martes, 6 de mayo de 2014

“Yo Soy el Pan de Vida”


“Yo Soy el Pan de Vida” (Jn 6, 35-40). Jesús se nombra a sí mismo como “pan” y como “pan” que “da vida”. El pan material, el pan de mesa, compuesto de harina de trigo, también se puede decir que da vida, en un sentido figurado, en cuanto que mantiene al cuerpo con vida, desde el momento en que, por los nutrientes que le aporta, le impide morir de inanición. El pan material da una vida, en sentido figurado, de orden material. Sin embargo, Jesús no se compara con el pan material. Su comparación es con otro pan, desconocido para el hombre, porque Jesús es y posee en sí mismo algo que no posee ni puede poseer jamás el pan material: la substancia y el ser divino, trinitario. Esto es lo que explica que Jesús diga que el que coma de este pan, que es Él, “jamás tendrá hambre, y jamás tendrá sed”, porque Él es un pan que sacia un apetito que no es el meramente corporal, porque el apetito corporal finaliza con la vida corporal, es limitado como es limitada la vida terrena. Jesús, en cuanto Pan de Vida, sacia un hambre y una sed que no son corporales, sino espirituales, porque dice “jamás”, lo cual implica la noción de infinitud, de inmortalidad, de eternidad, y eso un pan material no puede de ninguna manera satisfacer. Jesús sí puede satisfacer el apetito, el hambre y la sed de Dios que toda alma posee, porque Él es ese Dios que toda alma apetece desde que nace; Él es ese Dios-Amor que toda alma desea amar con todas sus fuerzas desde el momento mismo en el que es creada; Jesús es ese Dios por el que toda alma suspira no desde el momento en que nace, sino desde el instante mismo en que es creada, y desea unirse a Él toda su vida, y se goza si lo logra en la visión beatífica, y se lamenta por la eternidad si lo pierde para siempre en la condenación eterna.

“Yo Soy el Pan de Vida”. Jesús es el Pan de Vida eterna, que alimenta al alma con la substancia misma de Dios, substancia que es Vida, Amor, Paz, y Luz divinas, y puesto que es Dios eterno, se dona sin reservas en la Eucaristía, para que el alma, aun existiendo en esta vida mortal, comience ya a experimentar los goces que le esperan en el Reino de los cielos si se mantiene fiel en la vida de la gracia.

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