miércoles, 5 de agosto de 2015

“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”


“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” (Mt 15, 21-18). Jesús alaba la fe de la mujer cananea y en recompensa, le concede el milagro que había pedido, la curación de su hija. La fe de la mujer cananea, tal como lo dice Jesús, es realmente grande y por lo tanto, sumamente meritoria, pues cree aun cuando todo está en contra suya, y cree aun cuando es el mismo Jesús quien pone a prueba, no solo su fe, sino su humildad. La mujer cananea cree en Jesucristo, en cuanto Hombre-Dios, porque o lo ha visto hacer milagros, o ha escuchado hablar de Él, de su sabiduría y de sus prodigios; en todo caso, cree sin dudar un solo instante, que Jesús es Dios y que por lo tanto, tiene el poder de curar a su hija –lo que sucede efectivamente después- con solo quererlo; cree en Jesucristo, un hebreo, nacido de hebreos, y cree siendo ella pagana y perteneciente a un pueblo pagano; cree en Jesucristo, aun cuando el mismo Jesús le dice que, por pertenecer ella a un pueblo pagano, no es el tiempo de que los paganos reciban el pan –los milagros-, porque ellos son los “hijos predilectos” de Dios; cree en Jesucristo aun cuando es el mismo Jesucristo pone a prueba su fe, comparándola a ella con un cachorro de perro, y que por lo tanto, no es digna de probar el pan de los hijos. La fe de la mujer cananea es, por lo tanto, verdaderamente grande, porque cree en Jesucristo, en cuanto Hombre-Dios, aun cuando todo –incluido el mismísimo Jesús-, parece estar en contra suya; en recompensa, recibe el milagro –la “migaja”- que había solicitado: la curación de su hija.
Sin embargo, hay otro mérito más en la mujer cananea, aparte de su fe, y es su humildad, porque no solo no se siente ofendida cuando Jesús en Persona la compara con un cachorro de perro, sino que, usando esa misma figura de Jesús, el perro, se apropia con gusto de esa figura y la utiliza para contra-argumentar a Jesús, diciéndole que “hasta un cachorro de perro come de las migajas que caen de la mesa de sus amos”, es decir, le dice que hasta ella, siendo una pagana, puede beneficiarse, aunque sea con un pequeño milagro, que es la curación de su hija, sin importarle el no recibir los grandes milagros y portentos –el pan de los hijos-, destinados a los judíos. Es decir, la mujer cananea no sólo tiene una “gran fe”, como lo dice Jesús, sino que tiene además una gran humildad, lo cual la hace semejante al Sagrado Corazón de Jesús: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) y, por lo tanto, la hace semejante al Inmaculado Corazón de María.

Que María Santísima interceda para que también nosotros poseamos una fe y -en la medida de lo posible-, una humildad “grandes” como la de la mujer cananea, para creer siempre, sin dudar ni un instante, que Jesucristo no sólo tiene el poder de obrar milagros, como la curación de la hija de la mujer cananea, sino que tiene el poder de convertir el pan en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, la Eucaristía.

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