miércoles, 30 de abril de 2014

“El que cree en el Hijo tiene Vida eterna”


“El que cree en el Hijo tiene Vida eterna” (Jn 3, 31-36). Jesús contrapone, en este Evangelio, a Él, que viene “de arriba”, es decir, del cielo, con quienes están “abajo”, es decir, en la tierra. Él, que viene del cielo, “está por encima de todos”, porque lo celestial “está sobre todo”, mientras que lo terreno tiene las limitaciones de la tierra. Él es testigo de las cosas de Dios; ha visto y oído, desde la eternidad, lo que su Padre Dios le ha comunicado, su Ser divino, porque es Dios como Él, y ése es el fundamento de su autoridad. Las palabras de Jesús son, por lo tanto, las palabras del mismo Dios; recibir las palabras de Jesús es recibir las palabras del mismo Dios, y como Dios es Vida y Vida eterna en sí mismo, quien recibe la Palabra de Dios recibe la Vida de Dios que es Vida eterna. Es decir, quien recibe a Jesús y a su Evangelio, recibe la Vida eterna de Dios y se salva; por el contrario, quien rechaza a Jesús, Palabra eterna de Dios, rechaza la única fuente de Vida eterna y se auto-condena a sí mismo a la muerte eterna, porque no hay otra fuente de vida posible.
Ahora bien, puesto que esta Palabra de Dios, se ha encarnado en Jesús de Nazareth y Jesús de Nazareth, cumpliendo el designio divino ha realizado su misterio pascual de muerte y resurrección y prolonga su encarnación en la Eucaristía, quien rechaza la fe de la Iglesia en la Eucaristía, rechaza la única fuente de Vida eterna que Dios Uno y Trino ofrece a la humanidad para su salvación. Es a esto a lo que Jesús se refiere cuando dice: “El que se niega a creer en el Hijo en la Eucaristía no verá la Vida, sino que la ira de Dios pesará sobre él”. Por el contrario, “el que cree en el Hijo en la Eucaristía, tiene Vida eterna”.

         

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