viernes, 12 de diciembre de 2014

“Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor”


(Domingo III - TA - Ciclo B - 2014 – 2015)
         “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor” (Jn 1, 6-8. 19-28). Juan el Bautista dice de sí mismo que “no es el Mesías”, sino “una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor”. El Bautista no es el Mesías, sino la voz que anuncia la llegada del Mesías; bautiza con agua, porque el Mesías habrá de bautizar con el Espíritu Santo; predica una conversión meramente moral, porque el Mesías predicará la conversión radical, profunda, la conversión que obra la gracia santificante, donada por Él en Persona. El Bautista es el Precursor, es el que señala con el dedo a Jesús que pasa, y mientras los demás ven en Jesús al “hijo del carpintero”, al “hijo de José”, a “uno de nosotros, un vecino más del pueblo, criado entre nosotros”, el Bautista, iluminado por el Espíritu Santo, ve lo que los demás no ven, y dice de Jesús: “Éste es el Cordero de Dios” (Jn 1, 29). El Bautista prepara el camino para la llegada del Mesías y para hacerlo, se aparta del mundo, deja de vivir mundanamente, como modo de advertir que la figura de este mundo está ya por desaparecer, porque el Dios Eterno, encarnado en el Mesías, viene ya de modo inminente, y es por eso que el Bautista viste con piel de camello y se alimenta de langostas y de miel y habita en el desierto, porque con su modo austero y sobrio de vivir, está diciendo a sus compatriotas, que el aevum actual, está por ser suplantado por la Nueva Era del Mesías; les está diciendo que, con la llegada del Mesías, finaliza el tiempo humano y comienzan los Últimos Tiempos de la humanidad, porque el Mesías, que es Dios Eterno, dará fin al tiempo y a la historia humana, para conducir a los hombres que se dejen salvar por Él, a la eternidad beata, feliz, en su compañía. Juan el Bautista es el Precursor, no es el Mesías; es quien anuncia que el Mesías ya viene y viene para salvar a quienes lo acepten como a su Señor y Redentor y viene para juzgar a quienes no lo acepten como a su Señor y Redentor, porque el Mesías es el Rey de cielos y tierra; el Bautista bautiza con agua, pero el Mesías bautiza con el Espíritu Santo, porque el Mesías es Dios Hijo Encarnado, y tanto como Hombre, que como Dios, espira el Espíritu Santo, y por eso es el Dador del Espíritu Santo, y es el que, junto con el Padre, infunde el Espíritu Santo en el alma, quitando los pecados, concediendo la filiación divina, infundiendo el Amor de Dios en el alma y convirtiendo al alma en morada de la Santísima Trinidad y ésa es la razón por la cual el Bautista dice que él “no es digno ni siquiera de desatar la correa de sus sandalias”. La misión del Bautista es anunciar la Llegada del Mesías, pero ese anuncio se pagará con su propia vida, porque quedará sellado el anuncio con el martirio, cuando el Bautista sea decapitado y ofrende su vida por el Cordero de Dios, el Mesías Salvador del mundo.
         “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor”. Es importante para el cristiano conocer a Juan el Bautista, porque todo cristiano tiene la misma misión del Bautista; todo cristiano está llamado a ser una imitación del Bautista, en medio del desierto sin Dios en el que se ha convertido el mundo moderno; el mundo de hoy es un desierto árido, seco, sin vida, porque el hombre ha expulsado al Dios Viviente y Autor de toda vida y sin Dios, el mundo no tiene vida y por eso el mundo de hoy es un mundo dominado por la “cultura de la muerte”, en donde el aborto, la eutanasia y las guerras injustas, que acaban con miles de vidas inocentes, todos los días, son moneda corriente. El cristiano debe imitar a Juan el Bautista y debe señalar, con la fe de la Iglesia, que el Mesías, Jesucristo, el Hombre-Dios, ya ha venido por Primera Vez, y que ha de venir por Segunda Vez, en la gloria, al fin de los tiempos, para juzgar al mundo y para instaurar su Reino de paz, de justicia y de amor y debe proclamar esa Segunda Venida, más que con discursos, con obras de misericordia, corporales y espirituales, con penitencias y con ayunos, mostrando al mundo la alegría del Evangelio, llevando el Amor de Cristo a los más necesitados.

Pero mientras tanto, entre la Primera y la Segunda Venida, hay una Venida Intermedia de Jesucristo, que se cumple en la Iglesia, por el misterio litúrgico de la Santa Misa, y es la Venida Eucarística, la cual también debe ser anunciada por el cristiano al mundo, porque en cada Santa Misa, Jesús, el Cordero de Dios, actualiza el Santo Sacrificio de la cruz y por la Transubstanciación, las substancias del pan y del vino, se convierten en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, de manera tal que, quien asiste a la Santa Misa, asiste al Calvario, al Santo Sacrificio de la cruz, renovado de modo incruento y sacramentalmente, por el poder del Espíritu Santo, que actúa a través de las palabras de la consagración, pronunciadas por el sacerdote ministerial. El cristiano, entonces, tiene como misión, en esta vida, señalar la Eucaristía y, a imitación del Bautista, decir, iluminado por el Espíritu Santo, y con la fe de la Iglesia: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y estar, al igual que el Bautista, dispuesto a dar la vida por esta verdad, porque mientras el mundo ve solo un poco de pan bendecido, el cristiano ve, en la Eucaristía, a Jesucristo, Dios Hijo Encarnado, que derramó su Sangre en la cruz por la salvación de la humanidad. Por esta Verdad dio su vida el Bautista y por esta Verdad está llamado a dar su vida todo cristiano.

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