Eso lo pondrá todo más fácil para nosotros. Dejadlos que vayan a sus banquetes. El amor al placer es la puerta por la que vosotros os apoderaréis de ellos… Y esas almas ya no serán capaces de escapar de mí”. Añadió cosas tan horribles que nunca podrían ser escritas ni dichas. Luego, como sumergidos en un remolino de humo, se desvanecieron (él y los otros demonios). (3 de febrero de 1923).
El 22 de marzo de 1923 escribe: “Vi varias almas caer dentro del infierno, y entre ellas estaba una niña de quince años, maldiciendo a sus padres por no haberle hablado del temor de Dios ni por haberla avisado de que existía un lugar como el infierno. Su vida fue muy corta, decía ella, pero llena de pecado, porque ella le concedió hasta el límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el camino de su autosatisfacción, especialmente había leído malos libros”.
Esto explica la expresión de Jesús: “Feliz aquel a quien su señor, al regresar, encuentra ocupado en su trabajo”, es decir, feliz aquel que, en su muerte, se encuentra en estado de gracia.

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