miércoles, 8 de julio de 2015

“Proclamen que el Reino de los cielos está cerca”


“Proclamen que el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10, 1-7). Jesús envía a sus Apóstoles con la misión de “proclamar que el Reino de los cielos está cerca”; les da instrucciones para el camino, pero además, los dota de poderes sobrenaturales, haciéndolos partícipes de su propio poder de Dios, concediéndoles la facultad de sanar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos y expulsar demonios. Aun siendo señales prodigiosas, todas estas cosas –sanaciones milagrosas, resurrecciones de muertos, expulsiones de demonios-, no son sino meras señales que indican la llegada de algo aún más prodigioso, y es el Reino de los cielos: “Proclamen que el Reino de los cielos está cerca”. Al modo de carteles indicadores al costado de una ruta, que no son el destino final sino que indican el destino final, los milagros, las curaciones milagrosas, las expulsiones de demonios, no constituyen el cristianismo, sino que son meros anunciadores del destino final al que toda la humanidad está llamada y a la que Jesús ha invitado a ingresar, con su muerte en cruz y resurrección: el Reino de los cielos. Muchos piensan que el cristianismo consiste en estas cosas y es así como creen que Jesús es una especie de hacedor de milagros que ha venido para hacer esta vida placentera, librando a la humanidad de aquello que la atormenta: la enfermedad, las tribulaciones, el demonio. Es verdad que Jesús –y por añadidura, la Virgen y los santos de la Iglesia Católica- tiene el poder de hacer esta vida más “fácil”, “tranquila”, o como se quiera decir, porque Él, en cuanto Dios, tiene el poder de sanar cualquier dolencia, tiene el poder de resucitar muertos, tiene el poder de expulsar demonios. Pero no consiste en esto el Reino de los cielos, y Jesús ha venido para llevarnos al Reino de los cielos, el Reino en donde el alma vive con su cuerpo glorificado, en la contemplación feliz de las Tres Divinas Personas, ofreciendo a Dios Uno y Trino todo el honor, el poder, la gloria y el amor, por medio del Cordero, y recibiendo de Dios Trino y el Cordero el Amor que brota del Ser trinitario como de una fuente inagotable, y esto, por la eternidad. En esto consiste el Reino de los cielos; para esto son los milagros; para esto es para lo que el cristiano tiene que prepararse, y para esto es que el cristiano “carga su cruz todos los días” (cfr. Lc 9, 23-24), no para permanecer en esta vida “tranquilo”, sin enfermedades, sin tribulaciones, sin cruces.

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