viernes, 8 de julio de 2016

“Yo los envío como a ovejas en medio de lobos”


“Yo los envío como a ovejas en medio de lobos” (Mt 10, 16-23). Los discípulos de Jesús, en medio del mundo, son comparados, por el mismo Jesús, a “ovejas en medio de lobos”. ¿Por qué esta comparación? Una oveja es un animal manso, en tanto que el lobo es un animal agresivo y carnívoro y depredador, siendo la oveja uno de sus blancos preferidos y más fáciles de conseguir. La mansedumbre del cristiano-oveja se debe a que, por la gracia, se hace partícipe de la mansedumbre del Cordero de Dios, en tanto que la agresividad y hostilidad del mundo sin Dios, participan de la furia deicida del Ángel caído y de la malicia que brota del corazón del hombre en pecado. A primera vista, pareciera como si los cristianos en el mundo estuvieran inermes e indefensos y en grave peligro de muerte, así como un rebaño de ovejas está en peligro inminente de ser devorado por una manada de lobos que rodea al redil. Sin embargo, la indefensión de los cristianos es sólo aparente, porque mientras las ovejas sí están indefensas y nada pueden hacer contra las dentelladas de los lobos, si estos alcanzan a hundir sus dientes en sus tiernas carnes, los cristianos, por el contrario, están protegidos por la Sangre del Cordero de Dios, que ahuyenta a los lobos, los ángeles caídos, y los protege de la malicia de los hombres sin Dios. Si un pastor terreno dejara a su redil a merced de una manada de lobos, desentendiéndose de su suerte, se podría decir, con toda justicia, que ese pastor es desalmado y que no le importa nada el destino de sus ovejas, pues es inevitable que los lobos terminen desgarrando, con sus filosos dientes, los cuerpos indefensos de las ovejas, terminando con el rebaño entero en muy poco tiempo. Pero no es este el caso del Pastor Eterno, Cristo Jesús, porque aunque sus ovejas están en el mundo, rodeadas de lobos y de peligros para la eterna salvación, es Él mismo en Persona quien las asiste, las protege y las cuida para que nada malo les suceda, protegiéndolas con su Amor divino, de manera que ni todo el mal del mundo, ni todo el odio del infierno, puede siquiera tocar un cabello de un cristiano, si Jesús no lo permite (cfr. Mt 10, 29-30). Si Jesús nos envía a los cristianos a un mundo sin Dios, es para que, asistidos por su Sangre, por su Amor y por el Espíritu Santo, sea Él quien conquiste el mundo, por medio de nuestro testimonio, venciendo el odio con el Divino Amor y la violencia con la mansedumbre de su Sagrado Corazón.

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