martes, 14 de abril de 2015

“Ustedes tienen que renacer de lo alto”


“Ustedes tienen que renacer de lo alto” (Jn 3, 7-15). En su diálogo con Nicodemo, Jesús le dice que, para entrar en el Reino de los cielos, el hombre tiene que “nacer de nuevo”, “renacer de lo alto”, “nacer del agua y del Espíritu”. En un primer momento, Nicodemo no entiende qué es lo que le dice Jesús; piensa que, para entrar en el Reino de los cielos, un hombre debe volver a ser un embrión, para poder “entrar por segunda vez en el vientre de la madre y así volver a nacer”. Nicodemo no entiende las palabras de Jesús, y es lógico que así suceda, porque Nicodemo está pensando con categorías humanas valiéndose solo con su razón humana para tratar de comprender el mensaje de Jesús, y cuando se hace esto, es imposible comprender el Evangelio, porque el Evangelio, como Jesús, “vienen de lo alto”.
Cuando Jesús dice que para entrar en el Reino de los cielos “hay que nacer de nuevo”, “hay que renacer”, “hay que nacer del agua y del Espíritu”, está hablando de un nuevo modo de nacimiento de los seres humanos, el nacimiento dado por el sacramento del bautismo –por eso dice: “del agua y del Espíritu”-, y es un nacimiento espiritual, no terrenal, en el que el alma es engendrada no como hija natural de padres biológicos humanos, sino como hija adoptiva de Dios Padre, y quien produce esta concepción es el Espíritu Santo, que es quien concede al alma, por el bautismo, la gracia de la filiación divina, haciéndola participar de la misma filiación con la cual Dios Hijo es Hijo Unigénito desde toda la eternidad. Esta clase de generación, de paternidad y de filiación, es absolutamente nueva para la raza humana, y es concedida como un don gratuito a los hombres, gracias al sacrificio de Jesucristo en la cruz. En esto es en lo que consiste el “renacer de lo alto”: en recibir la gracia de la filiación divina, que convierte al alma en hija adoptiva de Dios por el bautismo sacramental, haciéndola heredera del Reino de los cielos. El germen de gracia depositado en el alma en el bautismo, se convertirá en la gloria divina que glorificará al alma y al cuerpo, luego de la muerte, y permitirá que el bautizado ingrese al Reino de los cielos como una imagen viviente de Cristo, muerto y resucitado.

“Ustedes tienen que renacer de lo alto”. Todos los cristianos hemos recibido ya, por la gracia del bautismo sacramental, el “nacimiento de lo alto”; todos tenemos la posibilidad de entrar, por lo tanto, en el Reino de los cielos. De cada uno depende, no solo no perder esa gracia a causa del pecado, sino acrecentarla cada vez más por la fe, la caridad y la comunión sacramental.

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