jueves, 27 de febrero de 2014

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”


“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc 10, 1-12). Los fariseos ponen a prueba a Jesús, citando la ley de Moisés, que permitía el divorcio en caso de adulterio. Pero Jesús se remite “al principio” de la Creación, es decir, al plan original de Dios, al plan divino que Dios había trazado para la plena felicidad del hombre, plan en el cual de ninguna manera aparecen ni el adulterio ni el divorcio. Lo que Jesús les dice a los fariseos es que en el diseño original de Dios, el hombre es creado como una “unidad dual”, como “varón-mujer” y lo que los fariseos y todos los hombres deben entender, es que es en esta “unidad-dual” en donde se encuentra la felicidad del hombre, porque así lo ha dispuesto la Divina Sabiduría.
Cuando se produce la ruptura de la unidad-dual “varón-mujer”, o cuando se busca crear, de modo artificial y anti-natural, uniones anti-naturales que no responden a este diseño original de la Divina Sabiduría -diseño basado en el Amor-, el hombre buscará vanamente la felicidad, porque esos modelos son incapaces, por su propia naturaleza, de proporcionarle felicidad.
Esta la razón por la cual Jesús advierte, no solo a los fariseos, sino a toda la humanidad: “el hombre no separe lo que Dios ha unido”: si Dios, en su infinita Sabiduría y en su infinito Amor, ha dispuesto que sea feliz en la unión y fidelidad indisoluble entre el varón y la mujer, entonces no puede el hombre, neciamente, pretender ser feliz en la ruptura de esta unión o en la invención de cuantas uniones artificiales y anti-naturales  se le ocurra.

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. El mundo de hoy hace oídos sordos a la advertencia de Jesús, sin darse cuenta de que así cierra las puertas a su propia felicidad. Se hubieran evitado y se evitarían, cientos de miles de rupturas matrimoniales, de vidas destrozadas, de familias destruidas, de niños abandonados, de sociedades en crisis, si tan solo se hubiera hecho caso a las palabras de Jesús: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.

miércoles, 26 de febrero de 2014

“Si tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco, tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el infierno”


“Si tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco, tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el infierno” (Mc 9, 41-50). Jesús desea la felicidad eterna del hombre, y es por eso que nos pide la mortificación de los sentidos corporales en esta vida, de modo de poder salvar el alma y el cuerpo. Para ello, es necesaria una estricta vigilancia sobre los sentidos y el estar dispuestos a sacrificarlos, en vistas de ganar el Reino de los cielos. La disposición al sacrificio debe ser tal, que no se debe dudar en amputarlos –en un sentido figurado, por supuesto-, con tal de no perder la vida de la gracia. Sin embargo, ha habido santos en la vida de la Iglesia que han entendido en un sentido literal esta frase, y es así, por ejemplo, que Santo Domingo Savio, el día de su Primera Comunión, hizo el propósito de “perder la vida antes de cometer un pecado mortal”. Y en realidad, cuando nos confesamos, en la fórmula de la confesión sacramental, nos lamentamos ante Dios el no haber perdido la vida antes de haber pecado (antes de haber cometido un pecado mortal o venial deliberado): “antes querría haber muerto que haberos ofendido”). Es decir, todos deberíamos estar dispuestos, más que a perder un ojo, una mano o un pie, antes que pecar, a perder la vida terrena, antes que pecar mortal o venialmente, porque nadie se condena por morirse, pero sí por pecar mortalmente, y el pecado venial deliberado es un severo enfriamiento de la caridad.
“Si tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco, tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el infierno”. Por drástico que pueda parecer el consejo de Jesús, ante la gravedad de lo que está en juego –la salvación eterna-, más drástica es la realidad de quienes se precipitan en el infierno con sus cuerpos intactos para padecer con ellos por toda la eternidad.
No es vana la advertencia de Jesús acerca de la mutilación –figurada, obviamente- del cuerpo si es que este es ocasión de pecado, porque el cuerpo resucitará en su totalidad, tanto para la gloria del cielo, como para la condenación del infierno. Es más bien un acto de caridad, porque es una verdad de fe que el cuerpo resucitará, pero si bien será glorificado y participará de la alegría y de los gozos del alma llena de la gloria divina de aquel que se haya salvado, es verdad también que, en aquel que se haya condenado, participará de los dolores inenarrables en los que estará sumergida el alma en el Infierno.
En una visión acaecida a la vidente Amparo Cuevas en Prado Nuevo[1], Madrid, la vidente se sorprende del hecho de que los cuerpos que se encuentran en el Infierno están mutilados y de las brutales heridas mana abundante sangre. En la misma visión, la vidente tiene el conocimiento de que eso se debe a que en la otra vida es el mismo cuerpo el que resucita, solo que en el infierno, ya no se verá libre del dolor, como en el cielo, sino que, por el contrario, comenzará a sufrir terriblemente, sin descanso, para siempre, y sufrirá de modo particularmente intenso según el órgano con el cual haya cometido el pecado mortal que le valió la condenación eterna.
“Si tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco, tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el Infierno”. Cuando Jesús nos hace esta advertencia, no nos está obligando a nada, nos está advirtiendo, porque desea nuestra eterna felicidad; solo nos pide que mortifiquemos nuestros sentidos por un breve período de tiempo, el tiempo que dure nuestra vida terrena, para que luego gocemos, con nuestro cuerpo glorificado y con nuestra alma glorificada, por toda la eternidad. Contrariando el consejo de Jesús, el mundo hedonista, relativista, materialista y ateo de nuestros días, exalta la sensualidad y el desenfreno de las pasiones, prometiéndonos una falsa felicidad, que finaliza con esta vida terrena y que apenas finalizada da inicio a una eternidad de dolores en los que participarán tanto el cuerpo como el alma, dolores que se comunicarán el uno al otro, sin finalizar nunca jamás.
“Si tu mano, ojo, pie, son ocasión de pecado, córtatelos; más vale entrar manco, tuerto, cojo, en el cielo, que entero en el infierno”. Cuando Jesús nos da un consejo, no nos obliga, y tampoco lo da en vano.



[1][1] Se trata de apariciones aprobadas por la Iglesia en España; cfr. Apariciones de Prado Nuevo del Escorial, http://pradonuevo.tripod.com/81.htm.

martes, 25 de febrero de 2014

“El que no está contra nosotros, está con nosotros”


“El que no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9, 38-40). Los discípulos quieren impedir a uno que expulsa demonios en nombre de Jesús, pero que no pertenece a ellos, que lo siga haciendo, pero Jesús no se los permite. La razón que da Jesús es que “nadie puede hacer milagros en su Nombre y luego hablar mal de Él” y que “el que no está contra ellos”, “está con ellos”.
Es decir, al contrario que sus propios discípulos, Jesús no se opone a que alguien que no es discípulo suyo, en su Nombre, expulse demonios, porque en este caso se aplica el de modo positivo el principio “el que no recoge, desparrama”. Aquí, sería: “el que recoge, no desparrama”, o sea, “el que exorciza, evangeliza”. Un experto demonólogo, como el Padre Antonio Fortea, sostiene que en muchas culturas no cristianas, en donde no existe el sacerdocio católico, Dios concede, a algunas personas, el poder de exorcizar, es decir, de expulsar a los demonios, para aliviar a los hombres del poder del maligno, como en el caso del Evangelio, y esto ocurriría no solo en regiones en donde no ha llegado la civilización, sino incluso en vastas zonas descristianizadas de la tecnologizada Europa[1].
Paradójicamente, hay muchos cristianos que, a diferencia de este pagano del Evangelio, sólo llevan el nombre de Cristo, porque actúan en contra de Cristo, a las órdenes del demonio, actuando como verdaderos posesos y cometiendo todo tipo de delitos: narcotráfico, robo, usura, violencias, lujuria, calumnias, asesinatos, blasfemias, traiciones, perversiones, toda clase de malidades. Estos falsos cristianos, a diferencia del pagano del Evangelio, que sin ser cristiano, combatía al demonio en nombre de Cristo, por el contrario, ayudan a que el enemigo de los hombres conquiste cada vez más almas para su reino de tinieblas, ayudándolo en su siniestra tarea de perversión y corrupción.
A ellos, Cristo les dice: “El que no está con nosotros, está contra nosotros, trabajando junto con el enemigo de las almas, el Demonio, aun cuando lleven el nombre de cristianos. Y si no se arrepienten a tiempo y cambian, estarán contra nosotros, bajo el peso de la Justicia Divina, por toda la eternidad”.




[1] Cfr. J. A. Fortea, Exorcística, Complemento del Tratado Summa Daemoniaca, Instituto Tomás Moro, Asunción, Paraguay, 80.

lunes, 24 de febrero de 2014

“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”




“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande” (Mc 9, 30-37). Jesús atraviesa la Galilea con sus discípulos y en el camino les profetiza acerca de su Pasión: les explica que “será entregado en manos de los hombres, que lo matarán y que tres días después de su muerte, resucitará”. Los discípulos, dice el Evangelio, “no entienden lo que Jesús les está enseñando, y por eso no le hacen preguntas; no le dirigen la palabra y se ponen a discutir entre ellos “sobre quién era el más grande”, demostrando así que no solo son incapaces de elevar la mirada hacia el horizonte de eternidad al que los está llamando Jesús, sino que sus corazones están orientados hacia las vanidades de esta vida, sus pompas, sus honras y sus honores, y que lo que buscan, en realidad, no es la gloria de Dios, sino la gloria de los hombres, porque no les interesa alabar a Dios, sino ser alabados por los hombres: “habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”.
Pero con esta discusión acerca de quién es el más grande demuestran también algo mucho más grave: demuestran que Satanás los tiene atrapados en su red, una red fina y sutil, como la red de la araña, con la cual esta atrapa a sus víctimas. Dice San Ignacio de Loyola que la soberbia es el primer escalón que usa Satanás para atraer al hombre para hacerlo caer en pecado mortal.
“Habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. El antídoto contra la soberbia es la humildad y es por esto que el cristiano, ante la tentación de grandeza humana, debe pedir ser humillado por Dios, considerando como una gracia inmerecida, el recibir la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo.

domingo, 23 de febrero de 2014

“Todo es posible para el que tiene fe”

         


      “Todo es posible para el que tiene fe” (Mc 9, 14-28). Le presentan a Jesús un endemoniado, poseído por un demonio mudo, que ha intentado varias veces acabar con su vida. Los discípulos de Jesús no han sido capaces de expulsarlo y, de las palabras de Jesús, se deduce que la causa es la falta fe la escasa oración: "Todo es posible para el que tiene fe" y "esta clase de demonios se expulsa por la oración".
         Pero no solo para expulsar demonios es necesaria la fe y la oración: también para la vida cotidiana, la vida de todos los días, es necesario tener fe y orar, porque todos los días es necesario alimentarse del Amor de Dios para poder vivir, y el Amor de se obtiene solo por la oración y por la fe. Todos los días es necesario necesita el alma nutrirse del Amor Divino, así como necesita el cuerpo todos los días nutrirse de alimento, y es por esto que es necesaria la oración y la fe.

         "Todo es posible para el que tiene fe". Les dice Jesús a sus discípulos, para que sean fuertes y puedan expulsar a los demonios. Y es así, porque el que reza y tiene fe se une a Cristo crucificado y así puede expulsar demonios porque se vuelve, más que fuerte, invencible. Unido a Cristo crucificado y resucitado, por la fe y la oración, el hombre se vuelve, más que fuerte, invencible, y así puede derrotar a los tres grandes enemigos que lo acosan desde que perdió el Paraíso: el demonio, el pecado, la muerte. Unido a Cristo crucificado, muerto y resucitado, por la fe y por la oración, el hombre se vuelve invencible, y todo le es posible, porque se vuelve él mismo, de mortal que es, en Dios por participación. 

jueves, 20 de febrero de 2014

“Ama a tus enemigos”





(Domingo VII  - TO - Ciclo A – 2014)
         “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 38-48). Este mandamiento es la prueba de que el cristianismo es una religión de origen divino, porque es un mandamiento que es imposible de cumplir con las solas fuerzas humanas. Además, es un mandamiento imposible de mandar por un líder de una religión meramente humana. Por otra parte, este mandamiento es la prueba de que la inmensa mayoría de los cristianos desconocen a Jesucristo, porque no cumplen ni siquiera mínimamente este mandamiento, ya que ante cuando se enfrentan, en la vida real, a la posibilidad real de tener que perdonar a su enemigo –ya sea por una injuria leve o grave-, los cristianos –la inmensa mayoría, aunque hay excepciones- reaccionan de modo natural, es decir, vengándose de sus enemigos, tal como lo dictaba el Antiguo Testamento: “ojo por ojo, diente por diente”. Y si puede ser “dos ojos por un ojo, y dos dientes por un diente”, mejor. Es decir, a la hora de arreglar cuentas con quien le ha hecho algún daño, el cristiano no se acuerda de las palabras de Jesús: “Ama a tu enemigo”; las palabras de Jesús, para el cristiano, no tienen ningún peso en la vida cotidiana, y esto vale tanto para el niño que está aprendiendo el Catecismo de Primera Comunión –y por lo tanto sabe el Mandamiento del Amor-, como para el que ya ha recibido la Primera Comunión, como para el adolescente, el joven, el adulto, el anciano, es decir, esto es válido para todos los católicos de todas las edades, de todas las clases sociales, de todas las razas y de todas las latitudes y de todas las naciones. A la hora de arreglar cuentas con quien lo ha ofendido, el católico deja de lado el mandato de Jesús, el mandato del Nuevo Testamento: “Ama a tus enemigos”, el mandato para el cual incluso Él le ha dado ejemplo entregando su vida en la cruz, para que sepa cómo tiene que hacer, para que no tenga excusas y no diga que “no sabía cómo tenía que obrar”, ya que Jesús entregó su vida por nosotros en la cruz para perdonarnos, siendo nosotros sus enemigos. Y sin embargo, a pesar de haber dado Jesús su vida en la cruz como ejemplo de cómo dar la vida en rescate por la humanidad, los católicos hacemos caso omiso cuando de perdonar a los enemigos se trata, y olvidándonos y no teniendo en cuenta sus palabras, echamos mano al Antiguo Testamento, a la ley maldita del Talión “ojo por ojo y diente por diente”, y hasta que no hemos satisfecho nuestra sed de venganza, no nos quedamos contentos.
“Ama a tus enemigos”. Arrodillados al pie de la cruz, debemos alzar los ojos y contemplar a Cristo crucificado, que agonizando desde la cruz nos dice: “Ama a tus enemigos; si te falta amor para amarlos, ven y tómalo de mi Corazón; ven, acércate y bébelo de mi Costado traspasado; ven, embriágate con la Sangre que brota de  mis entrañas de misericordia, mi Sagrado Corazón; apoya tus labios secos y sedientos en mi Costado abierto, es la Fuente y el Manantial de Amor que te ofrece tu Dios, bebe todo lo que quieras, sáciate de mi Amor, bebe mi Espíritu Santo, bebe el Amor de tu Dios, que te lo ofrece todo, sin reservas; embriágate, emborráchate de Amor Divino, hay de sobra, bebe hasta el fondo del Cáliz, porque no tiene fondo, es Amor Infinito y Eterno, y tu corazón, que es estrecho y pequeño, se saciará con este Amor, que es dulce y exquisito, y tendrás de sobra para amar a tu enemigo, a tus enemigos a todos tus enemigos, para perdonarle su injuria, sus injurias, todas ellas, desde las más pequeñas, hasta las más grandes e infames, porque Yo las ahogué a todas y las hice desaparecer a todas en este Vino, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, que es mi Sangre, la Sangre de mi Corazón traspasado. Ven, bebe de mi Corazón traspasado, bebe del Amor Divino para que puedas amar a tus enemigos con el mismo Amor con el que Yo te amé y te amo desde la cruz y con el que te amaré por toda la eternidad, y no temas. Ama a tus enemigos con el Amor con el que te amo desde la cruz”.

