miércoles, 26 de diciembre de 2012

Octava de Navidad 2 2012



         La escena del Pesebre puede parecer una escena familiar más, entre tantas otras, puesto que vemos en el Pesebre a un madre primeriza, con su hijo recién nacido, a quien busca de darle abrigo, protegiéndolo de la inclemencia del tiempo, al tiempo que se dispone a dar de mamar al niño, que llora por el hambre y el frío, luego de haber sido sacado de ese refugio materno en el que vivió nueve meses, y en el que se encontraba tan a gusto, pues no le faltaba abrigo ni nutrientes; vemos también a un hombre de mediana edad, que es el padre adoptivo del niño, quien luego de alegrarse por su nacimiento, comienza inmediatamente a cumplir su deber de padre, y va en busca de leña para el fuego y también de alimento para la madre y el niño. La escena del Pesebre se completa con la presencia de dos animales, un buey y un asno, que con sus cuerpos de gran tamaño, contribuyen a dar calor al grupo familiar, y sobre todo al niño, que sufre por el frío.
         La escena de la familia del Pesebre parece una escena familiar más, entre tantas otras, y sin embargo, no es así, puesto que encierra en sí, al tiempo que manifiesta, un misterio insondable, un misterio originado en el seno mismo de Dios Trinidad, que deja asombrados a los mismos ángeles. La madre primeriza no es una madre más, sino que es la Madre de Dios, la Virgen María, la Mujer que en el Génesis aparece aplastando la cabeza de la Serpiente, y que en el Apocalipsis aparece revestida de sol, con la luna a sus pies, como signo de ser Ella la Emperatriz de cielos y tierra; la Mujer del Pesebre es la Virgen María, concebida Inmaculada y Llena del Espíritu Santo, precisamente para ser Madre del Redentor, y para ser junto a Él Co-rredentora de la humanidad; la frágil mujer, que en el Pesebre de Belén sostiene en sus juveniles brazos a su Niño recién nacido, es la Madre del Salvador, y aunque de apariencia frágil, su fortaleza es tan grande, que lleva en sus brazos nada menos que al mismo Dios Hijo en Persona, y cuando sea grande, la fortaleza que le comunica su amor materno, hará que sea la Única que lo acompañe en su agonía y muerte en Cruz, y con esa fuerza de su amor materno, confortará a su Hijo en el durísimo Camino Real del Calvario; la Mujer que en el Pesebre arropa con amor inefable a su Niño recién nacido, y se dispone para amamantarlo, es la Virgen María, Madre amantísima, llamada también Madre de la Divina Gracia, porque Ella dio a luz en el tiempo a la Gracia Increada, Jesucristo, Dios eterno; la Mujer que abriga a su Hijo, y lo envuelve en pañales, para protegerlo del frío de la noche, es la Virgen María, la Reina de cielos y tierra, que arropa con delicado amor maternal al Creador del universo, a Aquel que luego habrá de ofrecerse a sí mismo como Alimento celestial, como Pan de Vida eterna, a los hombres, en la Eucaristía; a su vez, el Niño que tiembla a causa del frío y que llora por el hambre que experimenta todo recién nacido, es Dios omnipotente, el Dios ante quien los ángeles se postran en adoración extasiada; el Dios ante cuya ira, el Día del Juicio Final, los ángeles temblarán de pies a cabeza; el Dios de toda majestad y santidad, ante cuyo solo nombre el infierno se precipita en el terror; es el Dios que sin embargo viene a los hombres, no en el esplendor fulgurante de su gloria inaccesible, no en la tempestad, en el rayo y el trueno, no en su justa ira encendida por el mal que anida en el corazón del hombre, sino en el cuerpo y en la humanidad de un Niño recién nacido, para que el hombre no tenga excusas para acercársele, porque nadie puede excusarse y decir que teme a un Niño recién nacido, y viene como Niño, sin dejar de ser Dios, como signo visible del Amor incomprensible de la Trinidad por los hombres: el Niño es el don de Dios Padre, que hace nacer a Dios Hijo en Belén, Casa de Pan, para que este sea el alimento de los hombres en el Pan del Altar, la Eucaristía; por último, el padre adoptivo que acompaña a la Mujer primeriza y al Niño recién nacido, no es simplemente un hombre bueno, consciente de sus deberes de padre y de esposo: es San José, el hombre elegido desde la eternidad por la Santísima Trinidad, para ser el padre terreno de Dios Hijo; es el hombre elegido para ser, en la tierra, una imagen de Dios Padre, que cuide y ame a Dios Hijo encarnado con su mismo amor de Dios Padre; es el hombre, elegido desde la eternidad por Dios Trinidad, para ser el Esposo casto y puro de la Madre de Dios, para que la ame con amor fraterno, y cuide y proteja a Ella y al Niño, de parte de Dios Padre.
         La escena del Pesebre puede parecer una escena familiar más, entre tantas otras, pero no lo es, porque encierra, a la par que manifiesta, un misterio insondable.
         

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