lunes, 21 de abril de 2014

Martes de la Octava de Pascua


(Ciclo A - 2014)
“Mujer, ¿por qué lloras?” (Jn 20, 11-18). María Magdalena va al sepulcro a llorar la muerte de Jesús. Se asoma al sepulcro pero en lugar del cuerpo de Jesús, ve a dos ángeles que le preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?”; luego, ve a Jesús, de pie, vivo, glorioso y resucitado, pero no lo reconoce, y Jesús le hace la misma pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María, que ha ido en busca de un cadáver, no reconoce a Jesús vivo y glorioso, lleno de vida y de luz; sus ojos están nublados por las lágrimas y el dolor del Viernes Santo; su mente y su alma se han quedado en la tribulación de la Pasión del Via Crucis; su alma no ha podido trascender el dolorosísimo impacto que ha significado para todos los discípulos el ver a Jesús hecho un guiñapo sanguinolento, colgado de la cruz y muerto en la cruz; no solo sus ojos y su retina, sino su mente, su memoria, su imaginación, todos sus sentidos, han quedado impactados por el dolor del Viernes Santo y por el silencio atronador del Sábado Santo, y han ocultado las palabras de Jesús de que Él iba a resucitar al tercer día, y es por eso que María Magdalena, a pesar de que ama a Jesús más que a su propia vida, va al sepulcro a buscar a un cadáver y no a Jesús resucitado. Su fe no trasciende la tribulación, la prueba, la cruz del Viernes Santo, del Sábado Santo, y no es capaz de llegar al Domingo de Resurrección. No son las lágrimas de sus ojos las que le impiden reconocer a Jesús: es su fe puesta a prueba en la tribulación, que no ha superado la prueba. María Magdalena busca un cadáver, a un Jesús muerto, y no a un Jesús vivo, y por eso llora.

“Mujer, ¿por qué lloras?”. Muchos cristianos, en la Iglesia, se comportan como María Magdalena: en el momento de la prueba, en el momento de la tribulación, en el momento del Viernes Santo, se comportan como si Jesús estuviera muerto, como si Jesús fuera un cadáver, como si Jesús estuviera sepultado, sin vida, en el sepulcro, como si jamás hubiera resucitado. También a esos cristianos, Jesús les dice, desde el sagrario: “Tú, cristiano, ¿por qué lloras? ¿Por qué actúas sin fe? ¿Acaso no estoy Yo vivo, glorioso y resucitado en la Eucaristía?”.

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