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga”





“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga” (Mc 8, 34-9,1). En esta sola frase está contenido el secreto que hace feliz a una persona en esta vida y en la eternidad. Si una persona no conociera en toda su vida nada más que esta frase y la aplicara a la perfección hasta el día de su muerte, viviría feliz hasta el día de su muerte, viviría sin angustias, aun en medio de pruebas, tribulaciones y persecuciones, y alcanzaría la bienaventuranza eterna en el momento de morir. El motivo es que la frase nos enseña cómo conseguir la salvación que nos consiguió Jesucristo con su Pasión, una salvación en la que es necesario que intervengamos nosotros con nuestra libertad, demostrando que queremos acceder a ella. En la frase Jesús nos hace ver que Dios necesita saber si nosotros queremos o no queremos los frutos de su Pasión, es decir, la salvación. En otras palabras, Jesús nos ha conseguido la salvación eterna al precio de su Pasión y muerte en Cruz; el fruto está maduro en el Árbol de la Cruz, pero no se nos va a dar ese fruto si no queremos que se nos dé; si queremos el Fruto del Árbol de la Cruz, debemos pedirlo, y esto es lo que Dios quiere de nosotros, que se lo pidamos. Dios quiere que le hagamos saber que nos queremos salvar, por medio de actos y de obras concretas.
Y la primera –y más importante- obra concreta es la del “querer” seguir a Jesús, porque Jesús dice: “El que “quiera” venir detrás de mí…”: el “querer” no es “obligación”, porque Dios no obliga a nadie a seguirlo, ya que respeta al máximo nuestro libre albedrío. Dios no obligará a nadie a ir al cielo. Nadie entrará al cielo forzadamente; nadie entrará si no quiere ir; nadie entrará en el cielo si no lo desea, por eso es que Jesús lo dice claramente: “El que quiera venir detrás de mí”. Jesús no dice: “Vengan”. No nos está obligándonos a ir detrás de Él, nos está invitando a seguirlo: “El que quiera venir detrás de mí”, es decir, el que desee, “el que me ame”, ese es el que seguirá a Jesús.
¿En qué consiste este “querer” seguir a Jesús? Lo dice el mismo Jesús: consiste en “renunciar a sí mismo”, “cargar la cruz” y “seguirlo a Él”, camino del Calvario. Y aquí está el secreto de la vida, el camino de la felicidad, el inicio de la gloria, el sendero de la paz, el triunfo sobre la muerte, el pecado y el demonio, el nacimiento de lo alto, porque llevar la cruz, caminando detrás de Cristo, siguiéndolo a Él hasta la cima del Monte Calvario, significa subir hasta la cima del Monte Calvario para ser crucificados junto con Él, para así dar muerte al hombre viejo junto con sus pasiones, sus pecados, su carne de muerte, su concupiscencia, su tendencia al mal, su irascibilidad, su gula, su malicia, su carnalidad, su apego a las cosas de la tierra, su banalidad, su codicia, su avaricia, su deseo de las cosas bajas; seguir a Jesús camino del Calvario es morir al hombre viejo y es también renacer al hombre nuevo, al hombre que es hijo de Dios por la gracia, al hombre que nace de lo alto, del costado abierto del Salvador, del Agua y del Espíritu, el hombre espiritual, que cultiva en el espíritu y cosecha en el espíritu y que se alimenta, más que de alimentos materiales, del Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

miércoles, 19 de febrero de 2014

“¡Retírate, Satanás! ¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”


