viernes, 8 de diciembre de 2017

“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”


(Domingo II - TA - Ciclo B - 2017 – 2018)

“Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” (Mc1, 1-8). Juan el Bautista anuncia la Llegada del Mesías y la necesidad, por lo tanto, de preparar el corazón para esta venida, siendo por lo tanto la conversión el eje central de su prédica. Es a la conversión del corazón a lo que el Bautista hace referencia, cuando dice: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Como último profeta del Antiguo Testamento, que precede inmediatamente al Mesías, el Bautista sabe que el Mesías ya está entre los hombres, pero para poder recibirlo, a Él y a su Evangelio, el alma debe purificarse de todo lo malo, de todo lo mundano, de todo lo que la separa de Dios. Dios es santidad infinita e increada, el hombre es “nada más pecado”, por lo que, para recibir al Mesías, Fuente de la santidad, el hombre debe despojarse del pecado, de ahí la insistencia del Bautista acerca de la necesidad de conversión del corazón.
El corazón sin convertir es como el girasol durante la noche: así como el girasol está inclinado hacia el suelo, con su corola cerrada, así el corazón sin la conversión, está cerrado a la gracia divina, al tiempo que está apegado a las cosas de la tierra. El corazón sin conversión, aun si viene a Misa, comulga, se confiesa, es un corazón apegado a su propio juicio y no al juicio y a los Mandamientos de Cristo; es un corazón que piensa solo en las cosas terrenas, mundanas y carnales, sin pensar nunca en la vida del espíritu y en la eterna bienaventuranza que espera a los buenos, más allá de esta vida. Es así que su corazón es sinuoso, porque vive en la mentira y el engaño; presenta valles y montañas, es decir, se deja llevar por la pereza espiritual y por la soberbia, los dos grandes pecados de los cuales surgen todos los demás pecados y todos los vicios del hombre. El tiempo de Adviento es por lo tanto tiempo propicio para la conversión del corazón, para que el corazón, despegándose de las cosas terrenas, eleve su mirada al cielo, así como el girasol, cuando despunta la Estrella de la mañana anunciando la llegada del sol y del nuevo día, así el corazón, con la intercesión de María, Estrella de la mañana, Mediadora de todas las gracias, recibiendo la gracia de la conversión, eleve su mirada al cielo, en donde resplandece Jesús Eucaristía, Sol de justicia. Y de la misma manera a como el girasol sigue al sol en su movimiento sobre el cielo, así el alma no debe dejar de contemplar a ese Sol del cielo, que es Jesús Eucaristía, por medio de la adoración eucarística.
Entonces, durante la segunda semana de Adviento, la liturgia nos invita al arrepentimiento y al cambio de vida –dejar de vivir como hijos de las tinieblas para vivir como hijos de la luz, o bien dejar de vivir en la tibieza, para vivir en el fervor de la santidad-, por medio del llamado del Bautista: “Preparen el camino, Jesús llega”. El Mesías que viene es Dios Tres veces Santo, por eso el alma debe santificarse para su venida y el movimiento previo a la santificación es la conversión, es decir, el desapegarse de esta vida terrena, para elevar la vista del alma a Jesús en la Cruz y en la Eucaristía. Es para la preparación de esta Venida de Dios, que la Iglesia destina el tiempo de Adviento[1].
Al hablar del Adviento, San Cirilo de Jerusalén decía: “Anunciamos la venida de Cristo, pero no una sola -dice-, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior”. Y continúa con la contraposición de estas dos venidas: “En la primera venida fue envuelto con pajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a la ignominia; en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles”. Para estas dos venidas o advientos –para la conmemoración litúrgica de la primera, es decir, Navidad, y para esperar la Segunda Venida en la gloria-, necesitamos convertirnos, aunque también necesitamos convertirnos para un “tercer adviento”, que sucede de modo milagroso, en cada Santa Misa. Veamos en qué consiste este tercer adviento: parafraseando a San Cirilo, nosotros podemos agregar una tercera, intermedia, que se da en la Eucaristía: allí, Jesús viene desde el cielo hasta el altar eucarístico; viene glorioso y resucitado, aunque misteriosamente, renueva también su sacrificio en la cruz; viene oculto en apariencia de pan, pero viene, porque eso que parece pan ya no lo es, porque es Él en Persona, el mismo Dios que vino en Belén, y el mismo Dios que vendrá al fin del mundo para juzgar a la humanidad, es el mismo Dios que viene a nosotros por la Eucaristía. Sobre el altar, Jesús renueva su sacrificio en cruz, pero lo que comemos no es la carne de su Cuerpo muerto en el Calvario, sino la carne gloriosa y resucitada de su Cuerpo glorioso en el Día Domingo; baja al altar rodeado de la corte celestial de ángeles y santos, corte a cuya cabeza está la Reina de cielos y tierra, María Santísima. Para esta Venida Intermedia, en la Eucaristía, también necesitamos convertirnos y vivir en gracia, única forma en que recibiremos al Señor de forma digna y con el amor que Él se merece, en nuestros corazones.
  “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Por último, ¿de qué manera cumplir con el pedido del Bautista, de “allanar los senderos” para el Señor que viene? ¿Qué es lo que debemos hacer en el Adviento, de modo tal que nuestras almas sean capaces de vivir una Navidad cristiana y no pagana, es decir, una Navidad en donde el centro es Papá Noel, lo que importa es la comida y los regalos y no el esperar y recibir a Dios hecho Niño? Para vivir un Adviento de modo tal de preparar adecuadamente el espíritu para la Venida del Señor y evitar así una Navidad pagana, debemos meditar con viva fe y con ardiente amor el gran beneficio de la Encarnación del Hijo de Dios, es decir, debemos recordar que la Navidad no es lo que nos dicen los medios, sino lo que nos enseña la Iglesia: la conmemoración y el memorial, por la liturgia eucarística, de la Primera Venida del Redentor; reconocer nuestra miseria y la suma necesidad que tenemos de Jesucristo y por lo tanto, la necesidad que tenemos de hacer penitencia, para reparar nuestros pecados y los de nuestros hermanos; suplicarle a María Santísima que convierta a nuestros corazones en otros tantos pesebres, en donde el Señor venga a nacer y crecer espiritualmente en nosotros con su gracia; prepararle el camino con obras de misericordia, con oración y frecuencia de los Santos Sacramentos; meditar y reflexionar en la Verdad de Fe que significa su Segunda Venida, en la cual no vendrá como Dios Misericordioso, sino como Justo Juez, y para ese entonces, deberemos tener las manos llenas, no de oro y plata, sino de obras meritorias para el cielo, así como el corazón con amor a Dios y al prójimo, de manera tal que podamos atravesar el Juicio Particular y el Juicio Final, para poder pasar a gozar del Reino de Dios.



[1] En cuanto tiempo litúrgico, el Adviento se divide en dos partes: Primera Parte del Adviento: desde el primer domingo al día 16 de diciembre, con marcado carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al final de los tiempos; Segunda Parte: desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la llamada Semana Santa de la Navidad y se orienta a preparar más explícitamente a la conmemoración -por el misterio de la liturgia eucarística, que hace presente la realidad conmemorada- la Primera Venida de Jesucristo en las historia, su Nacimiento en Belén. Con respecto a qué tipo de venida, el Adviento se divide en cuatro “formas” de Adviento: Adviento Histórico: es la espera en que vivieron los pueblos que ansiaban la venida del Salvador. Va desde Adán hasta la Encarnación, abarca todo el Antiguo Testamento; Adviento Místico: es la preparación moral y espiritual, por la gracia, del hombre de hoy a la Venida del Señor. El hombre se santifica para aceptar la salvación que viene de Jesucristo; Adviento Escatológico: es la preparación a la llegada definitiva del Señor, al final de los tiempos, cuando vendrá para coronar definitivamente su obra redentora, dando a cada uno según sus obras. El término mismo “Adviento” admite una doble significación: puede significar tanto una venida que ha tenido ya lugar como otra que es esperada aún, es decir, significa presencia y espera. En el Nuevo Testamento, la palabra griega equivalente es “Parousia”, que puede traducirse por venida o llegada, pero que se refiere más frecuentemente a la Segunda Venida de Cristo, al día del Señor. 

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