viernes, 13 de marzo de 2015

“Así como Moisés levantó en alto a la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”


(Domingo IV - TC - Ciclo B – 2015)
         “Así como Moisés levantó en alto a la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 14-21). Jesús dice que para que los que creen en Él tengan vida eterna, Él debe ser “levantado en alto”, así como “Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto”. Para entender a qué se refiere Jesús, hay que recordar el episodio del desierto. En su travesía por el desierto, los israelitas fueron atacados por serpientes venenosas, cuyas mordeduras provocaron numerosas muertes. Moisés recibió entonces, de parte de Dios, la orden de fabricar una serpiente de bronce y levantarla en alto: quien la mirara, quedaría curado, lo cual efectivamente sucedió. El episodio de las serpientes y de Moisés con la serpiente de en alto, era una prefiguración de la historia de la Salvación, de lo que Jesús está anunciando, de su Pasión y crucifixión. En otras palabras, cada elemento de la escena del Pueblo Elegido que atraviesa el desierto y es atacado por serpientes, representa un elemento sobrenatural, relacionado con el misterio pascual de muerte y resurrección de Jesucristo, y ese es el motivo por el cual Jesús lo relaciona directamente con su Pasión. Veamos.
         El Pueblo Elegido que atraviesa el desierto, representa al Nuevo Pueblo Elegido, es decir, nosotros, los bautizados en la Iglesia Católica; el desierto, representa el desierto del mundo y la historia humana, y así como el Pueblo Elegido atravesaba el desierto en dirección a la ciudad santa de Jerusalén, así nosotros atravesamos el desierto de la historia y el mundo hacia la ciudad santa, la Jerusalén celestial, no la terrena; las serpientes venenosas que mordían a los israelitas y los mataban con su veneno mortífero, representan a los demonios, que nos inoculan, no en el cuerpo, sino en el alma, el veneno mortal del pecado y de la rebelión contra Dios y contra sus Mandamientos; Moisés representa tanto a Dios Padre, como al sacerdote ministerial; la serpiente de bronce, elevada por Moisés, representa a Jesucristo, crucificado y elevado en el Monte Calvario, y así como por un milagro, quienes miraban a la serpiente de bronce que elevaba Moisés, quedaban curados, así también, quienes contemplan a Jesús crucificado, con sus llagas, con su Costado traspasado, con su Cabeza coronada de espinas, con su Rostro cubierto de Sangre, con sus Manos y Pies atravesados por gruesos clavos de hierros, con el cartel que dice: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”; ése tal, el que contempla a Jesús crucificado, con un corazón contrito, arrodillado ante la cruz, y deja que la Sangre Preciosísima del Cordero caiga sobre su cabeza y lo bañe y lo purifique, ése tal, queda sanado, queda purificado, queda santificado, porque la Sangre de Jesús lleva en sí misma al Espíritu Santo y el Espíritu Santo no solo le quita sus pecados, sino que le comunica la vida nueva de Jesús, que es la vida de Dios Uno y Trino, que es vida eterna. Ésa es la razón por la cual Jesús dice: “Así como Moisés levantó en alto a la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”.

Entonces, cuando alguien se acerca, con el corazón compungido, y se arrodilla ante Jesús crucificado, recibe de Él la vida eterna, pero no solo sucede eso ante Jesús crucificado. El alma recibe la vida eterna de Dios Trino también en la Santa Misa, porque en la Santa Misa, Jesús renueva, bajo el velo sacramental, su Santo Sacrificio de la cruz, de manera tal que, asistiendo a la Santa Misa, está asistiendo al mismo Santo Sacrificio del Calvario. Entonces, cuando el sacerdote eleva en alto la Hostia consagrada, eleva en alto a Jesús crucificado, y de Él se desprenden sus rayos santificantes, que dan la vida eterna a quienes contemplan, con fe, con amor, con adoración, a Jesús en la Eucaristía. Entonces, nosotros podemos parafrasear a Jesús, y decir: “Así como Moisés levantó en alto a la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto en la Santa Misa, para que todo aquel que lo contemple en la Hostia consagrada, en la Eucaristía, y crea en Él, tenga vida eterna”.

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