“¡Retírate, Satanás! ¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!” (Mc 8, 27-33). Sorprende la dureza de la frase y tanto más, cuanto que está dirigida a Pedro y no a Satanás, es decir, es a Pedro a quien en realidad Jesús está llamando “Satanás” en esta oración. Si nos fijamos bien, el hecho es todavía mucho más sorprendente y llamativo porque unos segundos antes el mismo Pedro era el único que había respondido acertadamente –“Tú eres el Mesías”-, movido por el Espíritu Santo, a la pregunta de quién era Jesús, y había recibido la felicitación de parte del mismo Jesús. Cuando el Espíritu Santo le revela a un Mesías glorioso y resucitado, luminoso y triunfante, Pedro responde sin problemas.
Sin embargo, ahora, cuando se habla de la cruz, de sufrimiento, del dolor, de la traición, de la incomprensión de los hombres, de los clavos, de la corona de espinas, de la flagelación, del llanto y de la muerte, Pedro desconoce el plan divino y es por esto que merece ser reprobado duramente, también de parte de Jesús, y el motivo es que Pedro, ante el anuncio de la Pasión por parte de Jesús, rechaza la cruz.
Es decir, cuando se trata de un Mesías glorioso, luminoso, sin sufrimiento, Pedro está de acuerdo con el plan de Dios y acepta al Mesías; pero cuando Jesús le revela que el plan de salvación de parte de Dios, para él y para toda la humanidad, pasa también por la cruz, por el sufrimiento, por el rechazo, por la humillación, por el desprecio de los hombres, Pedro se opone porque no le parece; él no quiere ese plan; él quiere otra cosa: él quiere solo la gloria, pero no la cruz; Pedro quiere un plan de salvación a su medida; Pedro quiere salvación sin sufrimiento, sin humillación, sin sacrificio, sin rechazo del mundo, con placeres mundanos, con lujos y comodidades. En definitiva, Pedro quiere una salvación que no pase por la cruz, o quiere una salvación sin cruz, o una salvación mundana, y esos no pensamientos “no son los de Dios, sino los de los hombres” y de los hombres influenciados por Satanás, por eso es que Jesús, a quien le dice que se retire, en última instancia, es a Satanás: “¡Retírate, Satanás!”.
“¡Retírate, Satanás! ¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. Este Evangelio por lo tanto nos enseña que nuestros pensamientos provienen de tres fuentes distintas: de Dios, que es cuando Pedro es inspirado por el Espíritu Santo, responde acertadamente acerca de quién es el Mesías y es felicitado por Jesús; de nosotros mismos, cuando Pedro rechaza el plan divino de salvación, la Pasión, y merece la reprimenda de Jesús; por último, de Satanás, porque el rechazo de la Pasión por parte de Pedro es clara influencia de Satanás, que es aceptada libremente por Pedro.

“¡Retírate, Satanás! ¡Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”. También nuestros pensamientos son meramente humanos e influenciados por Satanás y también a nosotros nos cabe el durísimo reproche de Jesús cuando rechazamos la cruz, cuando queremos imponer nuestros propios planes a Dios, cuando pretendemos un cielo en la tierra, cuando queremos una tierra sin cielo, un Cristo sin cruz, una cruz sin Cristo, un cielo sin infierno, un infierno vacío, un Mesías resucitado sin Pasión previa, una gloria sin clavos y sin corona de espinas. También está Satanás inspirando nuestros pensamientos, cada vez que rechazamos la cruz y nos inventamos la salvación según nuestro propio querer y no según la Voluntad de Dios.

martes, 18 de febrero de 2014

“Jesús devuelve la vista a un ciego”


“Jesús devuelve la vista a un ciego” (Mc 8, 22-26). Un ciego es alguien que vive en tinieblas; ha perdido la capacidad de captar la luz; el mundo ha perdido para él el color, la forma, el atractivo; la oscuridad lo rodea y lo envuelve y no conoce otra cosa que no sea oscuridad y tinieblas. El ciego ha perdido la capacidad de captar la luz y en esto consiste su mayor pérdida, porque la luz es lo que permite apreciar la belleza del mundo y de las cosas. Jesús cura el órgano físico, devolviendo la capacidad orgánica de captar las ondas lumínicas y por lo tanto le devuelve al ciego la posibilidad de percibir la realidad física sensible con su amplia variedad cromática que impacta su retina primero y su alma después. De esta manera, tanto el cuerpo como el alma, se inundan de colores y de formas que reemplazan a las tinieblas que antes ocupaban al alma, con lo cual es evidente que el alma –e incluso el mismo cuerpo- experimenten una sensación de dicha y felicidad desconocidas hasta el ingreso de la luz.

