jueves, 3 de enero de 2013

Adoremos a nuestro Dios, que en Navidad viene a nuestro encuentro como un Niño recién nacido



La novedad radical del cristianismo, novedad que se hace visible en Navidad, es que Dios viene a nuestro encuentro para perdonarnos, para salvarnos, para concedernos la filiación divina, y para conducirnos a la vida eterna luego de esta vida terrena. Esta novedad del cristianismo se hace visible en Navidad, porque Dios viene a nosotros como un Niño recién nacido. No viene en la invisibilidad de su Ser trinitario glorioso; no viene en el esplendor de su majestad; no viene en la demostración aterrorizante de su poder divino; no viene en el estruendo del terremoto, del viento huracanado, del mar agitado; no viene conmoviendo los cimientos de la tierra y del universo: viene como un Niño recién nacido, como un niño necesitado de todo; como un niño necesitado de alimento, de ternura, de cariño, de abrigo, y viene no porque tenga necesidad de los hombres, sino porque quiere donarnos su Espíritu Santo, su Espíritu de Amor divino.
Por este motivo, la contemplación del Pesebre, y sobre todo del Niño de Belén, debe llevarnos a considerar la inmensidad del Amor divino, que no se detiene en la humillación inconcebible que significa para Él, Dios omnipotente, Dios eterno, Dios de majestad infinita, asumir una naturaleza como la humana, sumamente limitada, imperfecta, carente de todo y, encima, bajo la maldición del pecado original. Dios, el Dios de toda bendición y bondad, se reviste de una naturaleza caída por el pecado, para restaurarla, concederle su vida divina, y conducirla a las felicidades eternas del cielo, y lo hace movido pura y exclusivamente por Amor, ya que no tenía ninguna necesidad ni obligación de hacerlo.
Cuando se contempla el misterio del Niño del Pesebre, puede decirse que Dios viene a nuestro encuentro como un Niño, para que nadie tenga como excusa el decir: “No me acerco a Dios porque tengo miedo a Dios”, o también: "No me acerco a Dios porque no lo amo". Desde la Encarnación y Nacimiento de nuestro Dios como un Niño en Belén, nadie puede excusarse en el temor, para no acercarse a Dios, ni tampoco en la falta de amor; en efecto, cuando se contempla el Pesebre, manifestación del Amor divino, surge la pregunta: ¿cómo temer a un Dios que viene como Niño recién nacido? Todavía más: ¿cómo no amar a un Dios que, para demostrarnos su Amor, viene como Niño recién nacido?
Pero el misterio del Niño del Pesebre no se agota en la escena del Nacimiento, sino que se prolonga hasta el Calvario, puesto que la manifestación del Amor de Dios en Cristo Jesús no termina en Belén, porque luego ese Niño, ya adulto, subirá a la Cruz, morirá de muerte ignominiosa y humillante, la muerte de Cruz, y de su Corazón traspasado brotará su Sangre, y junto con esta, el Espíritu Santo, que es el Amor de la Santísima Trinidad, para ser derramado sobre los hombres. Nuevamente, entonces, surgen las preguntas: ¿cómo temer a un Dios que, más que demostrarnos su Amor, nos dona su Amor, viniendo a nosotros como un Hombre fracasado, agonizando, muerto en la Cruz? ¿Cómo no amar a un Dios que voluntariamente entrega su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en la Cruz, para perdonar a los hombres, concederles la filiación divina, y así llevarlos a la eterna felicidad?
El misterio del Niño del Pesebre nos conduce por lo tanto al Calvario, pero tampoco aquí se agota su misterio: del Pesebre y del Calvario, la contemplación se dirige al Altar eucarístico, puesto que ese Dios que se nos manifestó como Niño, prolonga su Encarnación y Nacimiento en la Eucaristía, y aunque su Presencia sacramental no es una humillación, sí es extrema humildad de parte suya, venir oculto en las especies sacramentales. Nuevamente surgen las preguntas: ¿cómo temer a un Dios que viene a nuestro encuentro oculto bajo la apariencia de pan? ¿Cómo no amar a un Dios que se nos dona sin reservas, con todo su Ser trinitario, en algo que parece pan pero ya no es más pan por la Consagración?
La contemplación del Niño de Belén nos lleva a amar a un Dios que, para donarnos su Amor, se nos manifiesta como Niño recién nacido, como Hombre-Dios Crucificado, y como Pan de Vida eterna.
A estos pensamientos nos lleva la contemplación del misterio del Niño del Pesebre.

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