viernes, 17 de abril de 2015

“Jesús tomó los panes y los distribuyó (…) lo mismo hizo con los pescados (…) todos comieron y quedaron satisfechos”

   
   
       “Jesús tomó los panes y los distribuyó (…) lo mismo hizo con los pescados (…) todos comieron y quedaron satisfechos” (Jn 6, 1-15). Jesús multiplica milagrosamente panes y pescados y da de comer a una multitud de más de cinco mil personas. La multitud se da cuenta de lo sucedido y busca a Jesús para nombrarlo rey, pero Jesús, sabiendo sus intenciones, “se retira solo a la montaña”. ¿Cuál es la intención de Jesús al realizar el milagro? Su primera intención, obviamente, es la de satisfacer el hambre corporal de la multitud: han acudido en gran número a escuchar su palabra y no tienen qué comer. Sin embargo, no se puede decir que su milagro fuera absolutamente necesario, puesto que bastaba con ordenar a la multitud que se dispersara y que acudiera a los poblados vecinos en busca de alimentos, para solucionar el problema. Sin embargo, Jesús decide utilizar su omnipotencia divina y procede a multiplicar los átomos y las moléculas de los panes y los pescados, lo cual, si bien es un milagro sorprendente, para Él, que es Dios creador -y por lo tanto, Autor y Creador del universo visible e invisible-, es un milagro casi insignificante, en comparación con la Creación misma. En otras palabras, multiplicar panes y pescados para alimentar a una multitud de más de cinco mil personas –algunos calculan hasta diez mil- además de ser una nimiedad para un Dios Creador del universo visible e invisible, es, desde el punto de vista lógico, innecesario, porque bastaba con despedir a la multitud, recomendándole que acudiera a los poblados cercanos. 
¿Cuál era entonces la intención de Jesús al realizar el milagro? Además de saciar temporalmente el hambre corporal de una multitud en el tiempo, la intención de Jesús era la de anticipar y prefigurar un milagro infinitamente más grandioso, operado en la Santa Misa: la conversión del pan y del vino en Pan de Vida eterna y en Carne de Cordero asada en el fuego del Espíritu Santo, los alimentos super-substanciales y celestiales, con los cuales habría de saciar, por la eternidad, el hambre espiritual que de Dios posee la humanidad. En la Santa Misa, Jesús no multiplica la materia inerte y sin vida de pan material y de carne de pescado para saciar el hambre corporal de una pequeña muchedumbre: por el milagro de la transubstanciación obrado por el Espíritu Santo e infundido por Él a través del sacerdote ministerial, Jesús multiplica su Presencia sacramental convirtiendo la substancia inerte del pan y del vino en Pan Vivo bajado del cielo y en Carne de Cordero, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, para saciar el hambre del Amor de Dios que toda alma humana posee desde que nace.

“Jesús tomó los panes y los distribuyó (…) lo mismo hizo con los pescados (…) todos comieron y quedaron satisfechos”. En la Santa Misa, Jesús toma el pan y el vino, por intermedio del sacerdote ministerial y los convierte en su Cuerpo y su Sangre, para darnos su Amor en la Eucaristía, para saciarnos con el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, y esto es un milagro que supera infinitamente la multiplicación de panes y pescados del Evangelio. 

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