sábado, 11 de mayo de 2013

Solemnidad de la Ascensión del Señor


 (Ciclo C - 2013)
Con su Ascensión a los cielos, Jesús completa su misterio pascual: encarnación, Pasión y Muerte, Resurrección, y Ascensión a los cielos. Con su Ascensión, Jesús cumple las promesas que había hecho a sus discípulos antes de sufrir la Pasión, la promesa de ir a preparar aposentos para los suyos en la Casa del Padre: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas, y voy a prepararos un lugar” (Jn 14, 1-12). La “Casa del Padre” es un misterio insondable, porque si bien Jesús “asciende a los cielos”, cuando dice que va “a preparar un lugar” para nosotros, no está hablando de los cielos, sino de algo infinitamente más grande y glorioso que los mismos cielos, y es el seno eterno, el Corazón mismo de Dios Padre. La “morada” que Jesús va a prepararnos con su Ascensión, no son los cielos eternos, lo cual sería algo inimaginablemente grandioso para el hombre, sino algo todavía más inimaginablemente grandioso, y es el seno eterno de Dios Padre, origen de la Santísima Trinidad.
Con su misterio pascual de muerte y resurrección, y con su Ascensión a los cielos, Jesús lleva a la más alta cumbre jamás imaginada a la naturaleza humana, porque la lleva al seno mismo de la Trinidad.
Esto, que suena abstracto y cuya realidad trasciende y supera absolutamente la capacidad de raciocinio del hombre,  quiere decir que cada uno de nosotros está llamado a vivir, en la eternidad, en la comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. La solemnidad de la Ascensión del Señor no debe limitarse, por lo tanto, a una mera conmemoración por parte del cristiano, ni debe quedar, como frecuentemente sucede, en una celebración litúrgica que se realiza una vez al año. La Ascensión del Señor es ocasión para reflexionar y meditar acerca de la grandeza admirable del don que nos ha conseguido Jesucristo con su sacrificio en Cruz, que es el conseguirnos el acceso a la Casa del Padre, que es su mismo seno eterno, origen de la Trinidad; por la Cruz de Jesús, los hombres podemos entrar en el Corazón mismo de Dios Padre, para vivir por la eternidad en comunión de vida y amor con las Tres Personas de la Santísima Trinidad. La Ascensión del Señor no es entonces una ceremonia litúrgica que nada tiene que ver con mi vida personal, con la vida de todos los días, porque yo –Álvaro Sánchez Rueda, Juan Pérez, Fulano, Mengano-, estoy llamado a vivir, algún día, en íntima comunión de vida y amor con Dios Uno y Trino.
Quiere decir que yo en persona estoy llamado a ascender a los cielos, luego de la resurrección, en cuerpo y alma, como Cristo Jesús, para ver cara a cara y amar, adorar, y alegrarnos por la eternidad en la visión de la Trinidad, y a ese mismo destino de gloria estamos llamados todos y cada uno de los seres humanos. Todos estamos llamados a participar del Misterio Pascual de Jesús, misterio que finaliza con la ascensión a los cielos unidos a Cristo, para contemplar y amar a Dios Trino por la eternidad.
La conmemoración de la Ascensión del Señor debe llevar a una firme determinación de vivir en estado de gracia: mi cuerpo, ya desde la tierra, es templo del Espíritu Santo, y por eso debo cuidar no solo de no profanarlo, sino de acrecentar cada vez más el estado de gracia; debo velar por adquirir la mansedumbre y la humildad del Sagrado Corazón de Jesús, porque un corazón iracundo y soberbio jamás entrará en el Reino de los cielos, ni podrá estar delante de un Dios que es infinita bondad y misericordia.
Jesús se encarna, muere en Cruz, resucita y asciende a los cielos: el itinerario recorrido por Jesús, desde su Encarnación, hasta su Ascensión, es el itinerario al que está llamado todo cristiano, ya que es la única vía de salvación y el único modo de llegar al cielo, y para esto debo trabajar espiritualmente todos los días de la vida terrena, cargando la Cruz de todos los días, negándome a mí mismo y siguiendo a Jesús camino del Calvario.
Ahora bien, el camino del Calvario es un camino difícil, porque es angosto y en subida y además hay que llevar la Cruz, que aunque está hecha a nuestra medida, es pesada. ¿De dónde sacar fuerzas para ascender por el Camino de la Cruz, requisito indispensable para ascender luego  a los cielos?
La respuesta está en la Eucaristía, porque si es verdad que Jesús asciende a los cielos con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y desaparece de la vista de los discípulos y de su Iglesia, que ya no lo ven más, es verdad también que no nos deja solos, porque que al mismo tiempo que asciende con su Cuerpo glorioso y resucitado al seno del Padre, se queda, con su mismo Cuerpo glorioso y resucitado, entre nosotros, en el seno de la Iglesia, la Eucaristía. Jesús asciende, pero no nos deja solos, porque su nombre es “Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros” (cfr. Mt 1, 23), y porque en la Eucaristía Él cumple su palabra de que “no nos dejaría solos hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 19).
Adorar la Eucaristía y consumirla en la comunión eucarística es ya comenzar, desde esta vida, el ascenso a la vida eterna, , porque al unirnos al Cuerpo resucitado de Jesús, Él nos infunde su Espíritu, y por el Espíritu nos unimos en el Amor de Cristo a Dios Padre, y esto es anticipar la comunión de vida y amor con las Tres Personas de la Trinidad, que es para lo cual ascendió Jesús.

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