miércoles, 10 de septiembre de 2014

“Amen a sus enemigos”


Cristo del Amor

“Amen a sus enemigos” (Lc 6, 27-36). Este mandato es la prueba de que la religión católica es de origen divino, porque es imposible de cumplir con las fuerzas humanas. A un enemigo, naturalmente, con las fuerzas humanas, máximamente, se lo puede perdonar, pero no “amar”; puede uno reconciliarse con él, pero no hasta llegar al punto de “amarlo”. Luego de superado el impulso de destruirlo –porque por eso es “enemigo”, de lo contrario, sería “amigo”-, todo lo que alcanza a hacer la naturaleza humana es la reconciliación, y a establecer las paces. Podría haber incluso un cierto amor de amistad, pero no en el grado y cualidad en el que Jesús lo requiere, cuando dice: “amen a sus enemigos”.
Entonces, surge la pregunta: ¿cómo cumplir el mandato de Jesús? Primero, recordando las Escrituras: “Cristo es nuestra paz; con su Cuerpo en la cruz derribó el muro de odio que separa a judíos y gentiles, porque en Él tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu” (cfr. Ef 2, 14-15); luego, contemplándolo a Él mismo en la cruz, y considerando que Él dio su vida por todos y cada uno de nosotros, siendo nosotros sus enemigos y cómo, habiéndole nosotros quitado la vida, Jesús no pidió venganza al Padre mientras moría, sino que clamó piedad y misericordia para nosotros, que le arrancábamos la vida a fuerza de golpes, por nuestros pecados: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). También esa fue la oración de la Virgen, al pie de la cruz: siendo nosotros los que matábamos al Hijo de su Amor, la Virgen no clamó venganza ni justicia contra nosotros, sino que elevó a Dios Padre el mismo clamor de piedad que su Hijo Jesús, intercediendo por nosotros, y pidiendo piedad y misericordia: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Tanto Jesús, como la Virgen, nos amaron a nosotros, siendo sus enemigos, y así nos dieron ejemplo de cómo amar a los enemigos: hasta la muerte de cruz. Pero también Dios Padre es nuestro ejemplo, porque Dios Padre, podría haber respondido negativamente al pedido de clemencia, tanto de su Hijo Jesús, como de la Virgen, y sin embargo, Dios Padre responde con misericordia enviando al Amor que brota de las entrañas de su Ser eterno trinitario, espirando Él y su Hijo al Espíritu Santo, en el momento en el que el soldado romano traspasa el costado de Jesús y hace brotar Sangre de su Sagrado Corazón. Dios Padre responde con su Divina Misericordia, a la malicia del hombre, enviando al Espíritu Santo, que se difunde sobre el mundo junto con la Sangre y el Agua que brotan del Corazón traspasado de su Hijo Jesús en la cruz, y así nos da ejemplo de cómo amar a los enemigos, porque derrama sobre nosotros su Divina Misericordia, siendo nosotros sus enemigos. En vez de aniquilarnos, hace caer sobre nosotros la Sangre de su Hijo, y como esta Sangre es la Sangre del Cordero, al caer sobre nosotros, nos quita los pecados, nos purifica, nos regenera, nos re-crea, nos hace nacer a la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios y nos hace herederos del Reino de los cielos. La Sangre derramada de Jesús en la cruz es la garantía y el sello indeleble del perdón divino y, todavía más que el perdón, de nuestro ascenso a la categoría de hijos adoptivos de Dios y herederos del Reino. Y no contento con esto, Dios Padre, además, organiza para nosotros un banquete festivo, anticipo del banquete que dura para siempre, el banquete del Reino de los cielos, y Él mismo nos sirve a la mesa, sirviéndonos alimentos exquisitos, alimentándonos a nosotros, que éramos sus enemigos, con el Pan Vivo bajado del cielo, con la Carne del Cordero, y nos da a beber el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de su Hijo Jesús, la Santa Eucaristía.

“Amen a sus enemigos”. Quien quiera saber cómo debe amar a sus enemigos, solo debe contemplar a Jesús crucificado, a la Virgen al pie de la cruz, a Dios Padre que nos perdona; y si alguien necesita del Amor para perdonar y amar a sus enemigos, con el mismo Amor con el que Cristo nos amó y nos perdonó, no tiene otra cosa que hacer que alimentarse de la Eucaristía, en donde está contenido el Amor en Persona, el Espíritu de Dios, que hace arder y vuelve incandescente al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Después de todo esto, ningún cristiano tiene excusas de ninguna clase, para no amar a sus enemigos, hasta la muerte de cruz, como lo hizo Jesús con nosotros.

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