viernes, 22 de septiembre de 2017

“Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres”


“Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres” (Lc 8, 1-3). Comentando este Evangelio, el Papa Juan Pablo II[1] afirmaba lo siguiente: “En la historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos, había, junto a los hombres, numerosas mujeres en las que se expresaba con fuerza la respuesta de la Iglesia-Esposa al amor redentor de Cristo-Esposo”. Desde un primer momento, el Santo Padre Juan Pablo II nos advierte contra el gran peligro que existe en este tema, y es el del reduccionismo ideológico de corte feminista-marxista; en vez de eso, Juan Pablo II da la correcta clave de lectura del papel de las mujeres en la Iglesia, y es el de ser partes o miembros vivientes de la Iglesia-Esposa de Cristo-Esposo. La clave de lectura del papel de la mujer es la de ser miembros de la Esposa del Cordero, la Iglesia y por lo tanto, de amar a Cristo con amor esponsal, al mismo tiempo que se toma a la Iglesia-María como modelo de mujer.
 Luego el Santo Padre enfatiza el importante papel que desempeñan las mujeres, pero siempre precedido por la oración, que es el medio por el cual el alma se une a Dios y Dios se manifiesta con su Espíritu, sea a través de sus hijos, como de sus hijas, las mujeres: “En primer lugar están aquella que personalmente habían encontrado a Cristo, que lo habían seguido y que, después de su partida, “perseveraban unánimes en la oración” (Hch 1, 14) con los apóstoles en el cenáculo de Jerusalén hasta el día de Pentecostés. Aquel día, el Espíritu Santo habló por “los hijos y las hijas” del pueblo de Dios (cfr. Hch 2, 17; Jl 3,1) Estas mujeres, y otras en el transcurso del tiempo, han tenido un papel activo e importante en la vida de la Iglesia primitiva, en la construcción, desde sus fundamentos, de la primera comunidad cristiana y de las comunidades posteriores, gracias a sus carismas y a sus múltiples maneras de servir”.
Para el Papa Juan Pablo II, la mujer cumple un rol esencial no solo en el apostolado de la Iglesia universal sino también, junto con el esposo, en la configuración del hogar cristiano como “Iglesia doméstica” y en la transmisión de la fe a los hijos: “El apóstol Pablo habla de sus “fatigas” por Cristo en los diversos terrenos del servicio apostólico en la Iglesia, comenzando por “la Iglesia doméstica”. En efecto, la “fe sin rebajas” pasa por la madre a los hijos y nietos, como ocurrió en casa de Timoteo (cfr. 2 Tim 1, 5)”.
La mujer debe mantenerse “fiel al Evangelio” –y no adherir a ideologías anti-cristianas, como el feminismo de izquierda-, tal como lo hicieron las santas mujeres a lo largo de la historia de la Iglesia, y así la Iglesia se muestra agradecida con estas sus hijas, que con diversos dones, enriquecieron el tesoro espiritual, transmitiendo la fe de modo íntegro, en respeto a la tradición: “Esto mismo se renueva durante el correr de los siglos, de generación en generación, como lo muestra la historia de la Iglesia. La Iglesia, en efecto, defendiendo la dignidad de la mujer y su vocación, ha manifestado su gratitud hacia ellas, las que, fieles al evangelio, han participado en todos los tiempos en la misión apostólica de todo el pueblo de Dios y las ha honrado. Santas mártires, santas vírgenes, madres de familia, han dado testimonio de su fe con valentía y también, por la educación de sus hijos en el espíritu del evangelio. Han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia... Incluso, enfrentándose a graves discriminaciones sociales, las santas mujeres han obrado con libertad, fuertes por su unión con Cristo”.
No solo en el pasado, sino también en el presente, la Iglesia continúa enriqueciéndose con el testimonio cristiano de mujeres que viven la santidad -y no la ideologización- de la fe y de su rol en la Iglesia, rol que es esencialmente el seguimiento y la imitación de Cristo Dios: “En nuestros días, la Iglesia no cesa de enriquecerse gracias al testimonio de numerosas mujeres que viven generosamente su vocación a la santidad. Las santas mujeres son una encarnación del ideal femenino: pero, también son un modelo para todos los cristianos, un modelo de “sequela Christi”, del seguimiento de Cristo, un ejemplo de la manera cómo la Iglesia-Esposa tiene que responder con amor al amor de Cristo-Esposo”[2].
“Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres”. Es necesario tener bien en claro cuál es el rol de la mujer en la Iglesia, representado por las santas mujeres, como las referidas en el Evangelio, pero ante todo, y de modo insuperable, por la Virgen María. María Santísima, Virgen y Madre de Dios, es el paradigma para la mujer católica, sea cual sea su estado de vida, y es el paradigma para la femineidad, para la verdadera femineidad. Si no se tiene en cuenta esto, las ideologías contrarias al hombre y a la mujer deforman de tal manera el concepto de femineidad, que pretenden que el ser mujer consista en una anti-natural equiparación al hombre en todo, al tiempo que abandona su rol propio de mujer. El feminismo hace lo contrario de lo que pretende: en vez de ensalzar y destacar el rol propio de la mujer, saca a la mujer de sí misma y la convierte en un monstruo, producto de la ideología, y es el ser una caricatura del hombre: paradójicamente, el feminismo, destruye a la mujer a la que dice defender, para convertirla en un remedo anti-natural del hombre. Esto sucede cuando se quita del horizonte de la mujer a las mujeres santas del Evangelio, y sobre todo, a la Mujer del Génesis (cfr. Gn 3, 15), del Calvario (cfr. Jn 19, 25-27) y del Apocalipsis (cfr. Ap 12, 1), María Santísima.




[1] Cfr. San Juan Pablo II (1920-2005), Mulieres dignitatem, 27.
[2] Cfr. Juan Pablo II, ibidem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario