viernes, 21 de julio de 2017

“El Hijo del hombre es dueño del sábado”



“El Hijo del hombre es dueño del sábado”  (Mt 12, 1-8). Jesús y sus discípulos atraviesan un sembrado en sábado y, al sentir hambre, los discípulos arrancan las espigas de trigo y comienzan a comerlas. Esto es motivo de (falso) escándalo para los fariseos, quienes advierten a Jesús: “Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado”. La razón de la advertencia es que el segar y el trillar eran dos de las treinta y nueve obras prohibidas en sábado: la casuística rabínica posterior consideraba la acción de arrancar las espigas como segar, y el frotarlas o restregarlas entre las manos como trillar[1]m dándole la razón así a los celosos fariseos. A los ojos de los fariseos, los discípulos de Jesús están cometiendo una falta, pues obran lo que está prohibido en sábado, y esto con el consentimiento de su Maestro, Es decir, Jesús. Rehusando entrar en discusiones casuísticas, Jesús soluciona la cuestión basándose en el principio de que la necesidad excusa de tal ley positiva, citando el ejemplo del rey David[2], a quien el sumo sacerdote Ajimelec le permitió comer de los doce panes llamados ordinariamente “de la faz” –llamados así porque eran colocados en presencia de Dios en el santuario- o “de la proposición” –es decir, “colocado delante”-. Estas ofrendas se renovaban cada semana y, una vez retirados y a causa de su carácter sagrado, eran comidos por los sacerdotes. Pero la necesidad de David prevaleció sobre esta ley positiva y la excepción fue sancionada por el sumo sacerdote.
Nuestro Señor agrega que el sacrificio del templo se ofrece en sábado, lo cual es una transgresión literal del descanso sabático, dando a entender lo mismo, esto es, que el servicio del templo es único y claramente trasciende todos los demás deberes. Afirma además que “aquí hay algo más grande que el templo”, lo cual presenta a la Persona de Jesús –la Segunda de la Trinidad- como el gran sustituto del antiguo santuario. Los fariseos no habían penetrado ni siquiera el espíritu de la antigua ley; en caso contrario, no se habrían dejado llevar por sus escrúpulos legales, emitiendo juicios privados de prudencia y caridad respecto de los discípulos inocentes. Estos son inocentes porque su Maestro, el Hijo del hombre, es Señor del sábado, que es de institución divina, y puesto que Él es el Dios que lo instituyó, es el Dios que puede dispensar cuando Él mismo quiera. La reivindicación de Jesús como “Señor del sábado” no puede ser explicada ni entendida de manera adecuada si no es a la luz de la divinidad de Cristo[3], esto es, que Él la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en Jesús de Nazareth.
“El Hijo del hombre es dueño del sábado”. El mismo Dios que instituyó el sábado como día del Señor, lo reemplaza por el Domingo, el nuevo y definitivo "Dies Domini", "Día del Señor", al resucitar “al tercer día” y es el mismo Señor quien nos alimenta, no con panes terrenos, hechos de trigo y agua, sino con el Pan de Vida eterna, su Cuerpo sacramentado, la Eucaristía.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona 1957.
[2] 1 Sam 21, 1-6.
[3] Cfr. Orchard, o. c., 392.

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