jueves, 19 de octubre de 2017

¡”Ay de ustedes doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden”



¡”Ay de ustedes doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden” (Lc 11, 47-54). Jesús les reprocha a los fariseos y a los doctores de la Ley que “se han apoderado de la llave de la ciencia”, que “No han entrado” y “a los que quieren entrar, se lo impiden”. ¿Qué significa esto? Que ellos, en cuanto depositarios de la Verdad divina en cuanto a Dios –eran el único pueblo de la Antigüedad que creía en un Dios Uno y no en muchos dioses-, habiendo tenido este conocimiento, sin embargo, no lo han aplicado en sus vidas, porque no se han comportado como adoradores del Dios Uno y Verdadero, que es Bueno y que es Padre misericordioso. Y la prueba es que se han convertido en homicidas, que han asesinado a los profetas enviados por este mismo Dios. Se han apoderado de la Verdad de Dios, no la han vivido y no se han preocupado por transmitir a otros esta Verdad, convirtiéndose incluso en homicidas.

¡”Ay de ustedes doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden”. El mismo reproche nos dirige Jesús a nosotros, en cuanto cristianos cuando, sabiendo las verdades de la Fe –esto es “apoderarse de la llave de la ciencia”-, sin embargo, con nuestro anti-testimonio de vida –cuando así sucede-, no entramos en la Sabiduría divina ni dejamos a los otros entrar, porque no damos testimonio cotidiano de ser verdaderamente cristianos. Y, todavía peor, nos convertimos en homicidas de nuestros prójimos cuando, con la lengua, lo destrozamos sin piedad, haciendo juicios temerarios y colocándonos en el lugar de Dios, que es el único que puede juzgar las conciencias. No seamos como los fariseos y los doctores de la Ley, y pidamos la gracia de ser verdaderos cristianos, que den con sus vidas, más que con palabras, testimonio de Cristo, el Cordero de Dios.

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