viernes, 17 de mayo de 2013

Solemnidad de Pentecostés



(Solemnidad de Pentecostés - Ciclo C – 2013)
         “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20, 19-23). Jesús resucitado se aparece a sus discípulos y les sopla el Espíritu Santo, en cumplimiento de sus promesas: “Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes” (Jn 16, 7). Por amor vino al mundo y se encarnó; por amor sufrió la Pasión por los hombres; ahora les deja, por Amor, ese mismo Amor en el que vive desde la eternidad y en el que arde desde su Encarnación; les deja el mismo Amor que lo consumió durante toda su vida terrena, provocándole la intensísima sed de almas. Ahora, que ya está en el cielo, envía al Espíritu Santo para que sea el Amor de Dios quien los una en un solo Cuerpo, su Cuerpo eucarístico, glorioso y resucitado, en el tiempo, para conducirlos luego al Reino de los cielos.
El envío del Espíritu Santo tendrá como efecto dar a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, un alma, porque el Amor de Dios será el alma de la Iglesia. Así como su Cuerpo muerto fue vivificado por el Espíritu y fue resucitado, así el Cuerpo Místico de la Iglesia, en Pentecostés, recibe al Amor de Dios, quien obra en Ella como “alma del alma”. Esta es la razón por la cual es el Amor de Dios la esencia, la base, el fundamento, el espíritu de la Iglesia, y es la razón por la cual quien no ama en la Iglesia, tal como Cristo lo pidió –amar a Dios y al prójimo, sobre todo si es enemigo, con amor de cruz-, no pertenece espiritualmente a la Iglesia, aunque con su cuerpo asista a procesiones, ceremonias litúrgicas, bautismos, misas, etc.
El Espíritu Santo actuará en los bautizados, ejerciendo en ellos una función catequética y pedagógica, conduciéndolos a un conocimiento y amor de Cristo inalcanzables por las fuerzas creaturales, sean humanas o angélicas: “Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho” (Jn 14, 26). La función del Espíritu Santo, enviado por Jesús y Dios Padre en Pentecostés sobre la Iglesia, tendrá una función pedagógica y mnemónica, de “enseñanza” y de “recuerdo”, pero estas funciones del Espíritu Santo no consistirán en ayudar a los discípulos a ejercitar sus capacidades de aprender y memorizar; no consistirá este recuerdo en el simple ejercicio de la mera memoria psicológica; no será un común acto de utilización de la facultad intelectiva del hombre.
“Enseñar” y “Hacer recordar” –que es en lo que consiste la función del Espíritu Santo-, quiere decir instruir en los misterios absolutos del Hombre-Dios, inalcanzables para el intelecto humano o angélico. Precisamente, por no poseer al Espíritu Santo, muchas veces los apóstoles y los discípulos no habían entendido los signos y prodigios de Jesús, como el hecho de caminar por el agua: en ese entonces, lo confundieron con un fantasma, pero ahora el Espíritu Santo los iluminará, a ellos y a toda la Iglesia en todos los tiempos, y les hará saber que era el Hombre-Dios que venía a ellos utilizando su poder divino. El Espíritu Santo les recordará también muchas otras cosas, y los instruirá en el sentido de los misterios absolutos de Jesús, aquellos misterios de los cuales participaron, pero que no llegaron a comprender. Por esta iluminación del Espíritu, y por esta función pedagógica y mnemónica, los discípulos, y la Iglesia toda, alcanzarán un grado de conocimiento y de amor a Cristo Jesús, imposible de alcanzar con las solas fuerzas humanas. Solo así, siendo iluminados por el Espíritu Santo enviado por Cristo, podrá la Iglesia de todos los tiempos entender la sublimidad de los misterios sobrenaturales absolutos del Hombre-Dios.
El Espíritu Santo les recordará a los discípulos y a toda la Iglesia que Jesús había hecho milagros y que así demostraba que era Dios y así comprenderán que cuando Jesús resucitaba muertos, multiplicaba panes y peces, expulsaba demonios, no lo hacía en cuanto hombre santo, sino en cuanto Dios Tres veces santo, encarnado en una naturaleza humana.
El Espíritu Santo hará comprender que fue Él quien obró la Encarnación, porque fue el Amor de Dios el que llevó a Dios Hijo a encarnarse, por pedido del Padre, para sufrir la Pasión y salvar a la humanidad. El Espíritu Santo hará comprender que era Él quien inhabitaba en el cuerpo y el alma de María Santísima quien de esta manera, plena del Amor de Dios, era la única que podía recibir al Hijo de Dios y convertirse en su Madre, porque era la única que amaba a Dios con un Amor Purísimo, incontaminado, el Amor del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo les recordará que Jesús les había prometido “quedarse con ellos todos los días hasta el fin del mundo” y que si ellos no habían entendido qué quería decir, ahora sabrán que esa promesa la cumplió en la Última Cena, con la institución de la Eucaristía y el sacerdocio ministerial. El Espíritu Santo les hará saber que el significado del nombre de Jesús, “el Emanuel, Dios con nosotros” (Mt 1, 23), se cumple cabalmente a través del sacerdocio ministerial, porque por el sacerdocio ministerial Jesús baja del cielo a la Eucaristía y en la Eucaristía se queda entre nosotros y con nosotros, hasta el fin del mundo.
