lunes, 11 de enero de 2016

“Conviértanse y crean en la Buena Noticia”


“Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1, 14-20). Jesús predica y pide la conversión del corazón: “Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. La conversión y el creer en la Buena Noticia, el Evangelio, es indispensable para poder entrar en el Reino de los cielos. Para apreciar mejor la necesidad de la conversión, hay que reflexionar acerca del pecado original, el pecado cometido por los primeros Padres, Adán y Eva, pecado que les valió la expulsión del Paraíso, la pérdida de la amistad con Dios y el quedar bajo el dominio de la muerte y del demonio. Como consecuencia del pecado original, la humanidad perdió la gracia santificante y los dones con los cuales había sido creada y dotada –impasibilidad, inmortalidad, integridad-, pero lo más grave de todo, es que quedó con el corazón vuelto hacia las cosas terrenas, hacia las cosas bajas, dominado por las pasiones, y oscurecido por las tinieblas del pecado.
La conversión consiste en volver la mirada del corazón hacia Dios, en un movimiento que recuerda al girasol: este, cuando es de noche, se encuentra con su corola cerrada e inclinado hacia la tierra; las penumbras hacen que el girasol quede inclinado hacia la tierra y cerrado en sí mismo, a oscuras. Cuando comienza el amanecer, anunciado por la Aurora, la estrella luciente de la mañana, la estrella que anuncia la llegada del nuevo día, el girasol comienza a abrir su corola, al mismo tiempo que realiza un giro, desde la tierra hacia donde está inclinado, hacia el cielo, el lugar en el que la estrella de la mañana anuncia la llegada de un nuevo día. Cuando aparece la estrella de la mañana, que es la más brillante de todas, en el firmamento, eso constituye para el girasol la señal de que aparecerá, en breve, en el cielo, el sol, que pondrá fin a la noche y dará inicio al nuevo día. Luego, a medida que avanzan las horas, y mientras el sol se desplaza por el firmamento, el girasol, al tiempo que abre su corola y despliega sus pétalos, realiza un movimiento de rotación por el cual deja de estar orientado hacia la tierra, para orientarse hacia el sol y seguirlo, durante todo su recorrido por el cielo.
En la conversión, sucede algo similar en el corazón: antes de la conversión, el corazón del hombre está cerrado sobre sí mismo, además de estar inclinado hacia la tierra, atraído por las cosas bajas de este mundo, al estar dominado por las pasiones. Pero luego, cuando aparece en su alma y en su vida la Estrella luciente de la mañana, la Aurora brillante de los cielos que anuncia la llegada del nuevo día, la Virgen María, el corazón comienza, de a poco, a elevarse, a despegarse de los atractivos del mundo. La presencia de la Virgen en el alma significa el inicio de la conversión, porque es la Virgen, Medianera de todas las gracias, la que concede la gracia de la conversión, y así el corazón, al tiempo que comienza a desapegarse de los falsos atractivos del mundo, gira hacia los bienes del cielo, y cuando aparece en el cielo de su alma el Sol de justicia que es Jesucristo, el alma, al igual que hace el girasol cuando aparece el sol, siguiéndolo a lo largo de su recorrido por el cielo, así el corazón que recibe la gracia de la conversión, no solo se despega de su afección por lo terreno, sino que eleva su mirada a Jesucristo, Sol de justicia, y lo sigue. Para el alma, la aparición –no significa una manifestación sensible- de la Aurora de la mañana, la Virgen, es una clara señal del comienzo del nuevo día, es decir, del inicio de su vida de converso, el inicio del comienzo de su vida como hija adoptiva de Dios, que va en pos del Sol de justicia, Jesucristo.

“Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Así como para el girasol, la aparición de la estrella de la mañana y del sol en el firmamento señala el inicio del nuevo día y el despegarse de su inclinación hacia la tierra para abrir su corola, desplegar sus pétalos y seguir al sol en el recorrido por el firmamento, así también, para el cristiano, la aparición de la Virgen en su vida, representa el inicio de la vida nueva de la conversión, que implica no solo el despegarse de las cosas bajas de este mundo y de este mundo mismo, sino ante todo, la adoración a Jesucristo en la Eucaristía, Sol radiante de justicia que ilumina el alma con la Luz Eterna de Dios. Así el alma que inicia la conversión, orientando su vista a Jesús Eucaristía, comienza a vivir ya en la tierra una nueva vida, una vida que se desplegará en su plenitud en los cielos, la vida de la bienaventuranza eterna, la vida del Reino de los cielos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario