viernes, 16 de diciembre de 2016

“Mi testimonio son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo”


“Mi testimonio son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo” (Jn 5, 33-36). Mientras el Bautista predica la conversión del corazón en el desierto, como medio indispensable para recibir al Mesías, y su testimonio es su vida de asceta y penitente –viste con piel de camello y se alimenta de langostas y miel-, Jesús revela que, siendo Él el Mesías anunciado por el Bautista, Él da testimonio de sí mismo, pero no solo mediante la austeridad de vida, como el Bautista, sino con “las obras que el Padre le encargó llevar a cabo”. ¿Cuáles son estas obras? Los innumerables signos, prodigios, milagros, de todo tipo, realizados por Él en Persona y que atestiguan que Él es quien dice ser: Dios Hijo encarnado, proveniente del Padre desde la eternidad, Dios como su Padre, de su misma naturaleza y substancia, igual en poder, honor y majestad, Dador del Espíritu junto al Padre. ¿Y cuáles son estas “obras” que el Padre le ha encomendado hacer? Resucitar muertos, multiplicar panes y peces, dar la vista a los ciegos, el habla a los mudos, la audición a los sordos, las pescas milagrosas, las expulsiones de demonios, además de innumerables curaciones interiores. Todas estas obras atestiguan que Él es el Mesías que Juan anunciaba, pero atestiguan además que Él es Dios, es decir, es un Mesías que es Dios al mismo tiempo, lo cual es una novedad, porque significa que el mismo Dios en Persona está empeñado en la obra de la salvación de los hombres. Aun así, muchos de los elegidos para ser testigos de sus obras, no lo aceptaron, y además de rechazarlo, le dieron muerte: “los escribas y fariseos frustraron los designios de Dios sobre ellos”. Y quien frustra el designio de Dios sobre su alma, que es la salvación eterna, se condena irremediablemente.

Parafraseando a Jesús, la Iglesia nos dice: “Mi testimonio son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo”, porque la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo que continúa, en el signo de los tiempos, la acción redentora y salvífica de su Cabeza. ¿Y cuáles son las obras que el Padre le encargó llevar a cabo? Los Sacramentos, por medio de los cuales nos llega la gracia santificante, y de modo especial, la Confesión sacramental y la Eucaristía, por ser los de más frecuente acceso. A través de la Iglesia y los sacramentos, Dios continúa ofreciendo, en el signo de los tiempos, la salvación a todos los hombres. Sin embargo, al igual que en tiempos de Jesús, también hoy, como los fariseos y doctores de la Ley, los hombres –su inmensa mayoría- “frustran los designios (salvíficos) de Dios sobre ellos “, porque rechazan los sacramentos. Y así, la salvación es poco menos que imposible.

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