El Espíritu Santo iluminará a la Iglesia para que comprenda que las palabras de la consagración obran el milagro de convertir el pan y el vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús, porque es Él quien sobrevuela en el altar, como sobrevoló sobre el mundo al comienzo de los tiempos, al ser espirado por el Padre y por el Hijo a través de la débil voz del sacerdote ministerial.
El Espíritu Santo hará comprender que el cuerpo del hombre es su templo, templo del Espíritu Santo, y por lo tanto, sagrado, y que no debe ser profanado, porque si se lo profana, se profana a la Persona del Espíritu Santo que es la dueña de ese cuerpo. El mismo Espíritu hará comprender que este templo que es el cuerpo, debe estar en permanente estado de gracia, de modo tal de poder recibir con amor, con fe y con pureza sobrenaturales a Dios Hijo en la Eucaristía.
El Espíritu Santo hará comprender que en el sacramento de la Confirmación, Él no solo concede sus dones al alma, sino que se dona Él, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, en su totalidad, a quien recibe el sacramento, para que la persona se goce en el Amor de Dios.
El Espíritu Santo hará comprender la grandeza majestuosa del sacramento de la confesión, mediante el cual “los pecados quedan perdonados” porque por este sacramento cae sobre el alma la Sangre de las heridas de Jesús, que lavan por completo al alma y le conceden el estado de gracia santificante.
El Espíritu Santo hará apreciar el valor inestimable de la gracia santificante, y hará comprender por qué los santos y los mártires prefirieron “morir antes que pecar”; hará entender también el inmenso poder destructor del pecado, para lo cual hará contemplar las llagas de Cristo crucificado, puesto que cada herida abierta, cada golpe recibido por Jesús, cada punzada de las espinas de su corona, cada gota de Sangre de sus manos, de sus pies, de su Cabeza, de su costado abierto, de su Cuerpo todo, son las consecuencias de los pecados de los hombres. El Espíritu Santo hará comprender que el pecado que el hombre comete, cualquiera que este sea, mientras es insensible e indoloro para el hombre, para Él se traducen en golpes, flagelaciones, hematomas, luxaciones, heridas abiertas y sangrantes, y en dolor inenarrable, y así será también el Espíritu Santo quien suscite en el hombre la contrición del corazón, el arrepentimiento perfecto, y para eso le convertirá antes su corazón de piedra en corazón de carne, porque un corazón de piedra no se conmueve ante Cristo crucificado y sigue pecando, mientras que el corazón de carne se siente estrujar por el dolor ante la consecuencia del pecado en el Cuerpo de Cristo.
El Espíritu Santo hará comprender que la Santa Misa no es una ceremonia litúrgica “aburrida” que debe ser transformada para convertirla en “divertida”; hará comprender que la Misa no es un espacio dado para ejercitar la creatividad del sacerdote y de los laicos, inventando “misas temáticas” para que sean “divertidas”; el Espíritu Santo hará comprender que la Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio en el cual Cristo rescata a la humanidad, derrota a sus tres enemigos mortales, el demonio, el mundo y la carne, y les concede la filiación divina, y que por lo tanto, la Misa no debe ser ni “divertida” ni “corta” ni “temática, sino que debe ser lo que es, el más grande misterio de todos los misterios de la Santísima Trinidad, en donde se lleva a cabo el Milagro de los milagros, la Eucaristía, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu Santo hará comprender que quien pretende que la Misa sea “divertida” y “corta”, lo hace porque, como dice San Josemaría Escrivá, “su amor es corto”.
El Espíritu Santo enseñará a comulgar, porque comulgar no es ponerse en la fila para recibir un pan bendecido, en un acto similar al de la alimentación corporal; comulgar es ser unidos por el Espíritu Santo, ya desde esta vida, al Cuerpo glorioso de Cristo, para ser llevados por el mismo Espíritu de Amor a la comunión con el Padre. Será el Espíritu Santo, enviado por Cristo en Pentecostés, quien no solo enseñará a comulgar a los fieles, sino que obrará Él en Persona la comunión: el Espíritu Santo unirá en el Amor a los fieles y los incorporará al Cuerpo de Cristo por la comunión sacramental, y así unidos al Cuerpo glorioso de Cristo en la Eucaristía, los unirá en el Amor con Dios Padre. Y este es el motivo por el cual quien comulga, debe hacer antes un profundo acto interior de amor y de adoración a Jesús en la Eucaristía, y acompañar este gesto de adoración interna, con un gesto de adoración externa, la genuflexión al recibir la comunión, porque no se puede unir en el Amor del Espíritu Santo a Cristo glorioso y luego al Padre, quien no ama a Dios y a su prójimo.
“Reciban el Espíritu Santo”. El don del Espíritu Santo, soplado por Cristo en Pentecostés como Viento impetuoso y como Fuego abrasador sobre los discípulos y sobre la Iglesia toda, se renueva en cada comunión eucarística porque Cristo en cuanto Hombre y en cuanto Dios sopla el Espíritu Santo sobre el alma, convirtiendo la comunión eucarística en un pequeño Pentecostés. Cada comunión eucarística es, por lo tanto, para el alma que comulga con fe y con amor, una renovación de la Presencia del Espíritu y de su obrar, el recuerdo y la enseñanza sobre el Mesías y Salvador, recuerdo y enseñanza que no tienen otro objetivo que el aumentar, segundo a segundo, el Amor a Cristo Jesús. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario