sábado, 21 de octubre de 2017

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2017)

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). Los fariseos y los herodianos se reúnen para tender una trampa a Jesús y así poder acusarlo, llevarlo a juicio y condenarlo. Para ello, idean la siguiente pregunta: “¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”. La pregunta esconde una trampa, cualquiera sea la respuesta: si Jesús dice que sí hay que pagar, entonces lo acusarán de cómplice con los romanos y por lo tanto, de ser un falso mesías (aunque tanto fariseos como herodianos habían aceptado, hacía ya bastante tiempo, el pago del tributo al Imperio Romano), ya que para ellos el mesías debía liberarlos del yugo extranjero[1]; si dice que no, entonces lo acusarán de sedición, de incitar a la revuelta contra la autoridad romana. La forma de preguntar es sibilina, diabólica, porque al tiempo que lo halagan, con la pregunta, desenfundan el puñal con el cual quieren herir a Jesús. El Evangelio dice así: “Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”. Pero con lo que no cuentan los fariseos y los herodianos, es que Jesús es Dios Hijo encarnado; por lo tanto, es la Sabiduría divina, que sabe desde toda la eternidad cuáles son sus intenciones y, leyendo en sus corazones, ve la malicia y la doblez que se esconde en ellos, razón por la que, al mismo tiempo que les responde, los trata duramente como lo que son, “hipócritas”, esto es, falsos, mentirosos, insidiosos, calumniadores: “Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: “Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?”. Inmediatamente, da respuesta a la insidiosa pregunta, desarmando los argumentos de sus adversarios: “Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto”. Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: “¿De quién es esta figura y esta inscripción?”. Le respondieron: “Del César”. Jesús les dijo: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús desarma a sus adversarios e ilumina acerca de cómo debe el cristiano conducirse no solo con respecto a las autoridades terrenas, sino también en su vida espiritual.
“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. ¿Qué es lo que le pertenece al César, y qué es lo que le pertenece a Dios? Al César –el mundo- le corresponde el dinero y de tal manera, que quien sirve al dinero –esto es, le entrega su corazón y su vida-, no puede servir a Dios: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). El mandamiento de Jesús de “dar al César lo que es el César”, está íntima y estrechamente emparentado a esta advertencia: “No se puede servir a Dios y al dinero, porque amará a uno y aborrecerá al otro” y esto lo vemos cotidianamente, puesto que quien adora al dinero y no a Dios, es capaz de cometer los peores crímenes, los peores delitos, las peores abominaciones, con tal de ganar dinero. Valgan solo como ejemplo, los médicos que por dinero realizan abortos; los inmorales traficantes que por ganar dinero destruyen personas, familias y sociedades enteras; los inmorales sicarios, que por dinero asesinan gente, tomando a esto como un “trabajo”; los políticos corruptos, que por obtener dinero ilícito de las arcas públicas del Estado y del pueblo, no dudan en cometer innumerables delitos; los políticos, jueces, abogados, que por dinero son capaces de promulgar las leyes más inhumanas, como el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, la fecundación in vitro; los que, para ganar dinero, hacen pactos con el Demonio, o los que se dedican a la brujería, el ocultismo y el satanismo, para ofrecer a los demás el modo de hacer esos pactos. "El dinero compra conciencias", dice el Talmud, y es así que por dinero, los hombres pueden llegar a los más infames y perversos delitos, como la traición a Dios -como en el caso de Judas Iscariote, que por dinero entrega a Dios Hijo encarnado-, o la traición a la Patria, como quienes atentan contra su integridad territorial, cultural y religiosa por medios físicos, como la guerrilla, o por medios intelectuales, propagando sistemas ideológicos intrínsecamente perversos, como el comunismo o el liberalismo, y así, innumerables ejemplos más. El que sirve al dinero, sirve al Demonio, porque el dinero es, según los santos, “el estiércol del Diablo” y puesto que en el corazón humano no hay lugar para dos, sino para uno solo, o se adora a Dios Trino, o se adora al Diablo, representado en el dinero mal habido.
“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. El César, cuya efigie se encuentra en la moneda, es decir, en el dinero, representa el mundo y el poder que mueve al mundo, que es el dinero y en este sentido es que dice Jesús que al mundo hay que darle lo que le pertenece: darle al mundo el dinero, en el sentido de despojarse del dinero mal habido, pero sobre todo, hay que despojarse de todo lo que el dinero simboliza y concede: poder mundano, éxito mundano, riquezas terrenas, influencias, vida agitada y dominada por las pasiones. Hay que darle al César todo lo malo que el dinero proporciona; eso le pertenece “al César”, al mundo, y eso hay que dárselo al mundo, en el sentido de no quedárnoslo nosotros; hay que dárselo al César, porque es del César.
Entonces, al César –esto es, al mundo, al Príncipe de este mundo-, el dinero, que es lo que le pertenece; a Dios Uno y Trino –nuestro Creador, Redentor y Santificador- lo que le pertenece y lo que le pertenece son nuestro ser, nuestras almas, cuerpos y corazones, porque Él nos creó, Él nos redimió en la Cruz y Él nos santificó por el Espíritu Santo, y esa es la razón por la cual debemos entregarle a Dios todo lo que somos y tenemos, y esto significa entregarle desde la respiración hasta el más pequeño pensamiento, porque no nos pertenecemos, sino que le pertenecemos a Dios. Y la mejor forma de dar a Dios lo que es Dios, es decir, nuestro ser entero, es ofreciéndonos junto a Jesús, en el Santo Sacrificio del Altar, para unirnos a Él, que es la Víctima Inmolada, como víctimas de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, para la salvación de nuestros hermanos.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 442.

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