lunes, 25 de agosto de 2014

¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa (…) mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno!


¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa (…), mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera” (Mt 23, 23-26). En su enfrentamiento con los fariseos, Jesús utiliza la imagen de una copa, la cual está sucia por fuera y por dentro: los fariseos y los escribas cometen el error de limpiar la copa solo por fuera, mientras que la dejan completamente sucia por dentro. La simbología de la figura se entiende si se la aplica al hombre: el hombre, con su cuerpo y alma, es la copa que debe ser limpiada, por fuera -cuerpo- y por dentro -alma-. La simbología se completa con el elemento con el que se limpia la copa, y es la religión, la cual, en el caso de la Ley nueva de Jesús, será la gracia. 
Entonces, la simbología utilizada por Jesús queda de esta manera: la copa es el hombre: el cuerpo es lo de afuera, el alma es lo adentro; ambos aspectos necesitan una limpieza periódica: el cuerpo se limpia con el baño corporal; el alma, se limpia –en tiempos de Jesús, es decir, en el momento en el que es pronunciada la frase- con la bondad, la justicia, la compasión, la misericordia, además del cumplimiento de lo que prescribe la Ley, o en otras palabras, con la religión; en nuestros tiempos, el alma se limpia con la misericordia, la justicia, la compasión, pero también y sobre todo, con la gracia sacramental, proporcionada principalmente por el Sacramento de la penitencia.            De esta manera, “la copa”, es decir, el hombre, queda limpio “por dentro y por fuera”, por el baño corporal, por fuera, y por la gracia sacramental y por las obras de misericordia, queda limpia su alma, por dentro. Es en esto en lo que consiste la práctica de la verdadera religión, y no en la mera práctica externa, como hacen los fariseos y los escribas. Jesús quiere que limpiemos nuestra alma con la gracia santificante y que seamos misericordiosos, compasivos y caritativos para con nuestros prójimos, porque esa es la esencia de la religión, porque la religión es la “re-ligación” -si se puede decir así, con este neo-logismo-, del hombre con Dios, es el lazo que re-une al hombre con Dios, pero como “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8), no puede el hombre unirse a Dios de cualquier manera: no puede unirse sin Amor; por lo tanto, una religión vacía, sin amor, que consista en la sola exteriorización, es una religión incapaz de cumplir su finalidad, y este es el error en el que caen los fariseos y los escribas. Jesús se lamenta por los fariseos y los escribas, porque llamándose “religiosos”, vacían a la religión del Amor de Dios, con lo cual hacen que la religión pierda todo su valor y toda su capacidad de re-ligar, de re-unir al hombre con Dios, desde el momento en que no le proporciona al hombre capacidad de amar.

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa (…), mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro -"Confiésate, sé bueno y misericordioso con tu prójimo", nos dice Jesús-, y así también quedará limpia por fuera -"Y así tu corazón será agradable a los ojos de Dios-”. También nosotros somos fariseos ciegos, toda vez que olvidamos que la religión es Amor de Dios y que nuestra alma debe quedar limpia por la gracia y que debe reflejar la misericordia de Jesús. El encuentro con nuestro prójimo más necesitado es la ocasión que Dios nos da para que pongamos por obra la verdadera religión, la religión del Amor de Jesús, el Amor que brota de la Cruz de Jesús, Amor que se dona a sí mismo, sin reservas, en la totalidad de su Ser trinitario, en cada comunión eucarística.

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