Ahora bien, la sanación física concedida por Jesús, por cuanto parezca y sea algo grandioso, es algo ínfimo en relación al don de la gracia santificante, la cual realiza en el alma una obra análoga a la de la luz en la retina, porque la gracia es luz y el alma, sin la gracia, es tinieblas. Es por esto que mientras el alma sin la gracia es como el ciego, vive en la oscuridad, en cambio el alma en gracia, aunque corporalmente no pueda ver, es decir, sea un no-vidente, resplandece con un fulgor más brillante que el sol.

lunes, 17 de febrero de 2014

“Ustedes tienen la mente enceguecida”


“Ustedes tienen la mente enceguecida” (Mc 8, 14-21). Todo en este Evangelio gira alrededor del pan: Jesús usa una figura, la levadura, utilizada en la elaboración del pan, para advertirles a sus discípulos que se cuiden de la envidia y de la soberbia, que hincha e infla el corazón humano, así como la levadura hincha e infla la masa que luego de cocida proporcionará el pan: “Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”.
El Evangelio gira alrededor del pan también porque mientras Jesús les está dando consejos de orden espiritual, los discípulos están preocupados por el pan, pero el pan material, ya que es esto lo que destaca el evangelista: “Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan”. Precisamente, esta excesiva preocupación por lo material es lo que enoja a Jesús y motiva su durísimo reproche: “¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen”. Es decir, Jesús pretende darles una enseñanza espiritual, pero ellos no son capaces de levantar sus ojos más allá de la materia.

“Ustedes tienen la mente enceguecida”. Muchas veces nuestro corazón se hincha por la levadura de los fariseos y la de Herodes, la envidia y la soberbia, y nos volvemos necios, vanos, soberbios y envidiosos, materialistas y orgullosos, y así no comprendemos el Evangelio del Pan, la Santa Misa, en donde está el secreto de la felicidad, la raíz de la vida, la fuente del amor, el Origen Único y Absoluto de nuestra dicha total y definitiva, nuestra Pascua Eterna, la Vida Feliz para siempre. Todavía no comprendemos que la Eucaristía es el Principio y el Fin de nuestra dicha eterna, y mientras no lo comprendamos somos, al igual que los discípulos del Evangelio, como ciegos y sordos y tenemos la mente enceguecida.

domingo, 16 de febrero de 2014

“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”


“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo” (Mc 8, 11-13). El Evangelio dice que los fariseos, para poner a prueba a Jesús, le piden “un signo del cielo” y eso es lo que motiva la respuesta de Jesús: “Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”. En realidad, lo que Jesús quiere decir es que no se les dará “más signos” de los abundantes que se les ha dado, porque en realidad Jesús les ha dado signos más que suficientes, y de todo tipo, que prueban que Él es quien dice ser, Dios Hijo, porque ha obrado signos, milagros, prodigios, que sólo pueden ser obrados con el poder divino detentado en primera persona por quien dice ser Dios en persona. Puesto que los fariseos han demostrado obstinada y neciamente que no quieren reconocer los signos porque no quieren reconocer a Dios Hijo que está detrás de esos signos, entonces no tiene sentido darles más signos venidos del cielo, porque quiere decir que los continuarán rechazando. Este pasaje está por lo tanto estrechamente relacionado con la advertencia de Jesús: “No déis perlas a los cerdos”. La actitud temeraria de los fariseos, de rechazar neciamente y libremente los signos divinos, se asemeja peligrosamente a la irreversible voluntad fija en el mal de los condenados en el infierno, que por toda la eternidad podrán jamás aceptar la más pequeña gracia, y rechazarán por siempre, por toda la eternidad, toda gracia que se les quiera ofrecer, por lo que es inútil toda oración por ellos, y es la razón por la cual no se debe rezar por ellos, y es lo que explica también el por qué dice Jesús que a los fariseos “no se les dará ya más signos”.

“Esta generación pide un signo pero no se les dará un signo”. Debemos tener mucho cuidado en no repetir la actitud temeraria de los fariseos, de exigir signos a Jesucristo para creer en su misericordia y no desconfiar de ella. Todos los días, a través de su Iglesia, nos da un signo elocuentísimo de su infinita misericordia, y es la Santa Misa, en donde abre de par en par las puertas abiertas del Reino, su Sagrado Corazón traspasado, por donde se derrama el Tesoro infinito de Dios Padre, el Amor Divino, el Amor Misericordioso del Padre y del Hijo, donado en cada Eucaristía. No se nos dará otro signo que este para creer en el Amor del Padre y del Hijo.